Sobre Rudeza Innecesaria y otros cuentos
adolescentes
I
Es la primera vez que me refiero de manera directa y formal sobre
el libro, pues en varios sentidos he sido testigo de su manufactura como libro,
no de cada cuento, sino de su compilación; quizás podría contar los chismes y
datos curiosos por los que pasa un autor al hacer un libro, pero creo prefiero
hablar de la impresión que ha dejado en mí haber sido “oídos” de algunas
maneras de leer e interpretar los relatos que integran el libro.
La posibilidad de separar las anécdota de los cuento y de
deshacerme de la lectura parcial (muy parcial) de los segundos, abrir los
caminos para disfrutar del texto literario escrito e inclusive su prehistórico
ejemplar oral, la bridaron los y las lectoras que han venido comentando el
libro en presentaciones anteriores.
La comprensión profunda de la voz de un personaje del género
opuesto, porque se es capaz de construir un narrador desde el otro lado, siendo
fiel al mundo de significados que está de ese lado y no del propio, contar lo
que paso del otro lado por haber sido un gran lector de cómo fue mirado desde
el otro lado… un espejo del espejo.
Hablar de la soledad, de sentimientos y situaciones en donde es
sencillo reconocerse porque son viñetas, imagenes “apenas esbozadas”, no
relatos cerrados sino narrados en un tiempo que no terminó. “Adolescentes”, les
llama el autor, porque están en ciernes, porque no concluyeron y es precisamente
su adolescencia la que permite que nos podamos mirar con relativa facilidad,
que podamos reconocernos, porque estamos siendo y no es que ya seamos o hayamos
sido.
II
Cuando Roberto en “Cantando cumbia”, decide qué hacer con las
monedas que ha juntado con ayuda del güiro: pagar un cuarto de hotel en que
abandonará su virginidad a la mesera que a la que canta todos los días o el
habitual Resistol 5000 que lo hace olvidar.
O cuando en el pastizal los conejos pasan de la indiferencia a la
rabia y de la rabia al gusto, al gusto frenético y caníbal del fraternal
hermano.
En Rudeza innecesaria y
otros cuentos adolescentes, encontramos 25 cuentos que nos llevan a lugares
que quizás conocemos, a sentimientos que quizás también conocemos y a relatos,
algunos, que nos parecerán cercanos. Como regalo para nuestra imaginación, el
autor se encarga de presentar con belleza esos lugares y sentimientos, nos
ofrece como un posible espejo las preguntas que quizás muchos nos hacemos al
observar la realidad o al fantasear con ella:
Podemos preguntar con él en: “Pidiendo un deseo” el cuento que
cierra el apartado de Cuentos adolescentes: si el cielo siempre ha estado arriba
o en “La mujer chimuela”, si nuestros miedos pueden esconderse de nosotros
mismos. Quizás compartir con la mujer de “La vista fija” si nuestra vida y
nuestro ser no es tan nauseabundo y miserable que valga la pena acabarlo
lentamente o “pum” de un solo golpe.
En esta compilación de cuentos como en la vida, podemos pasar del
deleite al acariciar y gozar el papel de un libro como una piel de hombre o de
mujer a estar perseguidos por un fantasma feroz como una inmensa rueda, que
rueda tras nosotros, aunque al recorrer el libro tenemos la atenuante o el
inconveniente, según sea el caso, de saber que estaremos atrapados en las
letras, en la realidad alterna de la metáfora, en el mundo de la literatura.
Artemio Ríos nos muestra con esta compilación de cuentos, que no
es necesario seguir teniendo tres años, para preguntar interminablemente a las
cosas, a la vida, para desear tener historias llenas de detalles e intensidad.
Nos muestra que es posible dar rienda suelta a la imaginación para revivir
momentos de la vida y llenarlos de la luz que no tuvieron o de hacerla brillar
con mayor luminosidad.
Nos invita con cada uno de sus cuentos a deshacernos de la
opacidad que la vorágine de la vida imprime a algunas vivencias, de la luz que
le quita a momentos, aparentemente simples, sencillos. Nos invita a mirar las
calles, a los otros, a sí mismo, a la vida misma, con ojos de quien ve sin
juzgar, sin exigir a todos ellos cuentas por lo acontecido (no pide cuentas
sino cuentos), sin exigir explicaciones de lo hecho, simplemente a disfrutar de
la elocuencia y vitalidad que hay en el relato, como lo han hecho todos los
humanos desde hace tantísimo tiempo.