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lunes, 16 de diciembre de 2013

Comentario al libro "Rudeza innecesaria y otros cuentos adolescentes" de Artemio Ríos Rivera


Sobre Rudeza Innecesaria y otros cuentos adolescentes

 Sandra Ortiz Martínez

I

Es la primera vez que me refiero de manera directa y formal sobre el libro, pues en varios sentidos he sido testigo de su manufactura como libro, no de cada cuento, sino de su compilación; quizás podría contar los chismes y datos curiosos por los que pasa un autor al hacer un libro, pero creo prefiero hablar de la impresión que ha dejado en mí haber sido “oídos” de algunas maneras de leer e interpretar los relatos que integran el libro.

 Primero, escuchar de manera siempre atenta y comprometida las anécdotas e historias que dieron origen a varios o muchos de ellos,  he notado que son narraciones, de entre muchas que cotidianamente cuenta, preferidas por Artemio; de esas que a la primera provocación desata el torrente de palabras que, como jinetes, van tras de ellas. Por ello, siempre me había costado separar las anécdotas de los cuentos, al grado de hacer ciertos reclamos justificados en quien sabe qué orgullo herido por la viveza con que aparecen ciertos personajes femeninos.

La posibilidad de separar las anécdota de los cuento y de deshacerme de la lectura parcial (muy parcial) de los segundos, abrir los caminos para disfrutar del texto literario escrito e inclusive su prehistórico ejemplar oral, la bridaron los y las lectoras que han venido comentando el libro en presentaciones anteriores.

 Escuchar la lectura que hacen quienes no sólo no son lectores “ingenuos”, sino que además pueden aportar elementos desde la crítica literaria especializada ha sido realmente enriquecedor; además las preguntas y opiniones de quienes participan del evento también ha permitido escuchar otras voces del autor, el autor hablando de su obra, no de su vida.

 ¿Qué puedo recuperar de ello que haya cambiado mi manera de acercarme al libro y a cada uno de sus cuentos?

 La necesidad de literaturizar la vida cotidiana, la historia vivida, lo que de otro modo pasa como si no pasara. Incorporar ficción ahí donde ésta hace falta, donde si no existiera no podría contarse, ya sea porque no se ve o porque sabe amargo… o claro, demasiado dulce. No tienen que ser historias excepcionales sino cosas que uno disfrute contar.

 
La comprensión profunda de la voz de un personaje del género opuesto, porque se es capaz de construir un narrador desde el otro lado, siendo fiel al mundo de significados que está de ese lado y no del propio, contar lo que paso del otro lado por haber sido un gran lector de cómo fue mirado desde el otro lado… un espejo del espejo.

Hablar de la soledad, de sentimientos y situaciones en donde es sencillo reconocerse porque son viñetas, imagenes “apenas esbozadas”, no relatos cerrados sino narrados en un tiempo que no terminó. “Adolescentes”, les llama el autor, porque están en ciernes, porque no concluyeron y es precisamente su adolescencia la que permite que nos podamos mirar con relativa facilidad, que podamos reconocernos, porque estamos siendo y no es que ya seamos o hayamos sido.

 Por ello, porque todos somos capaces de recordar con viveza los olores de la secundaria, porque a todos nos parece que alguna historia particular tenemos con los libros y las bibliotecas, porque los perros y las cruces del tres de mayo nos convocan a jugar, porque todos nos hemos extraviado en un punto cualquiera en el horizonte, porque tenemos historias de amor que no son rosas, porque hemos conocido personajes insólitos como mujeres barbudas o chimuelas o por qué no, incluso poetas… por eso, esta intenta ser una invitación a escudriñar a meterse en el libro, con la seguridad de que no encontrará un espejo, sino un botón, un gorro o una bufanda que se parece a la que alguna vez usamos.

 
II

 Guillermo Samperio dice que el nacimiento o la historia del cuento “simplemente no puede fecharse”, pues relatar o contar historias es algo que se ha practicado desde la antigüedad; sin embargo, afirma que “el cuento aparece muy temprano en la vida de un ser humano” cuando el niño a los tres años, al aprender en “su discurso la estructura del relato” despierta a la curiosidad, al deseo de saber más, de saberlo todo. El “por qué” interminable del niño obliga a su interlocutor a hacer uso de la imaginación, pues éste no se conforma con síntesis de lo que ocurrió, quiere detalles, todos los detalles posibles y hasta los imposibles. Y es en este espacio donde aparece la ficción, lo que la imaginación crea en la anécdota inicial.

 Cada cuentista, cada autor de un cuento, puede saber hasta donde cada uno de sus relatos es vivencia real o ficción, aunque estoy segura, que ninguno querrá hacer esta aclaración.

 La intensidad narrativa que caracteriza al cuento nos envuelve en una atmosfera apasionante que uno no desea abandonar para ir en pos de intereses más allá de la propia historia, de los detalles con que es contada.

 En los cuentos de Artemio Ríos encontramos muchos ejemplos en donde uno no desearía ser distraído:

Cuando Roberto en “Cantando cumbia”, decide qué hacer con las monedas que ha juntado con ayuda del güiro: pagar un cuarto de hotel en que abandonará su virginidad a la mesera que a la que canta todos los días o el habitual Resistol 5000 que lo hace olvidar.

 Cuando en “La Sanjuanera” Miguel mete la mano bajo la falta de la Julieta y el pueblo que celebraba la fiesta de San Juan, decide bailar también en la fiesta de la venganza.

O cuando en el pastizal los conejos pasan de la indiferencia a la rabia y de la rabia al gusto, al gusto frenético y caníbal del fraternal hermano.

En Rudeza innecesaria y otros cuentos adolescentes, encontramos 25 cuentos que nos llevan a lugares que quizás conocemos, a sentimientos que quizás también conocemos y a relatos, algunos, que nos parecerán cercanos. Como regalo para nuestra imaginación, el autor se encarga de presentar con belleza esos lugares y sentimientos, nos ofrece como un posible espejo las preguntas que quizás muchos nos hacemos al observar la realidad o al fantasear con ella:
Podemos preguntar con él en: “Pidiendo un deseo” el cuento que cierra el apartado de Cuentos adolescentes: si el cielo siempre ha estado arriba o en “La mujer chimuela”, si nuestros miedos pueden esconderse de nosotros mismos. Quizás compartir con la mujer de “La vista fija” si nuestra vida y nuestro ser no es tan nauseabundo y miserable que valga la pena acabarlo lentamente o “pum” de un solo golpe.

En esta compilación de cuentos como en la vida, podemos pasar del deleite al acariciar y gozar el papel de un libro como una piel de hombre o de mujer a estar perseguidos por un fantasma feroz como una inmensa rueda, que rueda tras nosotros, aunque al recorrer el libro tenemos la atenuante o el inconveniente, según sea el caso, de saber que estaremos atrapados en las letras, en la realidad alterna de la metáfora, en el mundo de la literatura.

Artemio Ríos nos muestra con esta compilación de cuentos, que no es necesario seguir teniendo tres años, para preguntar interminablemente a las cosas, a la vida, para desear tener historias llenas de detalles e intensidad. Nos muestra que es posible dar rienda suelta a la imaginación para revivir momentos de la vida y llenarlos de la luz que no tuvieron o de hacerla brillar con mayor luminosidad.

Nos invita con cada uno de sus cuentos a deshacernos de la opacidad que la vorágine de la vida imprime a algunas vivencias, de la luz que le quita a momentos, aparentemente simples, sencillos. Nos invita a mirar las calles, a los otros, a sí mismo, a la vida misma, con ojos de quien ve sin juzgar, sin exigir a todos ellos cuentas por lo acontecido (no pide cuentas sino cuentos), sin exigir explicaciones de lo hecho, simplemente a disfrutar de la elocuencia y vitalidad que hay en el relato, como lo han hecho todos los humanos desde hace tantísimo tiempo.

 

 

 

 

 


Video del Ejido San José

Evidencia a mitad del proceso...