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viernes, 18 de diciembre de 2020

Cuento o novela


Cuento o novela

Sandra Ortiz Martínez

Artemio Ríos Rivera

                        

 

Se repitió con fastidio que no escribiría un cuento, pensó que quería hacerlo sólo porque en él era un recurso, aparentemente fácil. ¡De todo escribe cuentos!, sobre todo de ellas, de sus historias con ellas, de sus mujeres.

Estaba harta de pensar en él, 

de que su vida tuviera un gran hueco y se llenara de él, de una relación que sólo le dejaba esa extraña sensación de resaca y vacío, de tristeza profunda en el corazón. Como si en el fondo, al pensar en un cuento, presintiera que su historia terminaría pronto, en un abrir y cerrar de ojos, o quizás no tanto, pero que terminaría, eso sí de manera intensa, pero rápida.

 

Daba vueltas, después de leer los cuentos de él, resultaría fácil hasta copiarle el estilo: escrito en primera persona, luego de describirse, de encargarse que se supiera que él y nadie más estaba detrás, armar la trama, contar la historia. Disfrutaba leerlo, le gustaba quién era en sus relatos, ese ser de ficción que se describía en su historia.

 

Pensaba, reflexionaba que, desde aquella primera tarde juntos, muy cerca de San Juan de Ulúa a donde la llevó a conocer y conocerse, a tocarse por primera vez; en donde disfrutó la tibieza de su cuerpo para guarecerse del viento enrachado del norte. Recordaba la discreción con que su boca sabía besar; desde esa tarde, estaba claro que a ella le hubiera gustado vivir su historia, de ella, no la de él. Su trabajo de maestro rural, de activista político, de antropólogo formado en el marxismo, de poeta, de escritor de cuentos, de casanova e inclusive ahora, que en su cumbre profesional era una mezcla extraña de literato, investigador y maestro.

 

Y ahora, después de un par de años intensamente compartidos, se había enamorado del pasado de él, no de él sino de su historia. Se descubría con una necesidad enorme de repetirlo, de seguir sus pasos, por lo menos en eso que, ella leía como: “escribir sus cuentos para curarse el corazón o la desazón”; sí, la frase era divertida. Ella sabía que no podría ser ni socióloga formada en el marxismo; ni maestra rural. Se divertían diciendo que reproducirían las viejas prácticas charriles del sindicato y ella compraría su plaza de “profeta”, como a él le gustaba decir. Ella sabía que su vida necesitaba de una red más amplia, con más gente, no de coyuntura sino de larga duración. 


Necesitaba más cosas que las que ofrece una escuela y una comunidad perdida en una de las sierras de las grandes montañas. Intuía que, si regresaba al activismo político, no sería como el que él había tenido, no lucharía por la dirigencia desde la izquierda de una sección sindical; ni tampoco haría huelgas de hambre en una plaza, ni se desnudaría como parte de una manifestación de protesta. Se desnudaría sí, como le gustaba hacerlo: ofreciendo la humedad de su cuerpo como la sustancia sagrada para realizar el rito excelso del amor y la libertad que ofrece la intimidad de la sexualidad.

 

En el fondo, sabía que tampoco sería poeta; que no tendría hijos, por lo menos biológicos, como sí los tenía él. Y, ¡puta madre, no por piedad! tampoco escribiría cuentos. Quería pero, no podía repetirlo, aunque le fascinaba, ella quería escribir su propia vida, su, también, propia historia.

 

Por eso le encabronaba tanto sentir ese deseo ineludible y claro de escribir un cuento, un cuento que contara su historia con él; como él lo había hecho tantas veces con ellas. Se fumo un cigarro, bebió un poco de café y se fue a la cama, esperando que las hadas de su sueño repitieran la magia nocturna de amarrar, con hilos secretos, orilla con orilla, las breves fisuras que la vida dejaba en su alma.

 

Amaneció con un humor amargo, con ganas de llorar y pensó, “otra vez, pinches hormonas, hacen de mi lo que quieren y lo seguirán haciendo hasta que me muera”. Se levantó, abrazó a su perro juguetón, se acicaló y salió de su casa, para comprar en la primera tienda que encontrara, una barra de chocolate, a ver si aminoraba un poco los estragos del síndrome pre-mestrual y también para tomar fuerzas y visitarlo a él, a primera hora, en su oficina.

 

En el camino, mientras recorría las calles del centro, magníficas y relucientes a esas horas del día, casi madrugada, en que se alumbran con sol nuevo y están huérfanas de marchantes; pensaba que además de dejarle el primer borrador de su tesis, que prometió revisar y leer críticamente, y que serviría para, por fin, acreditar su licenciatura. 

 

El “trabajo recepcional” del que su inepto asesor no había comentado nada el muy imbécil, eso no le servía. Sólo se esmeraba por complacerla y decirle que era un trabajo magnífico, digno de presentarse en el colegio de posgraduados. Recordaba la cantaleta: Las ideas que expones son brillantes, dialogan paritariamente con los mejores planteamientos de la Filosofía Latinoamericana actual… ¡Sí!, decía ella hacía sus adentros, si usted no fuera un honorable cabrón urgido de cama y yo no fuera una fósil de la facultad, como si no supiera que esos son sus argumentos para que las tesistas urgidas aflojen. Si no necesitara su firma aprobatoria, le metería mis brillantes ideas impresas y enrolladas por el culo. 

 

Mientras pensaba en que por fin le entregaría algo que sólo ella había hecho, que la exponía y evidenciaba en los frágiles caminos de su pensamiento frente a él, sobre la vida como una novela. A él a quien tanto respetaba y por eso le interesaba especialmente su opinión del texto y confrontarlo académicamente; pensaba que además buscaría un lugar escondido para darle un beso, sin el temor a las miradas de su equipo que, como un ejercito obrero de hormigas, hurgaban en los archivos de historia para encontrar el material necesario que nutriría la Historia no oficial de los lideres del SNTE de 1950 al 2000, proyecto por el que él realizaba una estancia posdoctoral en el Archivo General de la Nación.

 

Cuando llegó a las instalaciones del mítico Palacio de Lecumberri y mientras se dirigía a su oficina o cubículo, como ella prefería llamarlo, sintió un hueco en el estomago, no sabía si porque pronto él leería y criticaría férreamente su trabajo o porque recordó su pelea interna la noche anterior por escribir un cuento sobre ellos dos. Junto con este recuerdo vino otro, de unas semanas antes, mientras ella lo esperaba terminar su clase y él disertaba para sus alumnos de la Universidad, sobre la diferencia entre el cuento y la novela histórica, a ella le parecía interesante la analogía que hace Cortázar sobre ambos géneros literarios con una fotografía y una película, y que él recuperaba en actitud pedante y magistral diciendo con elocuencia “el cuento narra un hecho, como la fotografía presenta una sola imagen, la novela en cambio, como en una película, cuenta una secuencia de hechos”, con un poco de vértigo siguió caminando rumbo al encuentro. Estaba claro, él prefería el cuento, ella la novela.

 

Llegó a su oficina y tras sonreír amablemente a la secretaria que alegre preparaba café, entró para encontrarlo metido en la pantalla de su computadora, revisando correos y tomando algunas notas. Olvidó aquello del beso a escondidas, le sonrió, lo saludó como debía hacerlo, con un beso en la mejilla y un apretón de mano, le entregó el impreso de su tesis y se dispuso a salir. Él parecía indiferente, ensimismado, no notó el nerviosismo con que ella se detuvo antes de cerrar la puerta, para regresar, abrazarlo fuerte y decirle: por favor, si un día escribes algo sobre mí, algo sobre nuestra historia, no escribas un cuento, que sea una novela, necesito saber que hay muchos episodios más después de San Juan de Ulúa.

 



FOTOS:


San Juan de Ulúa https://www.inah.gob.mx/red-de-museos/8909-museo-local-fuerte-de-san-juan-de-ulua


 San Juan de Ulúa 2 https://www.turimexico.com/estados-de-la-republica-mexicana/veracruz-mexico/monumentos-historicos-en-veracruz/san-juan-de-ulua-veracruz/


AGN http://glosarioarchivoagn.blogspot.com/p/glosario-archivo-agn.html

 




miércoles, 16 de diciembre de 2020

Traicionera memoria

 Traicionera memoria

(ficción crónica o crónica ficción)  





Artemio Ríos Rivera


Estas memorias o recuerdos son intermitentes 
y a ratos olvidadizos porque así precisamente
es la vida. La intermitencia del sueño nos permite
sostener los días de trabajo. Muchos de mis 
recuerdos se han desdibujado al evocarlos, 
han devenido en polvo como un cristal
irremediablemente herido.

PABLO NERUDA
 

Corría el año de 1976, mientras recibía mi carta de aceptación para ingresar a la preparatoria, mercenarios anticastristas, espías chilenos y un agente de la CIA, por órdenes de Pinochet, asesinaban en Washignton a Orlando Letelier, excolaborador de Salvador Allende en su aventura socialista chilena. Nuestro país recibía exiliados del cono sur, quienes huían de la persecución de las dictaduras militares. 

Estaba en la ciudad de México, recién salido de la secundaria, recién habitante solitario de la ciudad, mi madre se había separado de su pareja y huido de él a trabajar en Houston. El sentimiento de desamparo era atroz, la vida dependía de la carta de aceptación para seguir estudiando. Ésta llegó y me tocaba inscripción en el CCH Azcapotzalco, no eran mis rumbos, yo me había movido por el sur y oriente de la ciudad, no con los bárbaros barrios del norte. 

No sé cómo, busqué y logré un cambio a la Escuela Nacional Preparatoria No 4, en la avenida Constituyentes, por la salida a Toluca, tampoco eran mis rumbos, pero mi moral victoriana se sentía un poco aliviada por los prejuicios que nos habían vendido en contra de los Colegios de Ciencias y Humanidades. No eran escuelas, decían, sino experimentos, nidos de activistas, inventos de los revoltosos del movimiento estudiantil del 68.

Mientras Taxi driver se exhibía en salas cinematográficas inalcanzables en esos momentos para mí, yo corría entre un cuarto de vecindad en la San Simón, por Culhuacán; la escuela en Constituyentes y un trabajo de medio tiempo en Avenida Universidad y Doctor Barragán. Era mortal, con dinero para mal comer, una cama en un piso de tierra para mal dormir, correr todo el día para medio morir en las noches sin ánimo para hacer tarea o estudiar.

Me cambié de casa, de escuela y de trabajo. Un cuarto de azotea en la colonia Obrera me recibía regularmente; la Prepa No 2 que entonces estaba en la calle del Carmen, en pleno Zócalo, era mi nueva escuela; en el Centro San Juan de Telmex trabajaba de aseador, en horario nocturno, por el rumbo de El Salto del Agua y el Eje Central, atrás del cine Teresa. Ahora la vida casi me sonreía, el tiempo me alcanzaba más, aunque el dinero seguía siendo magro.

En la prepa Erasmo Castellanos Quinto, me recibió un grupo de amigos congregados alrededor de Torales, de ahí recuerdo al Fraile, a Gordillo y a una compañera con la que me fui ipso facto a fajar en las catacumbas. Los temas eran el billar, las ranitas, y la vida escolar de la preparatoria. La propensión a la lucha social me llevó a acercarme al Movimiento de Estudiantes Socialistas (El presente es de lucha, el futuro es nuestro, pregonaba su eslogan), organización estudiantil del Partido Comunista Mexicano, eventualmente ayudaba a elaborar el periódico mural, a botear en los camiones del centro de la ciudad y participar en alguna de las Marchas que salían de San Cosme o Chapultepec rumbo al Zocalo de la gran ciudad, aunque no llegaban tan lejos, generalmente se quedaban en el Hemiciclo a Juárez.

En ese año del 77, consolidaba mi mistad con Carlos y Torales, al tiempo que Campanita conquistaba a Braulio y se iniciaba la zaga de La guerra de las galaxias. La UNAM se enfrentaba a una huelga encabezada por un recién nacido Sindicato de Trabajadores de la UNAM. Durante toda la huelga yo, prácticamente iba del trabajo a la escuela, ahí se leían todos los diarios, se discutía el movimiento de la opinión pública y la correlación de fuerzas entre las autoridades y los trabajadores de la UNAM a la luz de los posicionamientos de diferentes actores nacionales, de los columnistas, de las cartas y del tipo de notas que se publicaban en los medios. Fueron casi tres semanas de un intenso aprendizaje imperceptible, salíamos en brigadas a repartir volantes a los camiones, a vocear y volantear; hacíamos carteles y periódicos murales. Una de esas tardes, estando un pequeño grupo de estudiantes jugando futbol en un desierto patio central de la escuela tomada por los huelguistas, fuimos apedreados por los porros desde las azoteas a las que habían arribado por un pequeño hotel de la calle de Moneda, a un costado del Palacio Nacional. 

Al participar en las marchas por el Paseo de la Reforma era como un poseso gritando todas las consignas a todo pulmón hasta terminar ronco. Por ese motivo los del MES me apodaron el Gritón. Había dos maestros memorables, en ese sentido, un laboratorista medio hippie que tenía bombas molotov en su aula de experimentos; y un psicoanalista que había observado, clínicamente, el efecto del ácido lisérgico entre sus alumnos voluntarios en 1968. Por esa razón fue perseguido y hostigado por la policía durante varios años, en ese momento estaba todavía muy ciscado y medio paranoico. Olvido involuntariamente nombres de maestros, camaradas y compañeros, pero algunos acontecimientos están claros en mi memoria, si es que ésta no me traiciona y no invento demasiado: si no recuerdo, fabulo.

En algún momento fuimos a la preparatoria Issac Ochoterena, ubicada al centro del rombo que forman Insurgentes Sur, Reforma, Balderas y Avenida Chapultepec, para hacer un mitin que impidiera las clases extramuros que esquiroleaban a la huelga. La adrenalina se agolpaba en el cerebro, la sangre ponía roja la cara, el cuerpo temblaba, las cosas se veían en otro tiempo, en otra dimensión, yo estaba entre los improvisados oradores. Esa escuela había tenido su triste e involuntario papel en los acontecimientos iniciales que propiciaron las movilizaciones estudiantiles y populares de 1968.

A los 7 días del séptimo mes de aquel año, la policía intervino y rompió la huelga, unos mil trabajadores fueron a parar unos días a la cárcel y varios dirigentes tuvieron que enfrentar procesos judiciales. Yo tomaba las lecciones puntualmente de los acontecimientos sociales en el país. Durante todos esos días los periódicos hablaban de provocaciones en las preparatorias de la UNAM, de detenciones selectivas, de violencia contra las brigadas estudiantiles o de trabajadores en los diferentes campus universitarios. En el centro de la ciudad, donde estaban las preparatorias 1, 2 y 3, el trato era más diplomático, sólo vigilancia evidente para amedrentar a los participantes. Nuestra participación no era “tan heroica” como la de los que eran víctimas de la represión.

Pero también éramos propicios a las manipulaciones porriles, en las vísperas de los encuentros de futbol americano entre las Águilas Blancas del Instituto Politécnico Nacional y los Pumas de la UNAM, en Ciudad Universitaria; la quema del burro propiciaba desmanes, porras, hordas de adolescentes vociferantes alrededor de la catedral en una alborotada búsqueda de identidad. El río revuelto favorecía el atraco de refrescos, cervezas y botanas en las tiendas que salían al paso de los grupos estudiantiles. Yo, un adolescente sin arraigo, sin familia en la ciudad y sin identidad, me expresaba con la estridencia necesaria en esos escenarios. Creo que, en uno de esos marcos, Carlos se agarró a chingadazos con un porro, lo madreo en un dos por tres, y corrió a resguardarse de la golpiza que le prometían los vándalos amigos del caído. Carlos se metió sorpresivamente a un edificio de la Secretaría de Hacienda, resguardado por policías, no supe a qué hora salió de ahí, eso lo salvó por el momento. Después, su primo, de violento pasado, fue a mover sus influencias para evitar la venganza en la humanidad de nuestro compañero. El primo había sido porro en el 71, de premio le dieron una prefectura en secundaria. En la prepa 2 los porros eran comandados por el Mosco, quien tenía plaza administrativa en la biblioteca central de CU.

Un mes antes de la huelga habían asesinado al profesor Alfonso Peralta, le dieron un tiro cuando se encontraba en los patios del CCH Azcapotzalco, en esos momentos se estaba preparando la huelga, el profesor era delegado en el Consejo General de Huelga del STUNAM. Al otro día del asesinato los del MES pintamos una barda, en protesta por el hecho. La pinta fue en pleno Zócalo, frente a la preparatoria, en eso se nos acercó un porro para decirnos que nos dejáramos de pendejadas, que nos estaban apuntando con un arma desde una azotea vecina, que dejáramos de pintar o iban a disparar, el cuate estaba bastante drogado. Seguramente no era cierto, pero si nos amedrentaba la advertencia.

Mi compañero en la pinta tuvo miedo, fuimos a ver al Bonito, entonces subdirector de la escuela, para exponer el caso y pedir garantías. A mí me daba igual, nadie me esperaba en ningún lado. Terminamos la pinta y así lo consigné unos años más tarde en un poema:



… Ciudad de ratas

Elefantitos

Y ositos retozones

De nalgas rozagantes

Y pelos de colores

Ciudad de podredumbre

De opulencia y costumbre.

Así yo te recuerdo:

Mataron a Peralta

—tomamos una barda—

golpearon con la razzia

—presta

saca

atraca

y puto el que se raje—.



La calle 16

Muchachos a correr

Porque viene la tira

Y nos viene a joder…



A media tarde, antes de las últimas clases, salía yo a la panadería a una cuadra de la prepa a comprarme un ojo de pancha, algunos me identificaban por eso: ¿de quién están hablando?, del chavo que llega con su pan a la clase, ¡¡ah!!, sí, ya sé quién es. 

Tuvimos maestros generosos como el de literatura universal y el de anatomía, fisiología e higiene. Tuvimos maestras deseables, como Marcela o la de francés, que alborotaban nuestros adolescentes sueños. Tuvimos maestros Gays, unos de responable y académica actitud, otros verdaderamente patéticos e irresponsables. La memoria vive en las cabezas de los otros, en la mítica memoria colectiva. La propia son recuerdos inventados, son un mundo posible que no sé si fue o sigue siendo en el presente. Regresando a Neruda, que abre con el epígrafe, que cierren sus palabras "sumergido en estos recuerdos debo despertar de pronto". 


*FOTOS

 

Stunam.  https://juntasdefensivasuniversitarias.wordpress.com/2018/04/12/a-40-anos-de-la-heroica-huelga-del-stunam-de-1977-lecciones-y-tareas/

 

 

LCI. https://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/2/29021940.jpg

lunes, 14 de diciembre de 2020

Emergente salida

Emergente salida

Artemio Ríos Rivera

 

Nunca había creído en salidas de emergencia; viejo capitán de fragata al garete.


Siempre se sostenía a pie firme, hasta el final, por el rumbo que la vida le marcara. 

 

Sostenerse a pie firma, como si eso se pudíera decir de andar con el alma encorvada, con una rodilla descalcificada y estraviada la vista. Sostenerse a pie firme era, sin duda, quedarse tirado en cualquier quicio completamente ebrio.

 

Le habían tocado, al menos, cuatro sismos memorables en esa sincopada ciudad. En realidad su vida era un sismo permamente, temblor perene y sin sentido. No había hecho nada por resguardarse de los movimientos telúricos, no era valor sino desconcierto, parálisis disimulada por no saber qué hacer en casos de emergencia. A los demás les parecía estoico, centrado.

 

En la mañana, de noche o en pleno día, veía desbordarse el agua del estanque público donde abrevaba. Vaíven rítmico, pulso frenético con que el piso, antes lacustre, reacomodaba sólidos, plasmas en sus entrañas o eructaba gases iinfectos que sacudían un desmesurado y fracturado cuerpo de inmensos deshechos. Corpus desdibujado en una irregular superficie que poco a poco se hundía en sí misma. Sus líquidos corrían sin cauce, su corazón era convulso. 

 

Cuando del inocente consumo de un cigarro pasó a la caña y empezó a escalar, inalterable, hacía cualquier droga que un cualquiera pusiera a su alcance, todavía era adolescente hijo de familia, aunque se presumía descastado. Al llegar a los inhalantes industriales sintió que se lo tragaban las alcantarillas en las que a veces, sin saber cómo, se metía a esperar la resaca. Húmeda vagina de hálitos y flatulencias cálidas. 

 

Con el tiempo ya no era el dulce vértigo de la caída postergada, ya no era flotar en la inexistencia, ahora era el golpe seco al tocar el fondo. Entonces sentía la necesidad de que su madre insistiera en la rehabilitación del vaztago, en el castigo ejemplar metiéndolo a un anexo para drogos. Que se haga señora tu voluntad, que sea el albedrío de otro para no traicionar la propia falta de voluntad. El viento no podía tomar decisiones sin sentirse incongruente con lo que había “decidido” hacer de su vida. Rafagas al garete lo llevaban a remolinarse en sus propias heces.

 

Perdido como estaba en su galimatías, aislado de su familia que literealmente no lo encontraba, supo que no había salidas de emergencia. Que en todo caso él tendría que emerger, poco a poco, de sus propios deshechos, pero no tenía esa voluntad. No había salida de emergencia, donde mágicamente, en un abrir y cerrar de ojos todo estuviera resuelto, superado.

 

La matriarca no quiso abortar, no aceptó esa fuga y ahora estaba tan perdida como él, cargando culpas inexplicables, queriendo hacer su anuencia en el otro. Ahora era una plañidera ejemplar que buscaba a su hijo quién sabe dónde, en qué cuneta del desolado camino. Ahora era una verdadera progenitora.

 

En su inconsciencia, en su voluntaria huída de sí mismo, él sabía que tenía a alguien, por eso, a su pesar, indefectiblemente buscaba a su predecesora. Así, aún afectado, roñoso, sabía que podía buscar la gracia a su desgracia. Que su matriz podía ser la luz para salir del tunel, boca, vagina, nuevo parto. Sólo su raíz obligaba a sus aéreas hojas aferrarse a la tierra.

 

Como buen patriarca, cimentado en teorías antipatriarcales, no tenía ninguna confianza en su progenitor. Como buen anarquista era autoritario. Desconfiaba de la indiferencia que no lo obligaba a dejar los estimulantes, no era nada tranquilizante. Recelaba que lo dejara elegir sin límites, cuando él no podía hacerlo en realidad, no sabía cómo proceder. 


Necesitaba ser obligado, con gusto habría obedecido a la figura íntima de autoridad, pero su padre no creía en salidas de emergencia. 

 

Tres, cuatro lustros escondido en los parques, en las cloacas del centro, en los mercados viejos que siempre le ofrecían minas amontonadas de deshechos, siempre había un jitomate o un pan reblandecido que abonaba a su ayuno.




En el mercado le ofrecían trabajo: sacar la basura, barrer, cuidar de noche, pero él sabía que esas eran trampas, que no llegaban a salidas de emergencia, escuchaba las ofertas con indiferencia y aceptaba las recriminaciones con solvente desenfado sin reticencias. Lo creían un cínico o un enfermo mental. 


Él se sabía, en medio de su catástrofe, un hombre de principios y no iba a claudicar.

viernes, 11 de diciembre de 2020

La zapatilla de cristal

 La zapatilla de cristal

 Artemio Ríos Rivera


Él era edecán de un decadente circo, su uniforme militar se complementaba con un tambor que golpeaba al compás de lo que iba aconteciendo en la entrada. Redobles a los caballeros, silbidos coquetos a las damas, trompetillas a los jóvenes, sonidos nupciales a las parejas jóvenes.
 
El Cremas, así lo conocían en el circo porque se embadurnaba cualquier afeite en la cara y las manos; era un verdadero fenómeno, le faltaba un pie y, sin embargo, podía con la muleta, el tambor y su personaje uniformado.
 
Ella era estudiante de danza en la universidad, venía de los arrabales. Era la primera generación de universitarios en su antigua familia. Trabajaba los viernes y sábados por las noches en un centro nocturno para pagarse los estudios y tener tablas, justificaba. Enfrentar a un público difícil, patriarcal y borracho, de imprevisible exigencia, la ayudaba a prepararse para debutar con cualquier ballet del mudo, decía.
 
Como era corto de entendederas, el Cremas no salía del circo. Toda su vida social e íntima la hacía en ese lugar de carromatos y carpas deslavadas, no conocía más mundo. Ese día se sentía triste, solo, después de la última función salió a caminar.
 
Cansado, desorientado, se sentó a mirar el cielo en la esquina que conformaban dos calles que hacían una cuchilla. El local tenía tres vistas: un frente, atrás y el costado de la pirámide truncada. El Cremas estaba entre la puerta de servicio y la entrada a un breve estacionamiento. Le llamó la atención la música y el haz de luz que salía por un pequeño hueco en los cristales pintados de negro. Se asomó y la vio: radiante, extendida desde las puntas de los pies hasta los dedos de su mano que apuntaba al cielo, la otra se sujetaba al tubo descromado, con oxido. 
 
Sujeta del caño bailaba y hacía piruetas en un pie, todo su atuendo era un tutú amarillo un poco largo para el lugar. Ella calzaba una enorme zapatilla transparente, de cristal le pareció al Cremas, con una plataforma de 10 centímetros.
 
Fue un segundo luminoso, pero parecía una eternidad. La figura espigada se quedó en el centro de su ser. De pronto sintió un golpe en la espalda: órale pinche orate, sáquese. Aquí, como en el pocar, se paga por ver. Cojeando, a grandes trancadas entre muleta y pie, haciendo largos compases llegó jadeante y lloroso al pequeño coliseo. 
 
Desde entonces no podía sacarse la imagen de la cabeza. El circo llegaba al final de su temporada en esa ciudad. No se podía ir así, decidió acercarse al club nocturno. 
 
Sigilosamente se asomó por el mismo hueco de luz, las llameantes luces lo deslumbraron. Después de la sorpresa, comprendió. Adentro era el caos, gritos y carreras. El local se estaba quemando. En el centro de la pista vio, a un lado del tubo, una zapatilla de cristal tirada. Cuerpos de mujer corrían en sentido opuesto a su observatorio, entonces la vio o creyó verla. El tutú había sido alcanzado por las llamas. 
 
Uniformado se sentía especialmente fuerte. Corrió a saltos y se metió al infierno buscando la bailarina coja. Pero, no, no había una sola mujer renga. Se tardó una eternidad mirando piernas y las caderas de donde provenían. En medio de las llamas perdió su muleta y no pudo salir a la calle.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Instrucciones para ser un polígrafo

 

Instrucciones para ser un polígrafo

 

Artemio Ríos Rivera

 



Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de escribir como polígrafo, entendiendo por esto una escritura que no ingrese en el tedio, ni que insulte a la inteligencia con unas formas torpes, monótonas y desgarbadas. Un polígrafo es un buen escritor en varias tipologías textuales o en varios géneros literarios.

 

    La poligrafía media u ordinaria consiste en una producción general de escritos variados, con la característica que ya señalé con anterioridad, y una sensibilidad acompañada con soltura de mano y capacidad para leer el mundo, esto último al principio y al final, pues la poligrafía se acaba en el momento en que uno plasma enérgicamente su lectura de los mundos. 

 

    Para escribir, dirija la imaginación hacia los demás, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en su mundo interior, piense en una gallina con muchas plumas cubierta de colores o en esas bahías donde los barcos llegan y se van, como dice el poeta, pero bahías imaginarias en las que no entra nadie, nunca de manera presencial, física. Vaya, con la sana distancia son pocos los riesgos, así podrá  llegar al dominio de múltiples géneros. 

 

    El escritor se tapará con humildad los ojos usando un antifaz para dormir, con hoyos, como redes, así evitará que la fama provoque tumultos callejeros para lincharlo amorosamente. 


    Los niños escribirán con las dos manos, con todos los dedos, de preferencia en un rincón de la casa. En las calles, hoy día la gente no aprecia el arte de los amanuenses. 


    Duración media de la escritura poligráfica, tres veces tres por tres por tres. Si no entendió la ecuación, no se preocupe. Yo tampoco, solamente parece un capricho de aprendiz o aspiración intelectual del escribiente.


    Sé que usted pensará que es una gran pretensión de mi parte hacer un texto instructivo sobre la poligrafía, dirá que el que instruye sabe o pretende saber. No es mi caso, yo a lo más que llego es a grafitero, aunque ya es un paso. En realidad sólo hago un ejercicio por encargo de mi maestra de caligrafía; quien, además, me puso a leer a Cortazar.





Video del Ejido San José

Evidencia a mitad del proceso...