Seguidores

martes, 27 de abril de 2010

PIEDRA DE RÍO I

PIEDRA DE RÍO I


Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma…
Borges



Cuerpo de ribera

Fluir constante en un río de manos

Saludan

Palmean

Tocan

Acarician y golpean incluso.



Manos: perenne contacto

Ribera: porosa frontera en nuestras vidas.



Cuerpo a cuerpo pulido

De suaves curvas y oscuras cavidades.

Asperezas limadas

Por la violenta ternura del amor

Por la caricia cotidiana.



Tu dúctil cuerpo posándose en mis yemas

En ti deslizo mis artesanas manos

Adivinando oquedades y protuberancias.



Líquidamente paso en tu materia

Te amo y, satisfecho, repito con desesperanza:

Nadie se baña dos veces en el mismo cuerpo.

Movimiento y orden social

Movimiento y orden social

Artemio Ríos Rivera

Ella está en el horizonte —dice Fernando Birri—.

Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.

Camino diez pasos y el horizonte se corre diez

pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca

la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso

sirve: para caminar.

Eduardo Galeano


En el siglo XVIII Linneo desarrolló un sistema de clasificación botánica que rápidamente se expandió por el mundo. Descartes y Aristóteles, entre otros, habían iniciado tareas similares. Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon(1), contemporáneo de Linneo, publicó en Francia la Historia natural general y particular, en cuarenta y cuatro volúmenes ilustrados (1749-1804), aunque prescindió de todo tipo de clasificación, el conde de Buffon intentó, como Linneo, ordenar la naturaleza, nombrarla, hacerla asible, explicable y predecible; pretensiones acordes con los paradigmas científicos del Siglo de las Luces. Aunque entre Buffon y Linneo existió un marcado celo y evidente rivalidad por la forma de ordenar a los seres vivos, en aras de la ciencia, consideramos, perseguían finalidades similares.

La sistematización científica necesita ordenar ideas, archivos históricos, documentos, fuentes de información; requiere ordenar la naturaleza, los animales, las plantas, los minerales, en fin el universo mismo; pero, a los científicos no les basta con codificar —la más importante función de la sociedad es nombrar, el hombre está congénitamente compelido a imponer orden significante a la realidad— las cosas, el entorno, y crear las ciencias; es necesario ordenar la convivencia social, no sólo para su estudio, sino también para su control y destino, hablando en una “perspectiva positiva” de la ciencia. Este tipo de inquietudes no surgen de la ociosidad del hombre erudito, son preocupaciones sociales que el científico expresa como parte de su ser social, de su pertenencia a un mundo que para ser explicado requiere de una forma de clasificación, de ordenamiento. El orden viene a ser un asunto no solamente de la sapiencia, sino también del actor común, y, sobre todo, del poder con mayúsculas, además del poder que se diluye en un campus y que se negocia constantemente de acuerdo al capital de los sujetos y sus apuestas, como lo plantea Bourdieu.

En otro orden de ideas, Carlo Ginzburg (41) refiere los alegatos de un molinero italiano, durante el siglo XVI, ante el Santo Oficio: “Yo he dicho –aclara Menocchio- que por lo que yo pienso y creo, todo era caos, es decir, tierra, aire, agua y fuego juntos; y aquel volumen poco a poco formó una masa, como se hace el queso con la leche y en él se forman gusanos, y éstos fueron ángeles”, con estas palabras el molinero friulano trató de explicarse el origen de las cosas y la negación del caos; definir un orden y origen para el hombre y el universo, una interpretación que pretende enmarcarse en el paradigma escolástico, es el objetivo del molinero; pero al ser una elucidación libre sobre el orden divino y su explicación poco ortodoxa para la época, por contraponerse a la versión del orden cristiano, fue motivo suficiente para ser condenado, el molinero, a morir en la hoguera por el Santo Oficio.

Dentro de las pocas lecturas que Menocchio había tenido a mano, para formar sus conclusiones, estaba el volumen de cuentos Cien novelas (El Decamerón) de Boccatio; Ginzburg interpreta (a partir de las actas inquisitoriales donde se consignan las declaraciones del molinero) que el procesado había sacado deducciones incompatibles con la visión dominante del mundo en ese momento; tal inspiración del molinero se rastrea, de acuerdo con Ginzburg, a partir de la interpretación del tercer relato, de la primera jornada, de El Decamerón, sobre la leyenda de los tres anillos; casualmente “la leyenda de los tres anillos había sucumbido a las tijeras de la censura de la Contrarreforma, notoriamente mucho más atenta a los pasajes religiosamente escabrosos que a las presuntas obscenidades” (Ginzburg, 100) presentadas por el mismo volumen en otros cuentos; ¿Por qué es mutilado un libro que más tarde será un clásico de la narrativa universal?, ¿por qué es condenado a muerte un humilde molinero de la Italia medieval? La preservación del orden social ha justificado estás pequeñas intolerancias, y otras, muchas, atrocidades.

Parece que la idea del orden y su imposición no son un invento del positivismo decimonónico, sino una necesidad constante en la convivencia humana; sin duda se juzga necesaria una forma de disponer las cosas y la coexistencia entre los hombres, pero ¿de qué orden se trata? ¿De qué forma de convivencia habla cada quién, cada época, cada gobernante, cada clase social? ¿Al servicio de quién está un determinado tipo de orden “natural”, tanto de la naturaleza como de la sociedad?

Para reflexionar un poco sobre el tema propuesto en los párrafos anteriores nos ocuparemos, de manera central, de una serie de ideas vertidas por Sergio Zermeño (1996) en su libro La sociedad Derrotada; si bien es cierto en este texto Zermeño se ocupa de un estudio de caso (México a finales del siglo XX), nosotros tomaremos básicamente sus ideas generales vertidas con referencia al orden social, tratando de no particularizar en algún caso en específico, cosa un tanto difícil.

A los teóricos del Estado, y de la democracia moderna como la mejor forma de convivencia social, les preocupa consolidar una explicación gradualista de lo que está por venir: el transito pacífico a la democracia, o a la consolidación democrática, o a la democracia participativa, o al desarrollo sostenido, en fin, el problema fundamental es cómo hacer las cosas en armonía y preservar el orden existente en una dialéctica que permita el cambio sin rupturas, cambiar lo micro para no cambiar o cambiar lo macro, pero poco a poco sólo para evitar rompimientos que pongan en peligro el “progreso” alcanzado.

Una vez reconocido que no se puede echar por la borda el conflicto social, la cuestión es: ¿cómo hacer funcional el conflicto?, cómo manejar los movimientos sociales para que “aporten” al concierto social existente, para que existan cambios políticos sin que estos se reflejen radicalmente en otros ámbitos de la sociedad, es decir la economía (al igual que la cultura) ha sido derrotada por la política, ya que la economía de libre mercado (a la par de la cultura occidental) parece ser el marco en el que se “deben” de mover las formas de la política, para no caer en la irracionalidad sin sentido de la ruptura violenta con el ordenamiento social y su Estado de derecho, es decir podemos cambiar la política y sus formas, no la economía. Parece que los teóricos sociales del neoliberalismo descartan la idea de la revolución a partir de varios argumentos. Hay que abrazar ahora “utopías limitadas”, esto es, realistas que promuevan la profundización de la democracia o formas pertinentes de democracia participativa(2).

Se hace necesaria entonces, desde la perspectiva neoliberal, la disolvencia y el desmantelamiento de los movimientos sociales para evitar las disolvencia o el desmantelamiento de las instituciones democráticas y del orden económico; tal parece que los movimientos sociales, para algunos intelectuales orgánicos de la economía de mercado, sólo tienen razón de ser si pueden fortalecer la democracia, el sistema de partidos y el Estado de derecho, de lo contrario su carácter irracional sólo pueden llevarnos al debilitamiento de la democracia realmente existente y a la antípoda de la libertad que son el autoritarismo y los fundamentalismos antidemocráticos.

El movimiento social parece sólo tener como objetivo señalar algunos excesos para transitar o consolidar la democracia, no para proponer utopías “costosas” para la sociedad. Precipitar un reajuste económico, que no implique cambios profundos, para hacer menos drástica la asimetría social es lo que puede dar legitimidad a los movimientos ante los gobernantes y los analistas de la democracia. Zermeño plantea un cuestionamiento: “¿cómo se mantiene un orden basado en una democracia política cuando la creciente desigualdad nos aleja de la democracia social?” (Zermeño, 13), en efecto no hay una respuesta simple ante tal interrogante, no hay una sola respuesta, sería demasiado simplista plantear que Maquiavelo puede aportar una solución, para imponer la política sobre lo social: si no convences a tus vasallos, somételos. Consenso y coerción para la conservación del poder, pero sobre todo, del orden social existente. El orden global es mucho más complejo; pareciera que son antípodas la democracia política y la social.

Así pues, hay varias realidades que se sobreponen y que aparentemente no se tocan de un mismo espacio social, en el caso de nuestra patria, señala Zermeño (15), hay varios países: un México transnacional, modernizador; un México moderno, en desmantelamiento; un México roto; y, finalmente, un México profundo, el que se rebela en Chiapas. Todos estas “realidades” se disputan la nación, pero debido a su inserción en la globalidad, en la economía-mundo, pareciera que cualquier proyecto que resulte hegemónico tendrá que hacerlo —desde la perspectiva de los teóricos del sistema, de los que entienden la racionalidad y el sentido de la acción—, inevitablemente, en el marco de la democracia, la economía de mercado, el neoliberalismo y, sobre todo, por la vía pacífica para que exista legitimidad. Esta tensión entre varias realidades superpuestas abona al desorden social y a la falta de entendimiento mutuo entre los diferentes actores sociales.

Sin embargo parecería verdaderamente utópico pensar que el problema de la confrontación, incluso del enfrentamiento violento, va a dejar de existir; Engels decía que la violencia ha sido la gran partera de la historia; la violencia se expresa como forma de resistencia ante los cambios, como forma de propuesta de lo nuevo, como forma de negación del presente y a la vez como recurso de sometimiento y dominación de un Estado a otro, o del Estado hacia el conjunto de la sociedad, fundamentalmente sobre las clases subalternas, en bien de la sociedad misma, esta última afirmación es la que legitima el monopolio de la violencia por parte del Estado y de un determinado régimen político.

Hay elementos del comportamiento mismo de las sociedades que necesariamente llevan al trastocamiento del orden, sin que esto sea necesariamente un cuestionamiento de lo existente por determinados sectores de la sociedad, simplemente se da como elementos que se manifiestan como parte de la “naturaleza” del crecimiento de los grupos humanos: “El debilitamiento de las identidades colectivas y de las intermediaciones. El desmantelamiento de la sociedad. La masificación demográfica y la modificación rotunda del panorama urbano” (23), si bien es cierto estas situaciones per se no llevan a la ruptura del orden social, son mecanismos que combinados con otros contextos pueden generar escenarios explosivas que impliquen el cuestionamiento profundo del ordenamiento social existente, pero ¿propondrían un nuevo orden? No lo sé, ni sé de qué tipo.

Hay varias fuentes, según Zermeño, del desorden social, y no precisamente promovidas por las clases subalternas o los grupos rebeldes, sino producto del comportamiento mismo de la economía de mercado y las políticas del Estado respecto al desarrollo social en los países dependientes: La primera fuente del desordenamiento esta enlazada al estancamiento económico; una segunda fase implica la migración del campo a la ciudad, que aunada al estancamiento económico provoca una “pedacería social” entre creación de empleos y la incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo, donde generalmente es sensible el déficit del mercado laboral; la tercera fuente de desordenamiento, aunada al descontrol demográfico, al pasaje abrupto de lo tradicional campesino a lo urbano, a la industrialización excluyente y a la crisis de estancamiento, es la integración transnacional de los países pobres que implica una caída de aranceles debilitando las plantas productivas, a pesar de las reconversiones industriales; finalmente, la cuarta fuente del desordenamiento se debe a la debacle estruendosa del proyecto neoliberal de apertura comercial y transnacionalización. (23-26)

Pero los elementos señalados evidentemente no son suficientes para “augurar” la caída del neoliberalismo o la transición histórica hacia otro tipo de sociedad, a pesar de todo el sistema tiene muchos recursos de refuncionalización; así como hay elementos que lo objetan hay situaciones que lo avalan, encontrándose en un constante vaivén que no se puede predecir en donde se dará un cambio que trascienda el orden existente. La permanencia de la crisis parece ser un elemento consustancial que le da dinamismo al libre mercado y que lo previene para ir encontrando los ajustes a la problemática de su propia reproducción.

Desidentidad y desorden, estancamiento y ausencia de cambios, la inmovilidad pueden traer aparejadas transformaciones profundas, no siempre mensurables o medibles por la estadística. La sociedad se mide a sí misma, generalmente, en rubros formales, pero no en elementos como la economía informal o la aportación del trabajo no asalariado a la conformación del Producto Interno Bruto(3), por señalar algunos ejemplos(4), hay muchas vetas del desorden o la violencia que, seguramente, tampoco son constantemente evaluables numéricamente como lo demandan las investigaciones empíricas y positivas .

Son necesarios una gran variedad de factores para que los desajustes entre economía y sociedad (con el desorden y la tensión que traen aparejados), conduzcan a una confrontación violenta, puntualiza La sociedad derrotada (29).

La desorganización de la sociedad, para Zermeño (30-31), no tiene que ver necesariamente con los grupos emergentes, contestatarios o rebeldes, sino que en el caso de países como el nuestro es producto de las políticas mismas de Estado que responden a las directrices de los organismo internacionales, así: la desarticulación, la pauperización, la desidentidad, la anomia y, en una palabra, el desorden social, son producto de cambios de ritmo violentos: aceleración en los procesos productivos, estancamiento súbito, catástrofes, intervenciones estatales drásticas, etcétera.

Si bien es cierto los movimientos sociales(5) pueden chocar con el sistema social en su conjunto, la desidentidad y anomia se convierten, en la perspectiva de Zermeño, en una idea-fuerza en torno al desorden, en elementos fuertemente cuestionadores de la legitimidad del sistema. Ya que donde las corrientes neoliberales creen fundar un nuevo orden basado en las fuerzas del mercado, el libre intercambio internacional, la reducción de la participación estatal en la economía y la desaparición de todas las fuerzas corporativas, lo que están haciendo es incitar a la resistencia, a la confrontación. Es posible realizar una lectura alternativa y mostrar que incluso si los objetivos neoliberales pudieran cumplirse, los beneficios que de ahí derivaran no harían variar en nada las condiciones inhumanas en que se debate gran parte de la población en el mundo.

La destrucción de las identidades colectivas, la pauperización, la atomización, la polarización del ingreso y de los valores culturales y, en extremo, el desorden anómico (extrañeza, ruptura de vínculos afectivos e incapacidad de nombrar el entorno social y valorativo) son fenómenos que traen consigo las propuestas neoliberales de desarrollo para los países pobres. La anomia, siguiendo a Zermeño, es una situación extrema asociada a los procesos modernizadores que desarraigan a los individuos, los arrancan de sus tierras o de su cultura imponiéndoles la vida en ambientes totalmente extraños y sin pasado.

El desorden social se manifiesta en muchos fenómenos aparentemente individuales; no es por la pobreza o la crisis industrial y financiera por lo que aumentan los divorcios, el alcoholismo, los delitos, los asesinatos o el suicidio, sino por las perturbaciones severas al orden colectivo, cuando el individuo pierde los límites morales compartidos socialmente. La separación de la sociedad y el encierro del individuo en sí mismo pueden conducir a la pérdida del significado, a no nombrar, “que es la pesadilla por excelencia que sumerge al individuo en el desorden, el sinsentido y la locura… A la inversa, la existencia en un mundo significante, nombrado, puede ser un objetivo buscado con los más altos sacrificios y sufrimientos, incluso con el costo de la propia vida si el individuo cree que esto tiene un significado nombrado” (Berger 1967; citado por Habermas 1973; Zermeño: 31)

La lógica del crecimiento y la acumulación, genera en su evolución un orden aparente –cimentado sobre crecientes desigualdades-, que engendra a su vez un desorden creciente de índole interno (económico y social) y externo (ambiental), al disolver y absorber estructuras previas, tradicionales, que tienen un mayor grado de orden interno y una relación más equilibrada con el medio, se esta propiciando un desequilibrio social y ecológico. Estamos hablando de dos tipos de orden: uno tradicional, como parte en que las comunidades se han ido organizando de acuerdo a sus herencias culturales; otro moderno, impuesto desde arriba por el Estado; los grupos hegemónicos y los organismo internacionales necesitan hacer del planeta un gran mercado y un gran concentrado de fuerza de trabajo entregada a la oferta sin demanda de sí misma. Al contrario de los procesos de creación y evolución de la vida sobre el planeta, que son capaces de crear orden a partir de la energía solar que les llega (contrarrestando así la tendencia global del Universo hacia el desorden), el modelo vigente contribuye de forma acelerada a la creación del desorden en todos los niveles, precipitando los procesos entrópicos, por usar un término de la termodinámica(6).

Desde el punto de vista societal los cambios inesperados, los desarreglos intempestivos, repercuten casi por lo regular en anomias severas; ante tales sismos intervienen actores relativamente externos tratando de amortiguar los impactos de mayor descontrol: el Estado, los partidos y las organizaciones políticas, gremiales o religiosas, los intelectuales, etc. Cuando esto no sucede y, por el contrario, tales fuerzas se suman activa, acríticamente incluso, a las corrientes desordenadoras, fuertes sobresaltos “epocales” pueden desatarse. Pueden abrirse épocas de revolución social, para utilizar una vieja formula del marxismo, sin que esto implique necesariamente un cambio de sistema, ya que después de la tempestad viene la calma, regresa el orden.

Para Zermeño (33), las fuerzas desordenadoras en nuestro país no emergen de las fuerzas sociales autóctonas, como ya lo hemos señalado, sino que son compulsiones impuestas por los organismo internacionales usando como instrumento al Estado mexicano; hoy con los intentos integradores del neoliberalismo al primer mundo, éste Estado no sólo no ha intentado moderar las fuerzas que están devastando nuestra sociedad y nuestra cultura, sino que se unió a ellas atizándolas en un esfuerzo osado por trascender como un régimen refundador de la historia. La reconversión industrial, los cambios en los ordenamientos legales, la flexibilización laboral, el agotamiento de la reforma agraria y el cambio de régimen de propiedad en el campo son algunas de las expresiones concretas del anterior señalamiento. Puntear esto no implica considerar que el funcionamiento de las expresiones sociales sustituidas eran las más adecuadas, lo que estamos anotando es que cada vez el neoliberalismo necesita desordenar las expresiones tradicionales de los pueblos para poder continuar con la acumulación ampliada de capital, sin embargo esta acumulación tiene límites, contradicciones inherentes.

Vivimos en sociedades estáticas y a la vez en tránsito, donde los agentes dinámicos parecen no ser los actores en el terreno de lo social, sino el Estado. Lo que la modernidad no se ha cansado de desechar por sus tendencias autoritarias, pero sobre todo por su actitud rupturista, es la discusión sobre vías de cuestionamiento ligadas a las concepciones ortodoxas del leninismo, a la vía armada de la toma del poder (repuesta: las doctrinas de seguridad nacional); la idea es privilegiar, como viable, otra vía ligada al problema del Estado y su modernización, así como la política en relación con la hegemonía cambiante entre diversas fuerzas que respetan las reglas del juego democrático.

La fragmentación, desarticulación y heterogeneidad de los actores históricos, son elementos que otorgan garantías al status quo de que no habrá, al menos en el corto plazo, una respuesta masiva en contra del orden social existente. Los movimientos sociales no están llamados a jugar ese papel, de destruir el orden actual para imponer uno nuevo. Tilly (226) nos recuerda que “la mayor parte de la historia humana se produjo sin movimientos sociales como tales. Abundaron las rebeliones, las revoluciones, las acciones vengativas, la justicia turbulenta y muchas formas de acción popular colectiva, pero no la asociación, los mitines, las marchas, los petitorios, la propagandización, las consignas y el agitar de símbolos que marcan los movimientos sociales”, pareciera que por definición, los movimientos sociales sólo tiene como función el señalar ciertos abusos o asimetrías que deban ser tomadas en cuenta y abordadas por las vías institucionales.

En las sociedades modernas hay muchos medios marginales que nos hablan de anomia, decadencia, destructividad, desintegración, caos, negatividad, antisocialidad, deterioro. Estos marcos de la marginalidad son potencialmente explosivos, y pueden tomar formas violentas; los actores de estos espacios, como decía Marx al final del Manifiesto, no tienen nada que perder, más que sus cadenas(7).

No pretendemos hacer una apología de la “sociología de la decadencia”, no estamos trazando derroteros para la ruta del pesimismo, tampoco estamos abonando para una teoría “anacrónica” de la revolución. Pero, la disolución de la cohesión social, la desintegración de identidades intermedias y la particularización, el repliegue en la esfera individual y atomizada de los miembros de una sociedad, parecen ser elementos de una anomia aguda, de una desafección generalizada con respecto al orden social(8) provocando debilitamiento, fusión o desaparición de unidades sociales básicas como clases, grupos, estratos y organizaciones, lo que da lugar a formas delincuenciales e individuales de adaptación o inadaptación. Lo que hace impredecible el comportamiento de estas masas en las concentraciones sociales, sean estas políticas, religiosas, deportivas o celebratorias de cualquier signo. Por eso cada vez que hay brotes de violencia espontánea, los individualizamos y rápidamente desmarcamos a los grupos sociales donde se manifestó el desorden; a los “violentos”los definimos como: vándalos, porros, pseudoafiocionados o falsos integrantes de cualquier grey. Tememos al contagio. Tenemos que atomizarlos y señalarlos como medida preventiva ante la “violencia” que desordena el buen funcionamiento de la sociedad, o su mal comportamiento hasta ciertos límites.

Por otro lado Zermeño reflexiona a cerca de “la centralidad de los marginados” (los lúmpenes en términos marxistas), como una centralidad destrozada, el medio pobre y marginal latinoamericano tiene de todo: valores y actitudes comunitarias, delincuenciales, anómicas, populistas, consumistas-integracionistas, añoranzas de pertenencia a una clase proletaria. Los marginados pueden ser parte de los antimovimientos sociales (de los que habla Touraine) ya que se trata de formas desintegradas de algo, sin embargo se puede reimaginar un principio de unidad, intentar encontrar principios integradores, analíticos, en términos de actores y, por qué no, de movimientos sociales. (41) Los movimientos sociales y las identidades colectivas se pueden reconfigurar en medio del caos.

Hay una tendencia a erradicar la idea de tránsito; se rechaza que todo desorden sea pasajero ¿es el desorden permanente, o el orden? Existe una tensión permanente entre orden y desorden. El problema es ¿para qué subvertir el orden o mantenerlo? Los marginados no podrían ser reducidos, según esta angustia conceptual contradictoria, a una masa anómica, desintegrada de la sociedad, apenas redimible en torno a la fe y las iglesias, con pautas de acción puramente expresivas y afectivas, sugestionables por liderazgos proféticos de cualquier signo ideológico que los lleven al conformismo, a la aceptación de lo inevitable buscando la mejor forma de convivir con esa situación. La rebeldía de los marginados, sin aparente causa para algunos, parece no estar dispuesta a ceñirse a esta lógica. Optimistamente podríamos decir que reclaman participación no ruptura, más apoyo del Estado, no más autonomía. Pero no puede ser ésta una afirmación rotunda, como tampoco puede serlo en sentido opuesto. Hay pues, al mismo tiempo, en la conceptualización de Latinoamérica, una aceptación de lo estancado, de los modelos sincrónicos, pero llegados a ese punto, y aunque se enuncie repetidamente, no se quiere aceptar el segundo paso: el del relajamiento anómico, el decadente, el de la degradación humana, y, entonces, se opta por una especie de matriz estructuralista que acepta la ausencia de evolución progresiva, pero se mueve en la sincronía. (43)

El panorama no parece ser muy grato: depresión desesperanza, ausencia de futuro. Pobreza como deshumanización, como deterioro de la persona humana (regreso a la barbarie). Pareciera que nada se opone a la barbarie a no ser la otra barbarie(9), la vieja formula de Rosa de Luxemburgo (socialismo o barbarie) respondía, señalan, a una realidad industrial y ahora nos encontramos ante un capitalismo tardío, posindustrial, hay que redefinir los paradigmas.

Para Zermeño se ha desarrollado otra concepción alternativa a la sociología de la decadencia, optimista, que establece que el escenario regional no está yendo hacia la desintegración, la atomización y la anomia, sino hacia la integración de los excluidos en el mundo del desarrollo y el consumo, experimentándose un transito a la democracia, o la consolidación de la misma, dirían los más optimistas que equiparan alternancia política con tránsito democrático. Existe una contraposición entre corrientes sociológicas cercanas a la norteamericana (empeñadas en pronosticar un futuro occidental para América Latina) y la sociología ligada a la observancia de la comunidad, el barrio y las manifestaciones basísticas. La naturaleza productiva, creativa y solidaria de nuestra pobreza nos permite analizarla no sólo como una suma de carencias sino también como una fuente potencial para el verdadero desarrollo. (45)

Pero ante los periodos de inestabilidad peligrosos para el modelo en su conjunto, se han desarrollado políticas preventivas desalentando, o francamente desmantelando, la constitución de identidades sociopolíticas alternativas y de espacios públicos de interacción comunicativa que pueden volverse inmanejables o que pueden exigir del Estado compensaciones o subsidios que malogren la agilidad que el reordenamiento actual requiere.

En la medida en que la democracia política se vuelve una exigencia de los organismos mundiales en la era de la globalización, el desmantelamiento desde lo alto se ha convertido en una finísima ingeniería social, “una ingeniería de extracción del poder social”, una especialidad de destrucción de espacios de identidades colectivas sin el empleo manifiesto de la violencia, una habilidad para desmantelar la democracia social manteniendo una democracia política cada vez más encerrada en espacios restringidos, cupulares, cernidos por el fraude electoral, un juego partidista y parlamentario hiperpublicitado por los medios de comunicación. (46)

Con relación al México de finales del siglo XX, señala Zermeño, estas políticas preventivas se manifiestan como: 1. La balcanización-entronización de las fuerzas y corrientes político-partidistas. Propiciando la configuración de un electorado temeroso a la violencia. Imponiendo un principio de orden autoritario; optando por el poder para el vértice, pasando a formar parte de los aparatos desmanteladores de la identidad social. Oportunidades, procampo, red electrónica, aparato de seguridad nacional, ejercito serían elementos de esta política; 2. La ingeniería electoral para el fraude sutil se ha convertido en una especialización altamente sofisticada de extracción de poder social; 3. El control de los medios de comunicación de masas, cuya propiedad fue privatizada mas no así el contenido político de sus emisiones; 4. El desmantelamiento de la universidad pública se constituyó en un renglón destacado de esta ingeniería de desconstrucción al abatirse los presupuestos de la academia; al recortarse, o estancarse, el número de educandos en un país en crecimiento demográfico; 5. Vaciamiento de las intermediaciones, al ligar en forma directa a la figura personalizada del presidente de la República con las diminutas y transitorias asociaciones de ciudadanos paupérrimos organizados desde el Estado en lo más recóndito de la sociedad atomizada, para operativizar ciertas políticas públicas; 6. Desmantelamiento de los órdenes tradicionales de intermediación. De los ordenes tradicionales, del viejo orden. A favor de un verticalismo personalizado. (47-52) Como una crítica a estos señalamientos se podría decir que con el nuevo siglo vino la alternancia, el tránsito a la democracia, sin embargo poco ha cambiado, en la superficie y en el fondo las políticas y la economía parecen seguir los mismos lineamientos de los organismos internacionales como apuesta de futuro.

Un orden ante otro, un desorden ante otro, desde el Estado se trata del debilitamiento de los órganos y espacios de intermediación; debilitamiento del espacio público; desde ciertos sectores sociales se trata de transformar el orden social existente, de trastocarlo, de transformarlo en otro ordenamiento, en una economía-mundo distinta. El Estado apuesta a una crisis generalizada de los movimientos y las luchas sociales, la destrucción de la acción sindical y la prohibición de las huelgas (o su deslegitimación, en el mejor de los casos) y otras acciones directas que buscan una mínima continuidad o identidad. En el plano organizativo social, con cierta institucionalización sucede lo mismo: hay una crisis de los frentes, coordinadoras, asambleas, confederaciones sindicales, obreras, agrarias, uniones de pueblos, colonias, órganos vecinales, comunidades eclesiales, etc.; en los espacios institucionalizados de lo público como el sistema escolar, el universitario, el de la cultura, y en los medios de comunicación en general, también constatamos el mismo vaciamiento de la participación colectiva en aras del eficientismo científico-técnico, y asistimos al desmantelamiento de los aparatos asistenciales, el populismo y el Estado de bienestar son estigmatizados como la vuelta a un pasado ineficiente.

Por otro lado, las instituciones propiamente políticas de la sociedad: partidos y organizaciones políticas, cúpulas sindicales, patronales, sectoriales, grupos de interés, de presión, de opinión, son también objeto de esta constante erosión premeditada. La hipótesis sobre el debilitamiento de lo público y de nuestras defectuosas modernidades puede ser sustentada en todos estos terrenos. (59)

El elemento más general de la ideología que ha acompañado a este neoliberalismo dependiente establece que no se encuentra en la voluntad de las naciones la posibilidad de resolver sus propios problemas: éstos dependen de un más allá, la crisis de desarrollo es universal, formamos parte de una sola economía-mundo y tenemos que respetar el código que la rige: cualquier intento autonomista por detener la tendencia hacia la exclusión creciente de las masas y la caída de su nivel de vida conduce al aislamiento, al destierro como castigo, la no-certificación y el cierre de fronteras por parte de los países ricos, y redunda en la agudización de la pobreza, en la inflación, en la violencia generalizada y en la descomposición anómica. Solos no podemos nada ni debemos intentar nada, parece ser hacia donde nos conduce la coerción ordenadora del mundo.

El mañana-desarrollo es “automático” a pesar de las contradicciones, no hay que intentar nada para que todo cambie: La paz concertada como valor supremo. Concertación, cambios paulatinos, “concertados” en el nivel de la vida institucional y de los aparatos públicos para ir logrando, paso a paso, una modernización armoniosa de la vida política y de la economía que logre expresar, en algún momento, de manera formalizada en instituciones a la pluralidad política e ideológica de nuestra sociedad; por otro lado se evoca un panorama de caos, violencia, sufrimiento, hambre y desesperanza, producto de la confrontación. Para desalentar cualquier cuestionamiento profundo del orden.

Ya no se trata de Socialismo o Barbarie, tampoco de la disyuntiva entre Reforma o Revolución que colocaba a esta última como la única posición ética y políticamente aceptable y hoy, al menos en la cultura política de esta inteliguentsia dominante, resulta a la inversa: la actitud de no aceptar diálogos con el gobierno mediante una postura de irreductible confrontación es inaceptable, debemos asumir de una vez por todas que el cambio político y social sólo es viable mediante vías legales y reformistas. (110-111)

Tenemos, por un lado, una imagen que asocia entre sí revolución, catástrofe, irracionalidad, violencia, sufrimiento, muerte, desorden, atraso con respecto al tiempo científico-técnico, y, por otro lado, una que asocia paz, concertación, democracia, orden, interacción comunicativa, racionalidad, modernización. Eso se llama producción de esteriotipos ideológicos y dichas nociones son propias de una intelectualidad orgánica que, para optimizar su eficiencia, se declara neutral, a distancia del sistema de dominación que termina de una u otra manera por legitimar. (114)

En el caso de los intelectuales, se convierte en un mecanismo eficaz de producción de ideologías que al mismo tiempo que nos hablan de la exclusión y la pobreza de las masas se vuelven, precisamente, disolventes de la identidad de los excluidos, acusando cualquier movilización y a sus dirigencias de recaídas en el populismo y la manipulación, como si el cardenismo o del zapatismo (movimientos con contenido y participación fuertemente popular), no representaran otra cosa que una amenaza para la estabilidad económica, para el crecimiento del país. De manera inevitable estos movimientos son fácilmente atacables desde la confortable posición democrático-ciudadana-modernizadora-consumista-plural. (116)

La lucha por la democracia política es un asunto que concierne a minorías integradas, a regiones de mayor modernización y a representantes que incrementen su influencia al participar en medios formalizados e institucionales de la política. Sin querer negar que existieron, a lo largo del siglo XX en México, algunos movimientos sociales, coordinadoras, frentes y otros colectivos capaces de dotarse de representaciones efectivas en el plano del sistema político, es preciso aceptar que la gran mayoría de los actores que se desempeñaron en ese espacio de las instituciones liberales de la política, poco tuvieron que ver con identidades reales en lo social y nulos esfuerzos se hicieron para alentarlas. (117)

La cultura política y las dirigencias y corrientes intelectuales privilegian la búsqueda del vértice, de las alturas, en donde se concentra el poder, único punto desde el que se cree posible intentar algún cambio, aunque en esa búsqueda, sin querer, se reproduzca la herencia, la negatividad que se intenta combatir. (119)

¿Cómo construir una democracia más social y menos política, más cultural y menos estatal? Es un cuestionamiento que tiene que ser respondido en el terreno de la acción social, de la teoría y desde distintos ángulos científicos y posiciones políticas e ideológicas. Es una respuesta que se tiene que construir no sin contradicciones.

No existe la tierra prometida por la ideología del progreso. El desorden, la anomia, la incultura, la marginalidad, la masificación, lo plebeyo y el estancamiento que acompaña a todo esto, se oponen en lo esencial al sentido del intelecto, constituyen un fracaso del orden y el progreso. La tensión intelectual crece cuando comprobamos que la sociedad retoma tendencias impredecibles, desordenadoras, con códigos comunicativos locales, irracionales, con núcleos familiares desorganizados, tendencias ante las que la escolaridad no puede nada y no es capaz de homogeneizar, fuerzas laborales en la informalidad creciente, espacios sociales en expansión con conductas gregarias, que conllevan estructuras de liderazgo y patrimoniales opuestas al individualismo posesivo del consumo moderno. (122)

El espacio de producción de la paz social que resultó ser la arena parlamentaria: ese lugar en donde las dirigencias expresan sus malestares, se sienten escuchadas y publicitadas y se separan irremediablemente de las bases sociales y de las movilizaciones que les dieron impulso; ese espacio parlamentario, que produce en quienes lo ocupan la impresión de estar yendo hacia las alturas, logrando influencia, acercándose al vértice, al oráculo de la matriz cultural, no han logrado eficientar el orden, el progreso, la paz social. (133)

Digamos que la compleja coexistencia entre: regímenes democrático electorales en sociedades con desigualdades crecientes solo se explica por la erosión deliberada de lo público y que se ha hecho posible gracias a la interrelación de los siguientes factores sumatorios de: pobreza creciente, cambio acelerado, desorden social y atomización, destrucción de las élites modernizadoras intermedias, segmentación del mercado político, tendencia en el medio popular hacia la individuación defensiva y anómica, tendencia en el medio integrado hacia el consumismo individualista posesivo, erosión de instituciones integradoras de ciudadanía, propensión cultural de los latinoamericanos hacia la buropolítica. (134).

Hay que ordenar el caos, o darle un nuevo orden, bajo qué lineamientos, no lo sabemos, tendrá que ser producto del reconocimiento de la diferencia y la destrucción de las asimetrías entre los diferentes actores sociales, tanto en términos individuales como colectivos, del fortalecimiento de las comunidades autónomas capaces de reconocerse en la otredad del resto de las comunidades, tanto cercanas como del cualquier parte del concierto de la aldea global, pero estos planteamientos son también parte de una utopía(10), por lo mismo son cuestiones que, de antemano, sabemos tendrán nuevas contradicciones y propondrán nuevas interrogantes, sin embargo como reza el epígrafe de Eduardo Galeano la utopía sirve para caminar.

NOTAS:

1. La colección Biblioteca de la Universidad Veracruzana publicó una biografía, casi novelada, de principios del siglo XX, traducida por Alfonso Montelongo, de este celebre personaje del Siglo de las Luces: GASCAR, Pierre (2000), Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, UV, Xalapa,Ver.


2. En el mejor de los casos Wallerstein (que apuesta por la transformación radical de la sociedad) habla de la diferencia entre el giro coyuntural y la transición histórica, hay un trastocamiento del orden social que se resuelve en el marco de la misma economía-mundo, hay algo que permanece (lo macro) y hay algo que cambia (lo micro), que impacta relativamente al sistema histórico, pero no lo cambia en su conjunto, sin embargo, afirma, en el caso del capitalismo “existen limitaciones estructurales para el proceso de acumulación incesante de capital que rige nuestro mundo actual… esas limitaciones saltan a la primera plana como un freno para el desarrollo del sistema… esas limitaciones estructurales -…- han creado una situación estructuralmente caótica, difícil de soportar y que tendrá una trayectoria por completo impredecible… un nuevo orden surgirá de este caos en un periodo de cincuenta años… este nuevo orden se formará como una función de lo que todos hagan en el intervalo, tanto los que tienen el poder como quienes no lo tienen” (Wallerstein, 98: 90)

3. La investigadora española María-Ángeles Durán hace una serie de reflexiones al respecto sobre la economía alternativa y los recursos no monetarios en la estimación del PIB, basándose en una serie de entrevistas sobre el trabajo que desempeñan las mujeres, por ejemplo. “La contribución del trabajo no remunerado a la economía española. Alternativas metodológicas”, Instituto de la Mujer, Madrid, 2000.

4. Michael Waltzer (1997: 18) al hablar de la igualdad compleja y los problemas de la distribución de bienes culturales, económicos y políticos, deja claro que muchos comportamientos sociales son difícilmente cuantificables o controlables por alguna fuerza social o por el Estado: “El mercado ha sido uno de los mecanismos más importantes para la distribución de los bienes sociales. Nunca ha existido un criterio decisivo único a partir del cual todas las distribuciones sean controladas, ni un conjunto único de agentes tomando tales decisiones… Al Estado se le escapan las cosas de las manos; nuevos esquemas son desarrollados; redes familiares, mercados negros, alianzas burocráticas, organizaciones políticas y religiosas clandestinas”.

5. Para Alain Touraine, en su propuesta de teoría identitaria, el movimiento social tiene determinadas características básicas: un principio de identidad, un principio de oposición y un principio de totalidad, esto es un cuestionamiento al conjunto de acción histórica; el tipo de acción colectiva implica un espacio donde los actores sociales se disputan con sus adversarios el control de la historicidad de la sociedad.

6. Alberto Melucci (1999) utiliza este lenguaje de la física, como muchos otros sociólogos, para nombrar los fenómenos sociales: Los movimientos sociales como signos de los cambios moleculares del planeta que constantemente genera tensiones.

7. Pierre Boudieu dirige el libro La miseria del mundo en el que publica una serie de entrevistas, una de ellas, titulada “El orden de las cosas” (65-68), es relacionada con dos adolescentes hijos de inmigrantes árabes en Francia, los inmigrantes evidentemente se encuentran en una sociedad que los excluye, están descontextualizados por las diferencias de lenguaje, raíces culturales, etc.;al respecto el sociólogo escribe: “Ali y François evocan procesos muy similares a los observados en las guerras revolucionarias o en ciertas revoluciones simbólicas, que permiten que una minoría activa haga entrar poco a poco en la espiral de la violencia a todo un grupo, dominado por el miedo al que redobla el aislamiento y unido por la solidaridad que impone la represión”, más adelante abunda, “A medida que escuchaba a estos jóvenes evocar con la mayor naturalidad, pese a las reticencias y los silencios ligados al temor de decir demasiado o disgustar, cómo era su vida, la vida de la urbanización, e incluso sus ‘estupideces’ o la violencia, ejercida por algunos a uno solo, todo eso se me hacía también natural: a tal punto estaba presente en sus palabras y toda su actitud la ‘violencia inerte’ del orden de las cosas, la que esta inscripta en los mecanismos implacables del mercado del empleo, del mercado escolar, el racismo (presente también en las ‘fuerzas del orden’ encargadas, en principio, de reprimirlo), etcétera”.

8. En ésta desafección generalizada por el orden social vemos que “un elemento es la deslegitimación de la ideología del progreso inevitable que fue uno de los pilares principales de la estabilidad mundial por lo menos durante dos siglos. Veremos movimientos fuerte [pronostica Wallerstein] –ya los estamos viendo-, en particular en las zonas no centrales (que incluyen no sólo al antiguo Tercer Mundo, sino al otrora bloque de países socialistas), proclamar su total rechazo a la premisa fundamental de la economía-mundo capitalista, la incesante acumulación de capital como principio dominante de la organización social.” (Wallerstein, 98: 58)

9. El socialismo realmente existente ha mostrado su verdadero rostro, nos dicen, el autoritarismo antidemocrático.

10. O de una utopística ya que utopía es ninguna parte. Utopística es la evaluación seria de las alternativas históricas, el ejercicio de nuestro juicio en cuanto a la racionalidad material de los posibles sistemas históricos alternativos. Es posible legitimar los sistemas apelando a la autoridad o a las verdades místicas, pero en la actualidad también lo hacemos, y quizá en mayor grado, mediante los llamados argumentos racionales, todo esto según Wallerstein.


Bibliografía

BOURDIEU, Pierre (2000), La miseria del mundo, fondo de cultura económica, Buenos Aires, Argentina.

GINZBURG, Carlo (1997), El queso y los gusanos, el cosmos según un molinero del siglo XVI, Océano, México

MELUCCI, Alberto (1999), Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, el Colegio de México, México.

TILLY, Charles (2000), La desigualdad persistente, Manantial, Buenos Aires.

WALLERSTEIN, Immanuel (1998), Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, siglo XXI editores, México.

________________(1999), Impensar las ciencias sociales, siglo XXI editores, México, pp. 278-295.

WALZER, Michael (1997), Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad, fondo de cultura económica, México, pp. 17-43.

ZERMEÑO, Sergio (1996), La sociedad derrotada. El desorden mexicano del fin de siglo, Siglo XXI-UNAM, México.

Apuntes de una historia

                                            Apuntes de una historia

                                                                                    Artemio Ríos Rivera


Es tan corto el amor
y es tan largo el olvido
Pablo Neruda


Arturo:
Cuando yo te pregunto si habría alguna posibilidad de encontrarnos en algún lugar, efectivamente es para reflexionarlo con calma, pero sobre todo con el corazón, porque yo así la he sentido.


No lo estoy planeando, no es una acción alevosa, premeditada; esto no entiende de condiciones, ni de presiones, ni de chantaje, sólo se da o no... bien. Tu respuesta, la que sea, tendré que asumirla. Si no hay el espacio para un diálogo sincero y sentido, tampoco podré hacer mucho, si es que sólo yo estoy dispuesta.


Hasta pronto, Paulina.



Ahí estaba otra vez la presencia de esa mujer, como lo había estado durante los últimos 15 años. Diálogo le pedía cuando a él, a lo sumo, lo único que le había interesado de ella era el sexo. Ni siquiera soportaba sus sutiles demandas a la hora de la urgencia carnal —¿me amas?, decía ella—. No, no la amaba, hacía mucho que no recordaba qué era el amor, es tan largo el olvido, pensaba. La única huella que había quedado en su memoria corporal era el deseo. No le importaba ella, lo urgente era descargarse, irse, aliviar su cuerpo y después partir, ni siquiera fumar un cigarrillo y platicar del clima como en la sobremesa. No había que decir adiós, ni acordar la próxima cita.

No se interesaba ni por las atenciones que ella le había ido construyendo al paso de los años: ropa interior para él en el apartamento de ella, enseres de aseo personal que ella, de manera casi imperceptible, había ido colocando poco a poco, como en un altar donde no existía otro Díos más que él con esa sacerdotisa sumisa y leal. Pero él no quería eso, ni otra cosa, no le importaba, aunque el lenguaje animal, el deseo siempre latigueaba su pacífica cotidianeidad, el celo lo llevaba a buscar a la hembra.

No quería una mujer sumisa sino independiente, que no le pidiera explicaciones de nada, pero que tampoco se las diera. Sólo el sexo que a veces le faltaba con su compañera permanente, con la casa grande digamos, para usar un lenguaje común y... demasiado corriente. Las escasas palabras, de ella, durante el acto, no las soportaba, ni las podía corresponder, no quería oírlas, no lo excitaban o llamaban a la ternura. Por el contrario le hacían saltar una violencia que tenía que ser fuertemente reprimida para no manifestarse, seguía en el acto pero ya no era el disfrute tan intenso, el orgasmo contenía un potencial estallido de violencia, de odio irracional. Su respuesta era el rechazo, la violencia contenido, algo que no le había sucedido con ninguna otra mujer.

Nunca supo como se había metido esa Paulina en su vida, nunca quiso averiguar si existía algún afecto profundo que le permitiera hoy, en su más sola soledad acercarse a ella sin miedo, beber del oasis que a su madurez sin alguien se le presentaba, se le ofrecía en el camino. Todo tenía un precio, lo sabía, temía pagar cara esa repelente sumisión que lo atraía y afirmaba sus instintos de macho. Ahí estaba, nada que dar, solo recibir. Sin embargo le parecía la trampa perfecta, no te pido nada para que estés aquí. Para que veas que no te pido nada, entonces si no me das nada, debes cuando menos estar conmigo, corresponderme, pensaría ella.

Arturo:
No he querido parecer soberbia, por no escribir con anterioridad, realmente he querido escribir desde ese día que estuvimos juntos. Sin embargo, aun estaba el desconcierto... tu presencia y tu silencio juntos... tan juntos que no acertaba qué decir...


Debo abrir mi corazón y confesar que estoy escribiendo y tengo miedo... de repente uno se hace muchos pensamientos unos positivos otros negativos, unos que atormentan otros que dan esperanza, en fin...


Sé que necesitabas mi compañía, mi amor y complacer los anhelos de ese momento. Al igual yo, aunque algo que deseaba mucho era tu ternura y tu comprensión... nos han separado tantas cosas... este reencuentro fue inesperado, era algo que no podía creer: verte ahí frente a mí, en mi casa, en mi cama, en mi cuerpo pero, sobre todo, dentro mi corazón.


Quisiera decir algunas cosas más en donde tu sintieras, o ambos, la confianza de poder acercarnos sin temor, pero no quisiera que fueran dichas por este medio, ¿habría la posibilidad de encontrarnos en algún lugar?


Con el deseo de verte, Paulina.

Ese día en que estuvieron juntos, que terrible fue la resaca para ti, recuerdas Arturo, ningún deseo de recordarlo. Ese día había sido para ti un ciclo sin tiempo, eterno, circular y sin regreso.

Era el cumpleaños de Jaime César de ese vital viejo socarrón y adorable que se le ocurrió, como nunca, auto festejarse. Invitar a los amigos al rancho de la Joya para convivir y beber hasta hartarse. Ese día el subconsciente te había traicionado y sin querer hiciste todo, con sutileza y finura, para no coincidir con tu esposa. Conociéndola bien, sabiendo la fortaleza de su carácter y la autonomía de sus decisiones, sabías que ella podía irse a realizar otras actividades o llegar al rancho sin problemas, por su propia decisión. Ella nunca fue a la fiesta. La culpa tal vez, la costumbre o la pregunta reiterada de los amigos sobre tu mujer te hicieron, por primera vez, extrañarla intensamente, además de agradecerle el haberte salvado de un abismo, te confesaste, confuso, que en el fondo tal vez la amabas. Pero no podías aceptar esa debilidad. Ella no estaba ahí por decisión propia, ni modo había que disfrutar el momento, la fiesta, los amigos, las monjas, los militantes, en fin. Después supiste que la ausencia de tu mujer era una premonición de lo que ocurriría en el resto del día.

Arturo:
No se trata de imponer, tu sabrás cuando contestarás a lo que te solicité, en tanto no suceda creo que podemos tener una comunicación en un sentido más… intelectual digamos, ya, ya sé que no te gusta esa palabra, disculpa. Mira estoy trabajando sobre mi protocolo de tesis para el doctorado, quisiera leyeras un ensayo que realicé y que fue enviado a mi tutora. De este documento se desprendería el resto de mi trabajo, marcaría mi ruta. La pregunta es ¿lo leerías y darías tu punto de vista? Te pregunto porque no me gustaría enviar algo que no tenga nuevamente respuesta. Obviamente no podría obligarte a que lo leas y que tus valiosos comentarios me orientaran, sólo estoy pidiendo que tengamos una relación cordial, como cuando estábamos juntos en la escuela, ¿te acuerdas?


Un abrazo, Paulina.

Ahora le quedaba claro (¿le quedaba claro?), siempre había sido el estudio un pretexto, así habían iniciado una relación que nunca tuvo un principio y, además, parecía no tener fin. En la Universidad habían formado, junto con Alejandro y Ruth, un equipo de trabajo que duró cinco años. Él jamás supo qué hizo para que todos supieran que Paulina y Arturo eran pareja. En realidad jamás había existido ningún tipo de acercamiento, ni físico, menos emocional, no había coqueteos, simplemente un trato fraterno, cordial, amistoso. Arturo trataba a Paulina como a cualquier amigo, no amiga, no. Ella no era para él una mujer ante la que una debilidad te lleva a mentirle, estirar de más una mano, proponer tramposamente algo inofensivo para llevarla a la cama, no. Paulina era su amigo, no era fea, hasta le parecía sensual y cachonda cuando la veía bailando con los amigos o con los enemigos políticos; no era que ella tuviera malos pensamientos, que fuera mala por naturaleza, al contrario su origen de arraigado y consecuente catolicismo la hacia proclive a la lucha social y los “buenos sentimientos”. Simplemente no la veía como mujer deseable, o como una pareja en potencia. Por eso había confianza, pensaba ahora él, se trataba de una relación asexuada, familiar, de camaradas de viejo cuño, de firmes y disciplinados militantes del movimiento social.

Él sabía que ella había propagado esa versión para que las compañeras no se le acercaran, no le importó, cuando pudo sacó partido de la situación. Se aprovechó de esa circunstancia. ¡Maldito error! Diría mucho tiempo después, pero era irremediable, no podía regresar el tiempo. Fue el día que Chico salió de la cárcel; tanto tiempo en el reclusorio era necesario cobrárselo a la vida. Fernando, como siempre, armó el numerito, había que ir a un centro nocturno, era necesario celebrar, excederse, la situación lo ameritaba.

Empezaron a tomar cerveza a media tarde, la botana, la música que hacía inaudible la conversación, las enfermeras del corazón dispuestas a acariciar las heridas por una cerveza para dama, como rezaba el cartón mal pegado en la pared. Entrada la noche, cuando se trató de cabaretear ya estaban bastante ebrios; en el Túnel del amor la copa para dama era muy cara en opinión de Fernando. Para Chico el gasto se justificaba por su encierro, pero no para Arturo, nunca había estado en un centro nocturno y como cuestión de principios no pensaba pagarle a una mujer por sus caricias, era demasiado joven y se sabía atractivo.

Las putas eran para los ancianos, los feos y los desesperados, decía con desprecio, mostrando su juventud y atractivo como trofeos invaluables, en realidad no sabía cómo acercarse a ese tipo de mujeres, tenía miedo y se sentía observado. Por eso, a media noche decidió ir a tocar la ventana de Paulina, él sabía que siempre lo estaba esperando aunque nunca se había dado motivo para ello. Porque Paulina era una sombra pegajosa que no se podía quitar de al lado, sabía que la podía mover a su antojo, eso le hinchaba el ego. Lo que no sabía era que como a su sombra, aún en la oscuridad, no lograría nunca quitársela de encima después de esa noche.

Borracho, en un alarde de machismo sólo golpeó los cristales, cuando ella asomó sorprendida, Arturo adoptó la actitud del amo y dijo vámonos. Ella no preguntó, se vistió y subió al viejo automóvil sin asombro ni esperanza, simplemente sumisa. La noche terminó al medio día, fue la primera vez que se acostó con ella, demasiado agotado, demasiado alcohol como para saber si habían tenido sexo, finalmente no importaba averiguarlo, cuando despertó se vistió y fue a su casa sin una palabra, no la volvió a ver en dos semanas.

Eso basto para ella, fue su noche de bodas, de viudez para la vida. Entre la vida y Arturo, había optado por el peor camino.

Arturo:
Es evidente que no deseas que te escriba, ni en términos de estudio o trabajo mucho menos para fortalecer nuestra amistad en otro sentido. He reflexionado este tiempo sobre tu actitud y he decidido no atosigarte más con mis escritos, sí, me da tristeza que se llegue a estos niveles de falta de comunicación porque antes y ahora no he exigido algo porque he creído siempre que tu sensibilidad de escritor, de poeta que es algo que he valorado siempre en ti, así como otras cosas más que no es el momento enumerar. A pesar de que tú quieras esconder tus bondades y mostrar dureza y frialdad tendrías que permitirte un acercamiento conmigo. Yo no digo que quiero casa aparte, eso ni cuando fui más joven lo soñé menos ahora. Algo que quizá no has entendido es que nunca intente capitalizar tus debilidades, las separaciones de tus anteriores relaciones, tampoco lo intentaría ahora. ¿Sabes? Siempre he caminado sola y esto me ha permitido no confundir mis sentimientos. Talvez en algún momento esperé verme junto a ti, pero no en los términos ni con los recursos que utilizan algunas mujeres, sino más bien quería que tu elección fuera con libertad, que vinieras a mi por convicción, nunca por compromiso. ¿Qué quiere Arturo? ¿Dónde quiere estar? ¿Con quién quiere estar?, me preguntaba siempre. Quizá sentiste que en algunos momentos no te apoyé, y que cuando te separabas ere cuando no estaba ahí, es difícil explicar, (por eso te pedía un diálogo).


Tengo muy presente algunos momentos muy difíciles que pasaste, y no te imaginas que sufría tanto como tú, pero yo me decía: él tiene que salir adelante solo, tiene que tomar su fuerza. Es cuando me refiero a que no capitalicé tu soledad, tu vacío, tu confusión y tampoco terminé de destruir lo que tenía. No me correspondía terminar con eso, (solo porque estuvieras a mi lado, no, la verdad eso no va conmigo) francamente sí, me siento en paz de no haber contribuido a separarte de alguien, puedo ver a la gente de frente y sin problemas.


Antes como ahora, hay comentarios. Alguien me tachó de miedosa, que no te quería tanto, que por qué no había tenido un hijo tuyo, que no era inteligente, en fin (quien les habló de lo nuestro, no sé). Tuve que oír varias cosas y sólo yo sabía cuánto me dolía y tener que aparentar que no pasaba nada, lo mejor fue seguir guardando silencio, te veía en tu nueva relación y si yo llegaba no faltaba más de una mirada que me observara, sentía el peso de las miradas en mi pecho, la opresión era muy fuerte. No ha sido nada fácil, sobre todo porque caminamos en el mismo círculo de la vida, este se cierra y nos encontramos, aunque no queramos así es.


Arturo, esto era lo que quería decirte quizá haya más pero hasta aquí lo dejo. Con esto no quiero que estés confundido, ni sintiéndote culpable, si algún día caminas solo y tu paso y mi paso se encuentran se lo dejaremos a la vida, a la naturaleza, a Dios como una fuerza capaz de unir y liberarnos.


Tuya por siempre. Paulina.

Paulina tenía la virtud de hacerlo sentir un miserable, con su actitud comprensiva, con se espera eterna, con su puerta abierta a todas horas, con su asistencia a todas las actividades públicas en las que él se desarrollaba: mitin, lectura de poesía, presentación de libros, talleres de formación política, encuentros, en fin.

Cuando no la veía la extrañaba, la extrañaba como a una catástrofe inevitable que te pone a prueba, que te golpea con fuerza pero no te mata y entonces te fortalece.

Así que nos tenemos que encontrar y estar juntos de nuevo, aunque yo no quiera, o ¿Sí quiero y no me atrevo? ¿Tendrás razón Paulina?

Paulina fatalmente había decidido el futuro de ambos, los fracasos emocionales de Arturo parecían entonces una consecuencia lógica de una resistencia de él ante el destino. Ella se sentía con derecho después de tantos años de amistad y leal espera, había elegido ese camino de estar junto al hombre que sólo le había dado un poco de sexo apresurado y violento, como conatos de violación innecesarios ya que ella siempre lo estaba esperando, abierta, entregada en más de un sentido.

La fraternidad de los primeros días seguía alimentando el incondicional amor de Paulina. Ella estaba segura que había visto, sentido el cariño y la ternura de él en el fondo de su tenaz resistencia a expresarle su adhesión abiertamente. Sólo podía ser así después de la total confianza que se habían tenido hacía más de tres décadas, cuando estudiantes. Ella sabía que él no era feliz aunque aparentara lo contrario, que nunca estaría completo lejos de ella. Seguiría en la paciente espera, cada vez faltaba menos tiempo.

lunes, 26 de abril de 2010

jueves, 22 de abril de 2010

SÍNDROME DE LA RECAÍDA


SÍNDROME DE LA RECAÍDA

Rodrigo había dejado de fumar desde hacía cinco años, no por prohibición expresa de alguien. No había prescripción médica, ni sustitutos del tabaco, simplemente, de manera inexplicable, abandonó el cigarro como quien pierde un lapicero corriente, sin sobresaltos, casi sin darse cuenta.
Tuvo la necesidad de salir a estudiar un postgrado a la capital del país y la situación económica le impidió gastar dinero en cigarrillos; apenas le alcanzaba para los camiones, las magras comidas de las cocinas económicas y hacer depósitos simbólicos en la cuenta bancaria de su esposa. Más que sentirse moralmente obligado para apoyar a su compañera (seguía gustándole usar el lenguaje militante: mejor era una compañera que una esposa), le parecía que, compartir unos centavos de la beca con ella, calmaría un poco sus ímpetus reclamatorios por la ausencia.
Finalmente había dejado de fumar, le parecía una consecuencia natural y lógica, un comportamiento pragmático que implicaba suprimir algunos gastos superfluos y permanentes; ni siquiera pensó en los problemas que enfrentaría al cortar de tajo su “dependencia” de los últimos diez años, de lo difícil que, decía medio mundo, significaba dejar una adicción.
En ese momento de estrechez y lejanía del nido conyugal, sin ansiedades o vacíos, dejó de hacer algo que lo distinguió la última década. Todos esos años el índice y el pulgar derechos permanecieron amarillos por el estilo de coger el cigarrillo sin filtro. Siempre el olor característico del fumador en la ropa, el pelo y el cuerpo; dejando estelas de humo y olor en los espacios que habitaba. Fumaba en cualquier parte. En los lugares prohibidos asumía una actitud provocadora. Siempre había manifestado el más profundo desprecio por cualquier legislación al respecto, leyes que no debatía simplemente las ignoraba y repudiaba olímpicamente.
Al regresar a su casa, un par de años después, al concluir sus estudios, siguió sin llevar nicotina y alquitrán a sus pulmones, así sin explicaciones o cuestionamientos. Martha, su mujer, estaba sorprendida. Él había empezado a fumar al principio de su vida en pareja, lo había hecho religiosamente todo el tiempo. En este nuevo periodo ella lo desconocía, detestaba el cigarro y, paradójicamente, lo extrañaba en él, era el mismo personaje, pero en algo había cambiado sensiblemente y, al parecer… para siempre.
Ahora en las discusiones maritales, Rodrigo no abría la boca, se adivinaba simplemente un odio contenido y reposado en su mirada, nada más. No fumaba en el pleito conyugal, pero se mantenía en la apariencia de no  oír a su mujer, no había humo o palabra que saliera de su garganta. Una mirada fija, ancestral, era toda la respuesta ante las provocaciones de Martha; una nueva y tirante situación de silencio y olvido, pensaba ella. 
Cuando Rodrigo se cuestionaba en cómo había disfrutado de los cigarros y por qué había dejado de consumirlos, no encontraba explicación. Sin embargo, poco a poco fue aclarándosele el panorama: sin externarlo, el cigarro le había sabido todo el tiempo a rebeldía, a resistencia, a un sentimiento de no sometimiento ante quién sabe qué cosas. Era claro que, en su época de toxicómano, cuando peleaba con su hembra, encendía un cigarrillo tras otro, lo que añadía un elemento más a la disputa y avivaba la fiereza de su mujer en la discusión, desviando, a veces, la atención del problema central al sobrevenirle un ataque de tos, clásico en el fumador empedernido. 
Quince años antes había empezado a fumar de manera inconsciente, no había sabido cómo se fue apoderando de él ese hábito; ahora, después de dejarlo, en los momentos de crisis acudía al cigarro, pero después de tres fumadas se asqueaba y tenía que tirar el pitillo; la tensión entre un sentimiento contestatario y el mal sabor de boca se definía invariablemente en el aplastamiento del cigarrillo, entero y recién encendido, contra el cenicero. Sabía que nunca más acudiría a ese, en su opinión, pequeño e inofensivo vicio, ya no le daba ninguna satisfacción emocional o física.
Antes con un cigarrillo apretado entre el dedo gordo y el anular de su mano derecha, Rodrigo soltaba, sin empujarlo, el humo por la boca y lo atrapaba inhalando lentamente por la nariz. Una sensación de paz se apoderaba de él, un placer similar al del postre después de una abundante comida, como la pausa necesaria en la charla animada entre amigos, como una tarea escénica que permite al actor asirse de algo en el vacío profundo del escenario, en la soledad del ser humano sin parlamento, fuera del personaje o del personaje extraviado de su propio argumento en busca de su actor.
Pasó el tiempo, Rodrigo sentía que la paz había llegado después de las tempestades. El ocio retozón lo había hecho prender el primer cigarrillo de los nuevos tiempos: su época de soltero maduro, o divorciado pues. Al borde de esta reflexión, parecía quedarle todo claro: ahora, después de su naufragio matrimonial, después de casi tres lustros de encuentros y desavenencias.  Postrero al reparto de los bienes terrenales de la pareja, lo único que le había tocado en prenda, era esa pequeña mesa de cedro, el regalo de bodas de su suegra. Tanto tiempo estuvo cubierta por diversos manteles que hasta hoy regresaba a su memoria el mensaje que estaba inscrito en ella desde que llegó a la casa. Desnuda la mesa, como en el primer día en que la vio, mostraba su vocación de sutil y maternal autoritarismo con una frase inscrita en su centro que había sido dictada por Martha, en aquel tiempo su futura esposa, al ebanista.
Sin decir nada, Rodrigo, pensó en las costumbres de sus camaradas y amigos que siempre tenían el salón, del comité de lucha de la Unidad de Humanidades, envuelto en una espesa niebla que salía de sus bocas a la par de sus discursos políticos. El letrero colocado desde el primer día de vida conyugal, por su entonces tierna, amada y recién desempacada esposa, le había parecido un exceso innecesario, no dijo nada, solamente llevó un hermoso mantel del Istmo, bordado a mano y con deshilados, para colocarlo sobre la plancha de la mesa. Desde entonces hasta hoy, no había vuelto a ver el letrero que se quedara grabado en su inconsciente como una sentencia autoritaria a la que había que resistir. Al mes de casado ya fumaba con apetecible deleite esos cigarros sin filtro propios de los intelectuales sin dinero y de los rudos militantes de los comités políticos universitarios. Los 50 cigarrillos consumidos diariamente eran su respuesta al letrero tapado todos esos años y que él, hasta hoy, no había recordado: “Favor de no fumar en esta mesa”. Esa prohibición había mantenido una secreta y soterrada tensión en la pareja, sin romperla. 
Ahora Rodrigo lo sabía, al dejar de fumar había perdido todo sentido su relación con Martha. Roto el vínculo, el cigarrillo recobraba su sentido, su propio sabor sin aderezos extras ni excesos.

martes, 13 de abril de 2010

LA BOLA Y EL POSITIVISMO


La bola1

Los asuntos literarios viven en íntimo consorcio con su historia problemática: la transportan consigo y se dejan penetrar de ella.
Ángel Rama

En 1887 y 1888, con la firma de Sancho Polo, Emilio Rabasa publica el ciclo de “Novelas Mexicanas” compuesto por cuatro textos: La bola, La gran ciencia, El cuarto poder y Moneda falsa. Estas obras forman una sola unidad, ya que como dice Marcia Hakala: “Fundamentalmente, están construidas sobre un solo argumento central, siguiendo un desarrollo lineal casi totalmente horizontal, sin digresiones confusas por planes secundarios extraños” (Hakala:  80).
La diégesis, contada por el protagonista Juan Quiñones, es una larga analepsis llena de acciones que involucran a los mismos personajes; sin embargo, cada texto conserva una independencia narrativa y una autonomía relativa con relación a los demás escritos, por lo que es posible abordarlos por separado, sin menoscabo de la comprensión y unidad estética de cada uno de ellos. Por esta razón, en este momento nos acercaremos únicamente a La bola.[2]
El mundo posible que instaura La bola, se desarrolla en el pueblo de San Martín de la Piedra, cabecera de distrito del estado natal de Juan Quiñones; el pueblo de la Piedra cuenta con alrededor de 1, 600 habitantes en un país de 11 millones de pobladores, según datos que nos proporciona el narrador; de acuerdo con estos elementos podríamos pensar, como una lectura posible, que la novela se desarrolla en el México de fines del siglo xix.
La diégesis se inicia en un día de fiesta, un 16 de septiembre con un desfile para celebrar el acontecimiento histórico[3] que es el “sol en toda nuestra nación” (lb: 5): la Independencia. Al iniciar la columna cívica se da un acontecimiento que presagia malos augurios para los pacíficos habitantes de San Martín y para los principales del lugar: la bandera que encabeza el desfile es disputada entre el poder militar (el comandante Mateo Cabezudo) y el poder civil (el jefe político don Jacinto Coderas).[4] La columna que recorría las calles, la música desacompasada, el repique de las campanas y el estruendo de los cohetes presagian ya el desorden que trae consigo la bola, pues aquello “más que un regocijo público, parecía el comienzo frenético de una asonada tremenda” (lb: 3).
Aunque pacífico, San Martín resiente el eco de los acontecimientos políticos que se suceden en otras latitudes del Estado y que permiten potenciar las desavenencias personales o políticas del lugar, obligando a los habitantes a tomar partido o ser arrastrados por los acontecimientos: “Por aquellos días andaba la política descompuesta y la situación delicada, en virtud de que el descontento cundía en las poblaciones más importantes del Estado; la tempestad se anunciaba con un murmullo sordo” (lb: 15).
Las enemistades de los dos barrios que conforman el poblado, las politiquerías y desavenencias personales que los movían crearon parte de las condiciones para que, con la vaga noticia de sublevación en un lugar próximo, se lance (o sea precipitado) a la bola el comandante Cabezudo.
El conflicto estalla cuando el lábaro, que por tradición debe ser conducido por Cabezudo, le es arrebatado por Coderas. Los bandos tienen que pasar entonces de las palabras a los hechos, del chisme y la intriga al enfrentamiento violento y armado.
Ambos personajes políticos son representantes de diferentes espacios geográficos del lugar, lo que de alguna manera es definido por su condición social: Coderas con los de las Lomas y Cabezudo con los del Arroyo.
Cabezudo venía del arroyo, era el hijo de una mujer del pueblo (de su progenitor no sabemos nada), de una lavandera; él aprende a leer a los 25 años de edad con ayuda del padre de Juan; sin embargo, había ido ascendiendo en la escala social como era normal en ese mundo de leva,[5] bolas, oportunismo y caos. Mateo era un militar formado en las bolas, su carrera se había iniciado en la leva durante el Primer Imperio —aunque Mateo nunca supo “si en favor o en contra de Su Alteza Serenísima” (lb: 12)—; en su segunda incursión militar tomó el grado de teniente; en la bola de su pueblo tomará para sí el cargo de teniente–coronel, por perder la primera batalla en San Martín. Después, una vez triunfante sobre Coderas y puesto al servicio del Gobierno, es nombrado coronel y más adelante tendrá otros ascensos de grado militar.
El Arroyo agrupa a más de mil pobladores en la parte baja del pueblo; esta población, podemos presumir, es fundamentalmente indígena, ya que Pedro Martín y su familia son indígenas. Pedro Martín es el líder natural del lugar: es el “indio que movía el barrio” (lb: 120).
Mateo era el único militar de San Martín; si bien venía del Arroyo ya se había forjado un nombre; si tenía un pasado indígena no lo deja claro la novela, en el presente narrativo es un mestizo, un ser “superior“ a los hombres de su origen social, y, por lo mismo, fue nombrado comandante y concejal. Además, en un reparto de tierras por las leyes de desamortización, se había hecho de una no bien habida riqueza respetable; es en ese sentido que se sentía con la aspiración legítima de ser jefe político del lugar y de que su nombre fuera respetado, ya que él no era un don nadie.
El jefe político, Jacinto Coderas, no era originario del pueblo pedreño, ya que había sido enviado por el Gobierno a ese lugar. Coderas era “también comandante de la Guardia Nacional, hombre duro si los hay y de pocas o ningunas pulgas, mala fama y peor catadura, que según las misteriosas y reservadas hablillas, [Mateo] tenía instrucciones del Gobierno para someter de grado o por fuerza al cacique.” (lb: 14)
La base social de Coderas estaba en las Lomas, la parte alta del pueblo, donde vivían los pobladores más civilizados, pero también los más débiles; en las Lomas se concentraban 600 habitantes.
Todo eso nos lo hace saber nuestro narrador Juan Quiñones, protagonista de la novela y aliado natural de Cabezudo, ya que está enamorado (y correspondido) de Remedios, la sobrina del militar; por lo tanto, su destino será arrollado por los acontecimientos políticos y militares en los que intervendrá don Mateo. Quiñones juega un papel importante en el desarrollo de las acciones: es presentado “como típico mexicano de provincia, de la clase media” (Glass: 133), pero ante la muerte de su padre y el paso del tiempo (nos dice que tiene 20 años edad), se va degradando su situación económica hasta la muerte de su madre, al final de la bola. Juan desciende o se estanca en la escala social, mientras Cabezudo se eleva hasta la jefatura política; consecuentemente las pretensiones de casamiento de Juan serán entorpecidas, ya que él no saca ningún provecho de la bola, si acaso pérdidas, como lo es la defunción de su ser más querido: “Quiñones es un hombre ingenuo, constantemente excitado o intrigado por las injusticias y malas acciones que presencia; el grado de violencia con que siente lo que sucede a su alrededor se refleja en el temple de la acción”. (Navarro: 49)
Aunque Remedios no representa un papel muy activo en la novela, sirve para que el autor implícito haga, a través de su descripción, una crítica al romanticismo de los personajes femeninos decimonónicos:

Si digo que Remedios era una muchacha tímida, dulce y delicada, no por ello tema el lector de juicio que vaya a tomarme el trabajo de inventar, pintar y adornar una heroína con tubérculos, ni que quiera seguir, hilo por hilo y lamento por lamento, la historia triste de un amor escrofuloso. No; Remedios valía más que esas desgraciadas heroínas de la tos; […] No haya temor de que, ignorados sus padres, resulte luego hija del Sultán de Marruecos en la penúltima página de este libro. (lb: 23–33)

El azar, la suerte, el impulso irracional de conservar para sí a su madre y a la mujer amada, hacen que Quiñones utilice todo su talento (desde escritor de proclamas hasta improvisado estratega militar) y un valor ciego para dar la victoria a las huestes de Cabezudo sobre el jefe político. Sin embargo, los detalles de esta situación no se hacen públicos, porque el vencedor políticamente es el que escribe la historia oficial, es el que ambiciona el poder y se hace de él; puede por lo tanto, desde el poder, dar una versión de la heroica jornada. No obstante, Juan y Mateo saben, aunque les pese, la verdad de los hechos; mostrándose entonces que el antagonismo no se da entre las fuerzas políticas, sino entre los oportunistas ambiciosos, como el cacique, junto a los demás personajes de la clase política local y el ciudadano común, que arrastrado por la bola, puede ver con claridad que los vencedores en la contienda política no son mejores que los arbitrarios vencidos. Es por eso que al final de la obra surge un nuevo antagonismo que se va a conservar durante las otras novelas del ciclo: los otrora aliados Cabezudo y Quiñones, de ahora en adelante serán enemigos. El tío de Remedios no puede por lo tanto consentir la boda del joven escribiente con la sobrina del ahora coronel y jefe político de San Martín de la Piedra.
Pasando a la máxima del positivismo, orden y progreso, nosotros vemos que para el autor implícito es claro que la bola va a trastocar el orden cotidiano de la vida en la comunidad y va a enfrentar a los habitantes de la misma entre sí:

En San Martín, mientras tanto, se procuraba no tener opinión, por lo expuesto que es formularla antes de que se sepa el resultado probable del negocio; pero yo, que oía las conversaciones y atisbaba las palabras y los gestos, y aun alguna descuidada franqueza, me persuadí desde entonces de que en este país la opinión está siempre en favor del desorden, dé donde diere, y sin necesidad de averiguación a verdad supuesta y buena fe guardada. (lb: 17–18)

La bola sin duda tiene una connotación negativa en la novela. Como lo tenía en la época la revuelta, el levantamiento para derrocar una forma personal de gobernar e imponer otra, sin ninguna perspectiva de redención social. Al respecto, John S. Brushwood escribe:

Por bola hay que entender una escaramuza política local, gracias a la cual un ambicioso político se convierte en jefe del lugar. Se dañan propiedades, hay quienes pierden la vida o están a punto de perderla; el único resultado es que un hombre ha aumentado su poder sobre otras personas. (Brushwood:  231)

Aunque nuestro narrador al final de la novela hace una diferenciación entre la bola y la revolución, en el resto del escrito se identifica a ambas por un factor común: el desorden. Veamos primero la diferenciación y después pasaremos a ver el lado negativo de ambas, de acuerdo a la narraciónn:

No calumniemos a la lengua castellana ni al progreso humano, y tiempo es ya para ello de que los sabios de la Correspondiente envíen al Diccionario de la Real Academia esta fruta cosechada al calor de los ricos senos de la tierra americana. Nosotros, inventores del género, le hemos dado el nombre, sin acudir a raíces griegas y latinas, y le hemos llamado bola. Tenemos privilegio exclusivo; porque si la revolución como ley ineludible es conocida en todo el mundo, la bola sólo puede desarrollar, como la fiebre amarilla, bajo ciertas latitudes. La revolución se desenvuelve sobre la idea, conmueve a las naciones, modifica una institución y necesita ciudadanos; la bola no exige principios ni los tiene jamás, nace y muere en corto espacio material y moral, y necesita ignorantes. En una palabra: la revolución es hija del progreso del mundo, y ley ineludible de la humanidad; la bola es hija de la ignorancia y castigo inevitable de los pueblos atrasados. (lb: 167–168; las cursivas son nuestras)

Partiendo de la convención —como ya lo señalamos— que el país es México, inserto en el mundo del siglo xix, con todas las implicaciones históricas que ello conlleva, podemos inferir que la cita anterior está cargada de elementos positivistas que tienen que ver con la justificación de un régimen político, el juarismo por evocación y el Porfiriato[6] como presente histórico, que, en los momentos que el autor–persona escribió la novela, se estaba consolidando. Una revolución dada con la Independencia (como la define Leopoldo Zea: 1985) y completada con la Restauración de la República después de la Guerra de los Tres Años, termina con lo que podríamos llamar la etapa teológica del desarrollo histórico de nuestro país. Sin embargo, si bien es cierto que esa revolución es una lucha en contra del orden precapitalista y colonial (por lo tanto, justificable para poder arribar a un nuevo orden social y político), también lo es que para lograr el progreso de la sociedad (“ley ineludible de la humanidad”, señala la novela) es necesario acabar con los movimientos armados, que lo único que traen consigo es la anarquía, propia de la etapa metafísica, enemiga del progreso y del orden. Rabasa aprueba la revolución porque Independencia y Reforma son movimientos revolucionarios que terminaron con el antiguo régimen; no así los levantamientos y pronunciamientos posteriores que se manifiestan por medio de las armas. Así lo define Leopoldo Zea:

La historia de México es la historia de esta lucha decisiva, y el triunfo de la revolución [de Independencia] es el triunfo de la emancipación mental de la humanidad. El triunfo del partido de la Reforma es el triunfo del espíritu positivo. Es en México donde las luces de la ciencia positiva invaden el terreno de la política y arrebatan a la teología el dominio de los hombres [...] En esta lucha triunfaron los hombres que encarnaban el espíritu positivo, el espíritu del progreso, siendo una de sus primeras medidas la separación de la iglesia y el estado y la desamortización de los bienes de la iglesia. En esta forma se quiso invalidar un poder que se oponía al progreso [...] No quedaba sino un grupo vencedor: el de los liberales mexicanos. Sin embargo, la situación en que quedaba el grupo vencedor no era nada envidiable. El partido de la Reforma era el amo y señor de la nación mexicana; pero esta no era sino un país en ruinas. Ruina y desolación era lo que por todas partes se encontraba. El desorden y la anarquía reinaban en todos los rincones de la República. El vencedor necesitaba establecer nuevamente el orden. (Zea: 59, 61 y 62)

Para que México consolide su arribo histórico a la etapa positiva del desarrollo de la humanidad, de acuerdo con la lógica que venimos señalando, es necesario que la gente del campo pueda trabajar en paz, sin la desazón que conllevan las distintas sublevaciones militares protagonizadas durante la pugna de liberales y conservadores, por la hegemonía política de la nación.
En un mundo donde los periódicos no están al servicio del progreso, sino sólo de las diferentes facciones que se disputan el poder político (como el Instructor y La Conciencia Pública, órgano oficial de los partidarios del licenciado Pérez Gavilán), en un mundo donde el pueblo es ignorante o poco instruido (como en San Martín), las noticias de fondo se convierten en elementos de agitación sin ningún sustento de verdad, lo que hace que desde su gestación las bolas sean condenables, como nos lo hace ver con una fina ironía el autor implícito de la novela:

Bien visto el caso, la revolución era justa y legítima; se trataba de derrocar la tiranía y la tiranía es abominable. Yo no sabía cuáles eran los abusos del poder; pero que el gobierno abusaba, era cosa fuera de toda duda y discusión. ¡Hombre!, y es bonito el papel del que acaba con los tiranos; algo hay de eso en el Instructor que he leído con particular atención. (lb: 27)

Sin duda, en la prensa partidaria, la crítica no está basada en la observación objetiva de los hechos (como lo reclaman los científicos positivistas), sino en los intereses de los políticos que “se proponen armar la gorda para defender los ultrajados derechos del pueblo” (lb: 30). De la prensa se va a ocupar con más detenimiento nuestro protagonista en la tercera novela (El cuarto poder). De la bola podemos interpretar que es irónico que los hombres actúen sin una visión científica de la realidad, sólo impulsados por quienes no pueden exponer la verdad tal cual es, sino sólo de manera parcial y manipulada:

¡Qué artículos de fondo censurando las contribuciones y olvidando los gastos de la Administración! ¡Qué sonetos pintando los errores de la tiranía y lamentando la humillación del pueblo! ¡Qué párrafos de gacetilla, echando en cara al Ayuntamiento de la capital del Estado, los malos pisos de las calles, y tal y cual abuso de un agente de policía! (lb: 30–31)

Los Llamas, cuatro hermanos adultos ya entrados en años (Justo, Agustín, Bernarda y Sabina), sin duda representan a la burguesía rural progresista, pacífica, capaz de solicitar créditos para lograr la modernización y ampliación de sus tierras, una clase social medianamente ilustrada en la medida que se lo permiten los pocos libros que tiene a su alcance (Los tres mosqueteros, El judío errante, entre otros); una burguesía agraria trabajadora que no puede lograr sus aspiraciones porque está a merced de los bolistas, sin la protección de un Estado eficiente, fuerte y centralizado. Entre la libertad y la seguridad, los positivistas optan por la segunda. Los Llamas no pueden defenderse, hacer justicia por su propia mano o mantenerse al margen de los acontecimientos que se precipitan, nadie garantiza su seguridad para invertir, para producir. Don Justo, ante la petición de asilo que Cabezudo hace a los Llamas para Juan Quiñones, dice:

—¡Es decir, que la revolución es ya un hecho en San Martín! ¡Es decir, que ya los hombres trabajadores y honrados, vamos a comenzar a sufrir de nuevo los estragos de la gente desordenada y sin oficio! Lo mismo fue hace pocos años, y eso que la gente de San Martín no se ha metido en todas las bolas. Mañana echarán un préstamo los de la revolución y pasado mañana los del Gobierno, y esos mejor se debieran llamar dádivas o robos, puesto que nunca se los pagan a uno. […] yo he contraído compromisos para mejorar algo este rancho […] y es una verdadera picardía que porque al señor Gavilán se le antoja trastornar el país, yo no pueda pagar mis deudas y realizar un beneficio para mi finca, porque unos y otros necesitan de mi dinero, de mis caballos, de mis toros y hasta de mi casa, para matarse y perjudicarse recíprocamente! (lb: 65–66)

Ante tal situación de inseguridad para invertir en el progreso material, es imposible que las clases laboriosas puedan cumplir con su compromiso social ya que, “La burguesía, exprimida sin piedad o por régulos locales o por gobiernos en lucha, escondía su dinero y retraía sus simpatías” (Sierra, en Villegas, 1972: 76). Quienes alteran el equilibrio de las cosas trastocan el orden del todo y no sólo de la parte donde se manifiesta su intervención.
        Por otro lado, otro elemento manejado por el positivismo y rescatado en la novela es el desarrollo natural de algunos fenómenos y la confianza, tanto en la ciencia como en los hombres dedicados a ella; después de la primera batalla entre las tropas de Cabezudo y Coderas, a las afueras de San Martín, Juan Quiñones sale herido y es curado a hurtadillas en la iglesia del padre Marojo; durante su convalecencia es atendido por una curandera: “La curandera me visitaba todos los días y me hacía alguna curación enteramente inútil, puesto que mi herida no tenía importancia real y la cicatrización estaba encomendada a la naturaleza” (lb: 110).
Cuando las fuerzas de Cabezudo toman el pueblo y viene la pacificación, Juan puede ir a atender a su madre que ha estado enferma e injustamente encarcelada durante la refriega; con fina ironía nos dice cómo calma sus aprensiones ante la inminente llegada del médico:

Mañana estará aquí [dijo Felicia]; no te aflijas, hijito; teniendo médico no hay que temer nada [...] En San Martín se creía formalmente que en habiendo médico nadie podía morirse, y esto aun cuando la experiencia les mostrase frecuentemente lo contrario. Y como yo no tenía por qué escapar de la regla común, me tranquilicé bastante con aquella noticia. (lb: 148–149)

Un elemento importante a destacar es el papel de la Iglesia en la novela, el padre Benjamín Marojo tiene un compromiso con su religión y con su Dios, pero no se trata de un sacerdote ortodoxo, por decirlo de algún modo; no es un personaje que se involucre en las pugnas por el poder, es un personaje positivista en todas sus acciones y pensamientos. Sí, los positivistas planteaban que en la nueva etapa la naciente religión fuera laica y tenía que ver con la concepción burguesa de patria: territorio delimitado; lengua, religión; nación como un imaginario inherentemente limitado y soberano; y de un nacionalismo que, como señala Anderson, hace suyos los símbolos religiosos. La nueva religión, la doctrina laica, era para venerar a los héroes que dieron la patria, pero, en la narrativa de Rabasa, la dieron ya, y a partir de ese momento la tarea es hacerla progresar.
El padre Marojo comparte las cosas de Dios con las de la patria sin ningún conflicto, sin otro interés más allá que el de colaborar con los elementos ideológicos que cohesionan a la sociedad. El día del desfile para celebrar la Independencia de México en San Martín de la Piedra, el templete en que estarían las personalidades civiles del Ayuntamiento, donde terminaría el paseo cívico de costumbre y donde Severo pronunciaría su discurso cívico, en el lugar que se colocó el altar a la patria se pusieron de fondo “las cortinas del altar de las Ánimas, que el señor cura prestó a la comisión bondadosamente” (lb: 8; las cursivas son nuestras).
En el nuevo santoral, en la parafernalia del altar civil también caben los sacerdotes que entendieron que el orden teológico (desde el punto de vista de la teoría de los tres estados) debía ser superado; en ese altar aforado por las cortinas de la iglesia se encuentran los sacerdotes Miguel Hidalgo y José María Morelos y Pavón. Parece ser una señal de la religión positivista, la religión de la humanidad, laica, una utopía que no prosperó. Además, en México no se insistió en su proselitismo, ya que implicaría nuevos enfrentamientos y mayores desórdenes:

Se habla de una iglesia positiva, de una iglesia que ayude al poder político y no de la iglesia divorciada. Los positivistas aspiraban a ocupar el poder que había dejado la iglesia católica al divorciarse del estado; nuestros positivistas aspiraban a prestar su ayuda al estado; pero guardando su independencia. Este ideal no dejó de ser un ideal; es decir, no fue sino una utopía; la realidad mexicana no ha permitido ni permitirá la realización de esa idea. Nuestros positivistas lo ven así; pero no pierden la esperanza. Saben que tropiezan con una realidad que no es posible evitar. (Zea: 228)

En La Guerra de tres años, Rabasa va a explorar los conflictos causados entre autoridades civiles y gente cercana a la Iglesia por la aplicación de las Leyes de Reforma; en La Bola, el representante de la Iglesia implica a un hombre que sin graves conflictos internos (al menos no nos lo dice la novela) puede faltar a la ley de Dios, para ayudar a bien morir a una de sus feligresas. Cuando la mamá de Quiñones siente la muerte cerca, considera su deber dejar a Juan comprometido con Remedios, y por eso solicita al padre Marojo que pida a don Mateo la mano de la muchacha para su hijo; el soberbio cacique se niega a la unión. Sin embargo, en el lecho de muerte de la mamá de Juan Quiñones, al ser cuestionado el sacerdote por el resultado de su comisión, el narrador señala:

El cura me vio más airado que nunca y vaciló; yo le miré con ansiedad, temeroso de que la verdad escapase de sus labios. Mi madre fijó en él sus ojos avivados por la calentura que la devoraba, y el buen sacerdote mintió por primera vez en su larga y virtuosa carrera:
—Todo queda arreglado —le dijo— consiente y espera el alivio de usted para hablar sobre eso. (lb: 165–166)

El sacerdote no es un personaje sobreideologizado por su investidura religiosa, es un hombre que cree en la verdad; y su verdad, como para los positivistas, está basada en la experiencia, en la observación, no en lo que subjetivamente siente el sujeto, no en lo que moralmente le señala su doctrina. Marojo no es como Quiñones, quien había idealizado la bola y se siente decepcionado por los resultados del movimiento, por el oportunismo de los principales participantes; don Benjamín, alter ego del positivismo, sabe que los fenómenos, al repetirse de manera sistemática, se convierten en leyes:

—Eres un muchacho loco —me dijo el señor cura con semblante irritado— treinta y dos años llevo de ser cura de San Martín y conozco a esta gente como las palmas de mis manos. A todos éstos los he visto nacer, y sé cómo son y cómo fueron sus padres y sus abuelos. ¡Bah! De estas bolas he visto muchas, y todo lo que está pasando ya me lo sabía sin que me lo dijeran. (lb: 113)

Marojo es profético, pero no augura milagros, sus profecías no están basadas en la fe o en el deber ser. Las predicciones objetivas de don Benjamín son científicas, basadas en el conocimiento de los hechos; es un hombre que estudia los seres y los acontecimientos, pero no en libros, no en teorías que preconciben la realidad: el sacerdote se basa en la observación de los hechos empíricos, en sucesos comprobados, no en prejuicios. Es por boca del padre (a partir del cual el autor implícito nos hace un guiño, por medio de una prolepsis), que nos enteramos de lo que sucederá al final de la última novela (Moneda falsa), con el propósito de consolar a Juan Quiñones de la negativa del coronel para que se case con su sobrina, el sacerdote dice:

—No te apures —continuó el párroco cariñosamente—, tú y Remedios hacen un buen par y Dios ha de juntarlos. Ya verás lo que pasa con este hombre que nunca dejará de ser Mateo, el criado de tu padre; pasará que dentro de poco hará tales disparates y atrocidades en la Jefatura, que acabarán por echarle de allí; y quedando reducido a su natural y merecida nulidad, ya no tendrá los humos que ahora, y reconocerá que eres digno y muy digno de Remedios. (lb: 222)

El vaticinio del sacerdote no es exacto, como no podría serlo en una novela que desarrollará todavía muchas acciones en sus siguientes tres entregas: Mateo Cabezudo llegará de San Martín a la capital del estado como diputado local, más adelante se desplazará hasta la capital del país como diputado federal, de coronel ascenderá hasta general, pero finalmente, al no poder obtener una secretaría de Estado, regresará a San Martín derrotado, “quedando reducido a su natural y merecida nulidad”, y no pondrá objeción a la boda de Juan y Remedios. En la etapa positiva de la humanidad todo es orden y progreso, la sima del desarrollo social, en la novela, después de muchas calamidades hay un final… digamos “feliz".
En la iglesia Juan es asilado y curado de sus heridas durante la primera etapa de la bola; es ahí donde los personajes más desinteresados y fraternales viven (Felicia y don Benjamín); sin embargo, la Iglesia como institución no juega un papel importante, en términos de conflicto dramático, en el mundo de La Bola, pero sí en la concepción positiva del mundo. Marojo es visto como un individuo sin fanatismos, todos los elementos que lo configuran son positivos, esto significa que es el personaje que encarna lo bueno, en cuanto a lo humano y lo positivista; y lo bueno es el orden, Marojo es el tipo de sacerdote que se aspira tener en la sociedad del futuro, no enfrentados al Estado, sino al servicio del orden y del progreso. “Los adeptos a la idea del progreso, generalmente reacios a todo lo que fuera religiosidad, mediante la aplicación de esa idea, llegaron a comprender que incluso la religiosidad podía ser considerada como un tránsito necesario para alcanzar etapas de conciencia superiores”. (Villegas, 1972: 6)
Lo que nos confirma una vez más la influencia del positivismo en La Bola es que las características negativas son para los militares (Cabezudo y Coderas) y para los políticos oportunistas (Cañas y el diputado Gavilán), que viven escalando puestos y nombramientos, a partir del río revuelto que provocan los acontecimientos que desordenan la vida pacífica de los pobladores de una comunidad. Como para Maquiavelo, tal parece que los hombres son malos por naturaleza,[7] pero son las instituciones las que los pueden hacer buenos: la Iglesia, por ejemplo, o un Estado libre de corrupción y sin vacilaciones, fuertemente centralizado.

Conclusiones

En la novela en cuestión parece existir continuidad entre historia y literatura.
Es evidente que el positivismo comteano permea la narración.
Dentro de la teoría de los Tres Estados, por los que debe transitar la humanidad: metafísico, religioso y positivo, México debe reconocerse instaurado en la etapa positiva, por eso, en la novela, las características de la iglesia son:
  • No enfrentada al Estado.
  • Desinteresada.
  • Fraterna.
  • No lucha por el poder.
  • Está al servicio de la reconstrucción y la paz.
  • Es positiva, ayuda al poder político no se divorcia de él.

Podemos ver que urge la conciliación para que el desarrollo capitalista pueda mostrar las bondades del “progreso”. Hay que dejar de hacer política y dedicarse a la administración, como pedía don Porfirio a sus subordinados políticos y a la oposición.
La leva y el militarismo son elementos de la etapa metafísica, no ayudan al progreso de la nación, por eso son caracterizados semánticamente de manera negativa:
  • Son producto de la guerra civil prolongada.
  • La leva implica, en el XIX, la separación forzada del campesino-indio de su habitat. Y el campo se queda sin peones que trabajen la tierra y produzcan riqueza.
  • Puede ser un promesa de ascenso social para algunos individuos: por méritos militares, pero es un peligro, destruye, no construye; chantajea, no propone.

Los impuestos de guerra muestran la inexistencia del Estado, su debilidad en el mejor de los casos. Los recaudadores son personeros de los bolistas, no es la Hacienda del Estado. Los prestamos forzados son impuestos de guerra destinados a la destrucción social y a la construcción, en caso de triunfo de una facción, del prestigio político y militar de un idividuo.
Considero que en esta novela, como en otras que se reclaman realistas y naturalistas, incluso costumbristas, las fronteras disciplinares entre la historia y literatura están superpuestas. La “verdad” histórica puede rastrearse en el discurso literario. No es un reflejo, pareciera que hay transiciones entre el discurso histórico y el literario.
La consolidación del capitalismo durante el Porfiriato requiere que no haya crítica al poder, sino a sus críticos que lo desestabilizan. El positivismo es parte del debate liberal entre libertad y orden. Los liberales se debaten entre conservar la libertad o instaurar el orden, he ahí el dilema.



Bibliografía

AZUELA, Mariano (1947). Cien años de novela mexicana. Botas. México.
________ (1976). “Emilio Rabasa”, en Obras completas, tomo iii. Fondo de Cultura Económica (fce). México. p. 639–646.
BARREDA, Gabino (1973). Estudios. Universidad Nacional Autónoma de México (unam). México. Biblioteca del Estudiante Universitario
BOSQUE Y LASTRA, Margarita (1979). La obra histórica y literaria de Rabasa en la conciencia histórica de México. Universidad Iberoamericana. México.
BRUSHWOOD, John S. (1998). México en su novela. FCE. México.
CARBALLO, Emmanuel (1999). Reflexiones sobre literatura mexicana siglo xix. Biblioteca del issste. México.
___________, (1991). Historia de las letras mexicanas en el siglo xix. Universidad de Guadalajara–Xalli. México.
COMTE, Augusto (1997). La filosofía positiva. Porrúa. México.
GLASS, Elliot S. (1975). México en las obras de Emilio Rabasa. Diana. México.
GONZÁLEZ, Manuel Pedro (1951). Trayectoria de la novela en México. Botas. México.
GONZÁLEZ NAVARRO, Moisés (1994). Sociedad y cultura en el Porfiriato. cnca. México.
GONZÁLEZ PEÑA, Carlos (1987). “Rabasa y sus novelas”, en Novelas y novelistas mexicanos. La crítica literaria en México, núm. 7. unam–Universidad de Colima. México. pp. 89–93.
GONZÁLEZ, Luis, (2000). El liberalismo triunfante, en Historia general de México. El Colegio de México. México. pp. 633–706.
GUTIÉRREZ NÁJERA, Manuel (1887). “La bola, de Sancho Polo”, en La crítica de la literatura mexicana en el siglo xix (1836–1894). La crítica literaria en México, núm. 2. Edición de Fernando Tola. unam–Universidad de Colima. México. pp. 97–99.
HAKALA, Marcia A. (1974). Emilio Rabasa novelista innovador mexicano en el siglo xix. Porrúa. México.
HERRERA ARIAS, Ismael (1980). Perfiles de la narrativa de Emilio Rabasa E. Facultad de Filosofía y Letras. unam. México.
HENRÍQUEZ UREÑA, Pedro (1984). “El positivismo independiente”, en Estudios Mexicanos. fce–sep. México. pp 238–248.
IMBERT, E. Anderson (1979). Historia de la literatura hispanoamericana I. La Colonia. Cien años de República. fce. México.
JIMÉNEZ RUEDA, Julio (1953). Historia de la literatura mexicana. Botas. México.
_________ (1996). Letras mexicanas en el siglo xix. fce. México.
J. LLOYD READ, Ph. D. (1939). The mexican historical novel 1826–1910. Instituto de las Españas en los Estados Unidos. Nueva York, usa.
KREMERMARIETTI, Angéle (1979). El positivismo. cnca–Presses Universitaires de France. México.
LAY, Armando Manuel (1981). Visión del Porfiriato en cuatro narradores mexicanos: Rafael Delgado, Federico Gamboa, José López Portillo y Rojas y Emilio Rabasa. The University of Arizona. Arizona.
LEAL, Juan Felipe (1994). “La maquinaria política del porfirismo”, en Cien años de lucha de clases en México 1876–1976. Tomo i. Colmenares, Ismael et al. (comp.). Quinto Sol. México. pp. 61–68.
LÓPEZ–PORTILLO Y ROJAS, José (1971). La parcela. Porrúa. México.
___________ (1888), “La novela en México”, en La República Literaria. Año ii, Tomo iii (marzo 1987–marzo1988). Guadalajara.
MONSIVÁIS, Carlos (1986). “Emilio Rabasa: la tradición del desengaño”, en La bola. Emilio Rabasa. Océano. México.
MORENO DÍAZ, Daniel (1994). “El centenario de Emilio Rabasa”, en Los hombres de la Reforma”. Costa–Amic. México. pp. 333–343.
MORENO, Rafael (1959). “¿Fue humanista el positivismo mexicano?”, en Historia mexicana. Revista trimestral de El Colegio de México. Vol. viii, núm. 3, enero–marzo de 1959. México.
NAVARRO, Joaquina (1992). La novela realista mexicana. Universidad Autónoma de Tlaxcala. México.
POLO, Sancho (1887). La bola. López y Compañía Editores. México.
RAAT, William D. (1975). El positivismo durante el Porfiriato. SepSetentas. México.
RABASA, Emilio (1931). La guerra de tres años. Cultura. México.
———————— (1955). La guerra de tres años seguido de Poemas inéditos y desconocidos. Prólogo de Emmanuel Carballo. Libro–Mex editores. México.
———————— (1986). La evolución histórica de México. Coord. de Humanidades unam–Miguel Angel Porrúa. México.
———————— (1997). La bola y La  gran ciencia. Porrúa. México.
RAMA, Ángel (s/f). Literatura y clase social, Folios Ediciones. s/l.
RAMOS, Samuel (1993). Historia de la filosofía en México. CNCA. México.
SALADO ÁLVAREZ, Victoriano (1946). “¡Académico! Don Emilio Rabasa. Peza, el dueño de México. Don José María Vigil”, en Memorias I. Tiempo viejo. ediapsa. México. pp. 343–348.
SERRA ROJAS, Andrés (1969). Antología de Emilio Rabasa I y II. Oasis. México.
STRATTON, Lorum H. (1971). Emilio Rabasa: life and works. The University of Arizona. Arizona.
TENA RAMÍREZ, Felipe (1935). Silueta de don Emilio Rabasa. Cultura. México.
VILLEGAS, Abelardo (1972). Positivismo y porfirismo. SepSetentas. México
WARNER, Ralph E. (1953). Historia de la novela mexicana en el siglo xix. Cultura. México.
ZEA, Leopoldo (1985). El positivismo y la circunstancia mexicana. Fce. México.



1. El presente ensayo está basado en un capítulo de la tesis: Ríos Rivera, Artemio (2004). El positivismo en el ciclo “Novelas Mexicanas” de Emilio Rabasa Estebanell, tesis de maestría, Universidad Veracruzana, Xalapa.

2. De aquí en adelante, para señalar las citas referidas a esta obra, utilizaremos lb con la paginación respectiva.

3. Sobre este pasaje José López Portillo y Rojas comenta: “No todo es, ciertamente, serio y triste en la novela. Tiene cuadros chispeantes y graciosos, que deleitan el ánimo alegremente, por la exactitud de la descripción y la deslumbrante viveza del colorido. Tal es la celebración de las fiestas patrióticas del 16 de Septiembre en San Martín de la Piedra. Allí aparecen tipos que todos conocemos, y escenas que son fotografías al natural”. (López–Portillo, 1888: 443).

4. Es importante rescatar este enfrentamiento entre el poder civil y el militar, condenado por nuestro narrador, porque justamente dicha oposición es lo que evitaba el avance del país e impedía la evolución al estado positivo, superando el teológico y el metafísico; y es un punto sobre el que insistían los positivistas mexicanos de la época. Al respecto, Leopoldo Zea deja muy clara la posición: “El estado teológico estaba representado en México por la época en que el dominio social, en que la política, estuvo en manos del clero y la milicia. El clero y la milicia representan el estado teológico de la historia positiva de México. Pero a este estado sigue un estado combativo, un estado en el cual se destruye el orden del estado teológico para ser sustituido por el orden positivo. Ésta era, este estado es el metafísico, que en México es identificado con las grandes luchas de los liberales contra los conservadores y que culmina con el triunfo de los primeros sobre los segundos, al triunfar el partido de la Reforma [...] Era menester que los mexicanos supiesen que se había iniciado una nueva era, una era que ya no podía ser la del oscurantismo teológico; un nuevo orden, que no era basado en la voluntad de la divinidad ni en la voluntad del caudillo militar. Tampoco era la del desorden metafísico, época que [aparentemente] se había terminado al ser destruido el antiguo orden. Se trataba de una nueva era, en la cual el orden positivo venía a sustituir al orden teológico y al desorden metafísico” (Zea: 49). Esta tensión no ha sido superada, de acuerdo con la narrativa de Rabasa, no hemos arribado al estado positivo, precisamente por las bolas, por la falta de orden entre los actores sociales y por ende en la sociedad; el enfrentamiento Coderas–Cabezudo es parte del desorden metafísico: cada uno quiere imponer su voluntad, sin demostrar la validez de sus proyectos.  

5. Justo Sierra define a la leva como una enfermedad endémica de México: “El país estaba desquiciado; la guerra civil había, entre grandes charcos de sangre, amontonado escombros y miserias por todas partes; todo había venido por tierra; abajo, para el pueblo rural, se había recrudecido la leva, una de las enfermedades endémicas del trabajo mexicano […], que dispersaba al pueblo de los campos en el ejército, como carne de cañón; en la guerrilla, como elemento de regresión a la vida en la horda salvaje, y en la gavilla, la escuela nómada de todos los vicios antisociales” (Sierra en Villegas, 1972: 76).

6. Más allá de la cuestión estética, Emilio Rabasa, en la segunda década del siglo xx, escribe dos obras de carácter histórico y sociológico (La constitución y la dictadura y La evolución histórica de México), donde justifica la necesidad que México tenía, a fines del xix, de un gobierno fuertemente centralizado, como lo fue el Porfiriato, para poder impulsar el progreso del país.
  
7. O, en todo caso, tienen una tendencia natural al desorden, nos dice el autor implícito desde los niños de la escuela hasta los bolistas, pasando por los debatientes de las noticias encontradas que trae la prensa partidista (y por lo tanto, no objetiva) a San Martín de la Piedra.

Video del Ejido San José

Evidencia a mitad del proceso...