Apuntes de una historia
Artemio Ríos Rivera
Es tan corto el amor
y es tan largo el olvido
Pablo Neruda
Arturo:
Cuando yo te pregunto si habría alguna posibilidad de encontrarnos en algún lugar, efectivamente es para reflexionarlo con calma, pero sobre todo con el corazón, porque yo así la he sentido.
No lo estoy planeando, no es una acción alevosa, premeditada; esto no entiende de condiciones, ni de presiones, ni de chantaje, sólo se da o no... bien. Tu respuesta, la que sea, tendré que asumirla. Si no hay el espacio para un diálogo sincero y sentido, tampoco podré hacer mucho, si es que sólo yo estoy dispuesta.
Hasta pronto, Paulina.
Ahí estaba otra vez la presencia de esa mujer, como lo había estado durante los últimos 15 años. Diálogo le pedía cuando a él, a lo sumo, lo único que le había interesado de ella era el sexo. Ni siquiera soportaba sus sutiles demandas a la hora de la urgencia carnal —¿me amas?, decía ella—. No, no la amaba, hacía mucho que no recordaba qué era el amor, es tan largo el olvido, pensaba. La única huella que había quedado en su memoria corporal era el deseo. No le importaba ella, lo urgente era descargarse, irse, aliviar su cuerpo y después partir, ni siquiera fumar un cigarrillo y platicar del clima como en la sobremesa. No había que decir adiós, ni acordar la próxima cita.
No se interesaba ni por las atenciones que ella le había ido construyendo al paso de los años: ropa interior para él en el apartamento de ella, enseres de aseo personal que ella, de manera casi imperceptible, había ido colocando poco a poco, como en un altar donde no existía otro Díos más que él con esa sacerdotisa sumisa y leal. Pero él no quería eso, ni otra cosa, no le importaba, aunque el lenguaje animal, el deseo siempre latigueaba su pacífica cotidianeidad, el celo lo llevaba a buscar a la hembra.
No quería una mujer sumisa sino independiente, que no le pidiera explicaciones de nada, pero que tampoco se las diera. Sólo el sexo que a veces le faltaba con su compañera permanente, con la casa grande digamos, para usar un lenguaje común y... demasiado corriente. Las escasas palabras, de ella, durante el acto, no las soportaba, ni las podía corresponder, no quería oírlas, no lo excitaban o llamaban a la ternura. Por el contrario le hacían saltar una violencia que tenía que ser fuertemente reprimida para no manifestarse, seguía en el acto pero ya no era el disfrute tan intenso, el orgasmo contenía un potencial estallido de violencia, de odio irracional. Su respuesta era el rechazo, la violencia contenido, algo que no le había sucedido con ninguna otra mujer.
Nunca supo como se había metido esa Paulina en su vida, nunca quiso averiguar si existía algún afecto profundo que le permitiera hoy, en su más sola soledad acercarse a ella sin miedo, beber del oasis que a su madurez sin alguien se le presentaba, se le ofrecía en el camino. Todo tenía un precio, lo sabía, temía pagar cara esa repelente sumisión que lo atraía y afirmaba sus instintos de macho. Ahí estaba, nada que dar, solo recibir. Sin embargo le parecía la trampa perfecta, no te pido nada para que estés aquí. Para que veas que no te pido nada, entonces si no me das nada, debes cuando menos estar conmigo, corresponderme, pensaría ella.
Arturo:
No he querido parecer soberbia, por no escribir con anterioridad, realmente he querido escribir desde ese día que estuvimos juntos. Sin embargo, aun estaba el desconcierto... tu presencia y tu silencio juntos... tan juntos que no acertaba qué decir...
Debo abrir mi corazón y confesar que estoy escribiendo y tengo miedo... de repente uno se hace muchos pensamientos unos positivos otros negativos, unos que atormentan otros que dan esperanza, en fin...
Sé que necesitabas mi compañía, mi amor y complacer los anhelos de ese momento. Al igual yo, aunque algo que deseaba mucho era tu ternura y tu comprensión... nos han separado tantas cosas... este reencuentro fue inesperado, era algo que no podía creer: verte ahí frente a mí, en mi casa, en mi cama, en mi cuerpo pero, sobre todo, dentro mi corazón.
Quisiera decir algunas cosas más en donde tu sintieras, o ambos, la confianza de poder acercarnos sin temor, pero no quisiera que fueran dichas por este medio, ¿habría la posibilidad de encontrarnos en algún lugar?
Con el deseo de verte, Paulina.
Ese día en que estuvieron juntos, que terrible fue la resaca para ti, recuerdas Arturo, ningún deseo de recordarlo. Ese día había sido para ti un ciclo sin tiempo, eterno, circular y sin regreso.
Era el cumpleaños de Jaime César de ese vital viejo socarrón y adorable que se le ocurrió, como nunca, auto festejarse. Invitar a los amigos al rancho de la Joya para convivir y beber hasta hartarse. Ese día el subconsciente te había traicionado y sin querer hiciste todo, con sutileza y finura, para no coincidir con tu esposa. Conociéndola bien, sabiendo la fortaleza de su carácter y la autonomía de sus decisiones, sabías que ella podía irse a realizar otras actividades o llegar al rancho sin problemas, por su propia decisión. Ella nunca fue a la fiesta. La culpa tal vez, la costumbre o la pregunta reiterada de los amigos sobre tu mujer te hicieron, por primera vez, extrañarla intensamente, además de agradecerle el haberte salvado de un abismo, te confesaste, confuso, que en el fondo tal vez la amabas. Pero no podías aceptar esa debilidad. Ella no estaba ahí por decisión propia, ni modo había que disfrutar el momento, la fiesta, los amigos, las monjas, los militantes, en fin. Después supiste que la ausencia de tu mujer era una premonición de lo que ocurriría en el resto del día.
Arturo:
No se trata de imponer, tu sabrás cuando contestarás a lo que te solicité, en tanto no suceda creo que podemos tener una comunicación en un sentido más… intelectual digamos, ya, ya sé que no te gusta esa palabra, disculpa. Mira estoy trabajando sobre mi protocolo de tesis para el doctorado, quisiera leyeras un ensayo que realicé y que fue enviado a mi tutora. De este documento se desprendería el resto de mi trabajo, marcaría mi ruta. La pregunta es ¿lo leerías y darías tu punto de vista? Te pregunto porque no me gustaría enviar algo que no tenga nuevamente respuesta. Obviamente no podría obligarte a que lo leas y que tus valiosos comentarios me orientaran, sólo estoy pidiendo que tengamos una relación cordial, como cuando estábamos juntos en la escuela, ¿te acuerdas?
Un abrazo, Paulina.
Ahora le quedaba claro (¿le quedaba claro?), siempre había sido el estudio un pretexto, así habían iniciado una relación que nunca tuvo un principio y, además, parecía no tener fin. En la Universidad habían formado, junto con Alejandro y Ruth, un equipo de trabajo que duró cinco años. Él jamás supo qué hizo para que todos supieran que Paulina y Arturo eran pareja. En realidad jamás había existido ningún tipo de acercamiento, ni físico, menos emocional, no había coqueteos, simplemente un trato fraterno, cordial, amistoso. Arturo trataba a Paulina como a cualquier amigo, no amiga, no. Ella no era para él una mujer ante la que una debilidad te lleva a mentirle, estirar de más una mano, proponer tramposamente algo inofensivo para llevarla a la cama, no. Paulina era su amigo, no era fea, hasta le parecía sensual y cachonda cuando la veía bailando con los amigos o con los enemigos políticos; no era que ella tuviera malos pensamientos, que fuera mala por naturaleza, al contrario su origen de arraigado y consecuente catolicismo la hacia proclive a la lucha social y los “buenos sentimientos”. Simplemente no la veía como mujer deseable, o como una pareja en potencia. Por eso había confianza, pensaba ahora él, se trataba de una relación asexuada, familiar, de camaradas de viejo cuño, de firmes y disciplinados militantes del movimiento social.
Él sabía que ella había propagado esa versión para que las compañeras no se le acercaran, no le importó, cuando pudo sacó partido de la situación. Se aprovechó de esa circunstancia. ¡Maldito error! Diría mucho tiempo después, pero era irremediable, no podía regresar el tiempo. Fue el día que Chico salió de la cárcel; tanto tiempo en el reclusorio era necesario cobrárselo a la vida. Fernando, como siempre, armó el numerito, había que ir a un centro nocturno, era necesario celebrar, excederse, la situación lo ameritaba.
Empezaron a tomar cerveza a media tarde, la botana, la música que hacía inaudible la conversación, las enfermeras del corazón dispuestas a acariciar las heridas por una cerveza para dama, como rezaba el cartón mal pegado en la pared. Entrada la noche, cuando se trató de cabaretear ya estaban bastante ebrios; en el Túnel del amor la copa para dama era muy cara en opinión de Fernando. Para Chico el gasto se justificaba por su encierro, pero no para Arturo, nunca había estado en un centro nocturno y como cuestión de principios no pensaba pagarle a una mujer por sus caricias, era demasiado joven y se sabía atractivo.
Las putas eran para los ancianos, los feos y los desesperados, decía con desprecio, mostrando su juventud y atractivo como trofeos invaluables, en realidad no sabía cómo acercarse a ese tipo de mujeres, tenía miedo y se sentía observado. Por eso, a media noche decidió ir a tocar la ventana de Paulina, él sabía que siempre lo estaba esperando aunque nunca se había dado motivo para ello. Porque Paulina era una sombra pegajosa que no se podía quitar de al lado, sabía que la podía mover a su antojo, eso le hinchaba el ego. Lo que no sabía era que como a su sombra, aún en la oscuridad, no lograría nunca quitársela de encima después de esa noche.
Borracho, en un alarde de machismo sólo golpeó los cristales, cuando ella asomó sorprendida, Arturo adoptó la actitud del amo y dijo vámonos. Ella no preguntó, se vistió y subió al viejo automóvil sin asombro ni esperanza, simplemente sumisa. La noche terminó al medio día, fue la primera vez que se acostó con ella, demasiado agotado, demasiado alcohol como para saber si habían tenido sexo, finalmente no importaba averiguarlo, cuando despertó se vistió y fue a su casa sin una palabra, no la volvió a ver en dos semanas.
Eso basto para ella, fue su noche de bodas, de viudez para la vida. Entre la vida y Arturo, había optado por el peor camino.
Arturo:
Es evidente que no deseas que te escriba, ni en términos de estudio o trabajo mucho menos para fortalecer nuestra amistad en otro sentido. He reflexionado este tiempo sobre tu actitud y he decidido no atosigarte más con mis escritos, sí, me da tristeza que se llegue a estos niveles de falta de comunicación porque antes y ahora no he exigido algo porque he creído siempre que tu sensibilidad de escritor, de poeta que es algo que he valorado siempre en ti, así como otras cosas más que no es el momento enumerar. A pesar de que tú quieras esconder tus bondades y mostrar dureza y frialdad tendrías que permitirte un acercamiento conmigo. Yo no digo que quiero casa aparte, eso ni cuando fui más joven lo soñé menos ahora. Algo que quizá no has entendido es que nunca intente capitalizar tus debilidades, las separaciones de tus anteriores relaciones, tampoco lo intentaría ahora. ¿Sabes? Siempre he caminado sola y esto me ha permitido no confundir mis sentimientos. Talvez en algún momento esperé verme junto a ti, pero no en los términos ni con los recursos que utilizan algunas mujeres, sino más bien quería que tu elección fuera con libertad, que vinieras a mi por convicción, nunca por compromiso. ¿Qué quiere Arturo? ¿Dónde quiere estar? ¿Con quién quiere estar?, me preguntaba siempre. Quizá sentiste que en algunos momentos no te apoyé, y que cuando te separabas ere cuando no estaba ahí, es difícil explicar, (por eso te pedía un diálogo).
Tengo muy presente algunos momentos muy difíciles que pasaste, y no te imaginas que sufría tanto como tú, pero yo me decía: él tiene que salir adelante solo, tiene que tomar su fuerza. Es cuando me refiero a que no capitalicé tu soledad, tu vacío, tu confusión y tampoco terminé de destruir lo que tenía. No me correspondía terminar con eso, (solo porque estuvieras a mi lado, no, la verdad eso no va conmigo) francamente sí, me siento en paz de no haber contribuido a separarte de alguien, puedo ver a la gente de frente y sin problemas.
Antes como ahora, hay comentarios. Alguien me tachó de miedosa, que no te quería tanto, que por qué no había tenido un hijo tuyo, que no era inteligente, en fin (quien les habló de lo nuestro, no sé). Tuve que oír varias cosas y sólo yo sabía cuánto me dolía y tener que aparentar que no pasaba nada, lo mejor fue seguir guardando silencio, te veía en tu nueva relación y si yo llegaba no faltaba más de una mirada que me observara, sentía el peso de las miradas en mi pecho, la opresión era muy fuerte. No ha sido nada fácil, sobre todo porque caminamos en el mismo círculo de la vida, este se cierra y nos encontramos, aunque no queramos así es.
Arturo, esto era lo que quería decirte quizá haya más pero hasta aquí lo dejo. Con esto no quiero que estés confundido, ni sintiéndote culpable, si algún día caminas solo y tu paso y mi paso se encuentran se lo dejaremos a la vida, a la naturaleza, a Dios como una fuerza capaz de unir y liberarnos.
Tuya por siempre. Paulina.
Paulina tenía la virtud de hacerlo sentir un miserable, con su actitud comprensiva, con se espera eterna, con su puerta abierta a todas horas, con su asistencia a todas las actividades públicas en las que él se desarrollaba: mitin, lectura de poesía, presentación de libros, talleres de formación política, encuentros, en fin.
Cuando no la veía la extrañaba, la extrañaba como a una catástrofe inevitable que te pone a prueba, que te golpea con fuerza pero no te mata y entonces te fortalece.
Así que nos tenemos que encontrar y estar juntos de nuevo, aunque yo no quiera, o ¿Sí quiero y no me atrevo? ¿Tendrás razón Paulina?
Paulina fatalmente había decidido el futuro de ambos, los fracasos emocionales de Arturo parecían entonces una consecuencia lógica de una resistencia de él ante el destino. Ella se sentía con derecho después de tantos años de amistad y leal espera, había elegido ese camino de estar junto al hombre que sólo le había dado un poco de sexo apresurado y violento, como conatos de violación innecesarios ya que ella siempre lo estaba esperando, abierta, entregada en más de un sentido.
La fraternidad de los primeros días seguía alimentando el incondicional amor de Paulina. Ella estaba segura que había visto, sentido el cariño y la ternura de él en el fondo de su tenaz resistencia a expresarle su adhesión abiertamente. Sólo podía ser así después de la total confianza que se habían tenido hacía más de tres décadas, cuando estudiantes. Ella sabía que él no era feliz aunque aparentara lo contrario, que nunca estaría completo lejos de ella. Seguiría en la paciente espera, cada vez faltaba menos tiempo.
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