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martes, 27 de abril de 2010

Movimiento y orden social

Movimiento y orden social

Artemio Ríos Rivera

Ella está en el horizonte —dice Fernando Birri—.

Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.

Camino diez pasos y el horizonte se corre diez

pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca

la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso

sirve: para caminar.

Eduardo Galeano


En el siglo XVIII Linneo desarrolló un sistema de clasificación botánica que rápidamente se expandió por el mundo. Descartes y Aristóteles, entre otros, habían iniciado tareas similares. Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon(1), contemporáneo de Linneo, publicó en Francia la Historia natural general y particular, en cuarenta y cuatro volúmenes ilustrados (1749-1804), aunque prescindió de todo tipo de clasificación, el conde de Buffon intentó, como Linneo, ordenar la naturaleza, nombrarla, hacerla asible, explicable y predecible; pretensiones acordes con los paradigmas científicos del Siglo de las Luces. Aunque entre Buffon y Linneo existió un marcado celo y evidente rivalidad por la forma de ordenar a los seres vivos, en aras de la ciencia, consideramos, perseguían finalidades similares.

La sistematización científica necesita ordenar ideas, archivos históricos, documentos, fuentes de información; requiere ordenar la naturaleza, los animales, las plantas, los minerales, en fin el universo mismo; pero, a los científicos no les basta con codificar —la más importante función de la sociedad es nombrar, el hombre está congénitamente compelido a imponer orden significante a la realidad— las cosas, el entorno, y crear las ciencias; es necesario ordenar la convivencia social, no sólo para su estudio, sino también para su control y destino, hablando en una “perspectiva positiva” de la ciencia. Este tipo de inquietudes no surgen de la ociosidad del hombre erudito, son preocupaciones sociales que el científico expresa como parte de su ser social, de su pertenencia a un mundo que para ser explicado requiere de una forma de clasificación, de ordenamiento. El orden viene a ser un asunto no solamente de la sapiencia, sino también del actor común, y, sobre todo, del poder con mayúsculas, además del poder que se diluye en un campus y que se negocia constantemente de acuerdo al capital de los sujetos y sus apuestas, como lo plantea Bourdieu.

En otro orden de ideas, Carlo Ginzburg (41) refiere los alegatos de un molinero italiano, durante el siglo XVI, ante el Santo Oficio: “Yo he dicho –aclara Menocchio- que por lo que yo pienso y creo, todo era caos, es decir, tierra, aire, agua y fuego juntos; y aquel volumen poco a poco formó una masa, como se hace el queso con la leche y en él se forman gusanos, y éstos fueron ángeles”, con estas palabras el molinero friulano trató de explicarse el origen de las cosas y la negación del caos; definir un orden y origen para el hombre y el universo, una interpretación que pretende enmarcarse en el paradigma escolástico, es el objetivo del molinero; pero al ser una elucidación libre sobre el orden divino y su explicación poco ortodoxa para la época, por contraponerse a la versión del orden cristiano, fue motivo suficiente para ser condenado, el molinero, a morir en la hoguera por el Santo Oficio.

Dentro de las pocas lecturas que Menocchio había tenido a mano, para formar sus conclusiones, estaba el volumen de cuentos Cien novelas (El Decamerón) de Boccatio; Ginzburg interpreta (a partir de las actas inquisitoriales donde se consignan las declaraciones del molinero) que el procesado había sacado deducciones incompatibles con la visión dominante del mundo en ese momento; tal inspiración del molinero se rastrea, de acuerdo con Ginzburg, a partir de la interpretación del tercer relato, de la primera jornada, de El Decamerón, sobre la leyenda de los tres anillos; casualmente “la leyenda de los tres anillos había sucumbido a las tijeras de la censura de la Contrarreforma, notoriamente mucho más atenta a los pasajes religiosamente escabrosos que a las presuntas obscenidades” (Ginzburg, 100) presentadas por el mismo volumen en otros cuentos; ¿Por qué es mutilado un libro que más tarde será un clásico de la narrativa universal?, ¿por qué es condenado a muerte un humilde molinero de la Italia medieval? La preservación del orden social ha justificado estás pequeñas intolerancias, y otras, muchas, atrocidades.

Parece que la idea del orden y su imposición no son un invento del positivismo decimonónico, sino una necesidad constante en la convivencia humana; sin duda se juzga necesaria una forma de disponer las cosas y la coexistencia entre los hombres, pero ¿de qué orden se trata? ¿De qué forma de convivencia habla cada quién, cada época, cada gobernante, cada clase social? ¿Al servicio de quién está un determinado tipo de orden “natural”, tanto de la naturaleza como de la sociedad?

Para reflexionar un poco sobre el tema propuesto en los párrafos anteriores nos ocuparemos, de manera central, de una serie de ideas vertidas por Sergio Zermeño (1996) en su libro La sociedad Derrotada; si bien es cierto en este texto Zermeño se ocupa de un estudio de caso (México a finales del siglo XX), nosotros tomaremos básicamente sus ideas generales vertidas con referencia al orden social, tratando de no particularizar en algún caso en específico, cosa un tanto difícil.

A los teóricos del Estado, y de la democracia moderna como la mejor forma de convivencia social, les preocupa consolidar una explicación gradualista de lo que está por venir: el transito pacífico a la democracia, o a la consolidación democrática, o a la democracia participativa, o al desarrollo sostenido, en fin, el problema fundamental es cómo hacer las cosas en armonía y preservar el orden existente en una dialéctica que permita el cambio sin rupturas, cambiar lo micro para no cambiar o cambiar lo macro, pero poco a poco sólo para evitar rompimientos que pongan en peligro el “progreso” alcanzado.

Una vez reconocido que no se puede echar por la borda el conflicto social, la cuestión es: ¿cómo hacer funcional el conflicto?, cómo manejar los movimientos sociales para que “aporten” al concierto social existente, para que existan cambios políticos sin que estos se reflejen radicalmente en otros ámbitos de la sociedad, es decir la economía (al igual que la cultura) ha sido derrotada por la política, ya que la economía de libre mercado (a la par de la cultura occidental) parece ser el marco en el que se “deben” de mover las formas de la política, para no caer en la irracionalidad sin sentido de la ruptura violenta con el ordenamiento social y su Estado de derecho, es decir podemos cambiar la política y sus formas, no la economía. Parece que los teóricos sociales del neoliberalismo descartan la idea de la revolución a partir de varios argumentos. Hay que abrazar ahora “utopías limitadas”, esto es, realistas que promuevan la profundización de la democracia o formas pertinentes de democracia participativa(2).

Se hace necesaria entonces, desde la perspectiva neoliberal, la disolvencia y el desmantelamiento de los movimientos sociales para evitar las disolvencia o el desmantelamiento de las instituciones democráticas y del orden económico; tal parece que los movimientos sociales, para algunos intelectuales orgánicos de la economía de mercado, sólo tienen razón de ser si pueden fortalecer la democracia, el sistema de partidos y el Estado de derecho, de lo contrario su carácter irracional sólo pueden llevarnos al debilitamiento de la democracia realmente existente y a la antípoda de la libertad que son el autoritarismo y los fundamentalismos antidemocráticos.

El movimiento social parece sólo tener como objetivo señalar algunos excesos para transitar o consolidar la democracia, no para proponer utopías “costosas” para la sociedad. Precipitar un reajuste económico, que no implique cambios profundos, para hacer menos drástica la asimetría social es lo que puede dar legitimidad a los movimientos ante los gobernantes y los analistas de la democracia. Zermeño plantea un cuestionamiento: “¿cómo se mantiene un orden basado en una democracia política cuando la creciente desigualdad nos aleja de la democracia social?” (Zermeño, 13), en efecto no hay una respuesta simple ante tal interrogante, no hay una sola respuesta, sería demasiado simplista plantear que Maquiavelo puede aportar una solución, para imponer la política sobre lo social: si no convences a tus vasallos, somételos. Consenso y coerción para la conservación del poder, pero sobre todo, del orden social existente. El orden global es mucho más complejo; pareciera que son antípodas la democracia política y la social.

Así pues, hay varias realidades que se sobreponen y que aparentemente no se tocan de un mismo espacio social, en el caso de nuestra patria, señala Zermeño (15), hay varios países: un México transnacional, modernizador; un México moderno, en desmantelamiento; un México roto; y, finalmente, un México profundo, el que se rebela en Chiapas. Todos estas “realidades” se disputan la nación, pero debido a su inserción en la globalidad, en la economía-mundo, pareciera que cualquier proyecto que resulte hegemónico tendrá que hacerlo —desde la perspectiva de los teóricos del sistema, de los que entienden la racionalidad y el sentido de la acción—, inevitablemente, en el marco de la democracia, la economía de mercado, el neoliberalismo y, sobre todo, por la vía pacífica para que exista legitimidad. Esta tensión entre varias realidades superpuestas abona al desorden social y a la falta de entendimiento mutuo entre los diferentes actores sociales.

Sin embargo parecería verdaderamente utópico pensar que el problema de la confrontación, incluso del enfrentamiento violento, va a dejar de existir; Engels decía que la violencia ha sido la gran partera de la historia; la violencia se expresa como forma de resistencia ante los cambios, como forma de propuesta de lo nuevo, como forma de negación del presente y a la vez como recurso de sometimiento y dominación de un Estado a otro, o del Estado hacia el conjunto de la sociedad, fundamentalmente sobre las clases subalternas, en bien de la sociedad misma, esta última afirmación es la que legitima el monopolio de la violencia por parte del Estado y de un determinado régimen político.

Hay elementos del comportamiento mismo de las sociedades que necesariamente llevan al trastocamiento del orden, sin que esto sea necesariamente un cuestionamiento de lo existente por determinados sectores de la sociedad, simplemente se da como elementos que se manifiestan como parte de la “naturaleza” del crecimiento de los grupos humanos: “El debilitamiento de las identidades colectivas y de las intermediaciones. El desmantelamiento de la sociedad. La masificación demográfica y la modificación rotunda del panorama urbano” (23), si bien es cierto estas situaciones per se no llevan a la ruptura del orden social, son mecanismos que combinados con otros contextos pueden generar escenarios explosivas que impliquen el cuestionamiento profundo del ordenamiento social existente, pero ¿propondrían un nuevo orden? No lo sé, ni sé de qué tipo.

Hay varias fuentes, según Zermeño, del desorden social, y no precisamente promovidas por las clases subalternas o los grupos rebeldes, sino producto del comportamiento mismo de la economía de mercado y las políticas del Estado respecto al desarrollo social en los países dependientes: La primera fuente del desordenamiento esta enlazada al estancamiento económico; una segunda fase implica la migración del campo a la ciudad, que aunada al estancamiento económico provoca una “pedacería social” entre creación de empleos y la incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo, donde generalmente es sensible el déficit del mercado laboral; la tercera fuente de desordenamiento, aunada al descontrol demográfico, al pasaje abrupto de lo tradicional campesino a lo urbano, a la industrialización excluyente y a la crisis de estancamiento, es la integración transnacional de los países pobres que implica una caída de aranceles debilitando las plantas productivas, a pesar de las reconversiones industriales; finalmente, la cuarta fuente del desordenamiento se debe a la debacle estruendosa del proyecto neoliberal de apertura comercial y transnacionalización. (23-26)

Pero los elementos señalados evidentemente no son suficientes para “augurar” la caída del neoliberalismo o la transición histórica hacia otro tipo de sociedad, a pesar de todo el sistema tiene muchos recursos de refuncionalización; así como hay elementos que lo objetan hay situaciones que lo avalan, encontrándose en un constante vaivén que no se puede predecir en donde se dará un cambio que trascienda el orden existente. La permanencia de la crisis parece ser un elemento consustancial que le da dinamismo al libre mercado y que lo previene para ir encontrando los ajustes a la problemática de su propia reproducción.

Desidentidad y desorden, estancamiento y ausencia de cambios, la inmovilidad pueden traer aparejadas transformaciones profundas, no siempre mensurables o medibles por la estadística. La sociedad se mide a sí misma, generalmente, en rubros formales, pero no en elementos como la economía informal o la aportación del trabajo no asalariado a la conformación del Producto Interno Bruto(3), por señalar algunos ejemplos(4), hay muchas vetas del desorden o la violencia que, seguramente, tampoco son constantemente evaluables numéricamente como lo demandan las investigaciones empíricas y positivas .

Son necesarios una gran variedad de factores para que los desajustes entre economía y sociedad (con el desorden y la tensión que traen aparejados), conduzcan a una confrontación violenta, puntualiza La sociedad derrotada (29).

La desorganización de la sociedad, para Zermeño (30-31), no tiene que ver necesariamente con los grupos emergentes, contestatarios o rebeldes, sino que en el caso de países como el nuestro es producto de las políticas mismas de Estado que responden a las directrices de los organismo internacionales, así: la desarticulación, la pauperización, la desidentidad, la anomia y, en una palabra, el desorden social, son producto de cambios de ritmo violentos: aceleración en los procesos productivos, estancamiento súbito, catástrofes, intervenciones estatales drásticas, etcétera.

Si bien es cierto los movimientos sociales(5) pueden chocar con el sistema social en su conjunto, la desidentidad y anomia se convierten, en la perspectiva de Zermeño, en una idea-fuerza en torno al desorden, en elementos fuertemente cuestionadores de la legitimidad del sistema. Ya que donde las corrientes neoliberales creen fundar un nuevo orden basado en las fuerzas del mercado, el libre intercambio internacional, la reducción de la participación estatal en la economía y la desaparición de todas las fuerzas corporativas, lo que están haciendo es incitar a la resistencia, a la confrontación. Es posible realizar una lectura alternativa y mostrar que incluso si los objetivos neoliberales pudieran cumplirse, los beneficios que de ahí derivaran no harían variar en nada las condiciones inhumanas en que se debate gran parte de la población en el mundo.

La destrucción de las identidades colectivas, la pauperización, la atomización, la polarización del ingreso y de los valores culturales y, en extremo, el desorden anómico (extrañeza, ruptura de vínculos afectivos e incapacidad de nombrar el entorno social y valorativo) son fenómenos que traen consigo las propuestas neoliberales de desarrollo para los países pobres. La anomia, siguiendo a Zermeño, es una situación extrema asociada a los procesos modernizadores que desarraigan a los individuos, los arrancan de sus tierras o de su cultura imponiéndoles la vida en ambientes totalmente extraños y sin pasado.

El desorden social se manifiesta en muchos fenómenos aparentemente individuales; no es por la pobreza o la crisis industrial y financiera por lo que aumentan los divorcios, el alcoholismo, los delitos, los asesinatos o el suicidio, sino por las perturbaciones severas al orden colectivo, cuando el individuo pierde los límites morales compartidos socialmente. La separación de la sociedad y el encierro del individuo en sí mismo pueden conducir a la pérdida del significado, a no nombrar, “que es la pesadilla por excelencia que sumerge al individuo en el desorden, el sinsentido y la locura… A la inversa, la existencia en un mundo significante, nombrado, puede ser un objetivo buscado con los más altos sacrificios y sufrimientos, incluso con el costo de la propia vida si el individuo cree que esto tiene un significado nombrado” (Berger 1967; citado por Habermas 1973; Zermeño: 31)

La lógica del crecimiento y la acumulación, genera en su evolución un orden aparente –cimentado sobre crecientes desigualdades-, que engendra a su vez un desorden creciente de índole interno (económico y social) y externo (ambiental), al disolver y absorber estructuras previas, tradicionales, que tienen un mayor grado de orden interno y una relación más equilibrada con el medio, se esta propiciando un desequilibrio social y ecológico. Estamos hablando de dos tipos de orden: uno tradicional, como parte en que las comunidades se han ido organizando de acuerdo a sus herencias culturales; otro moderno, impuesto desde arriba por el Estado; los grupos hegemónicos y los organismo internacionales necesitan hacer del planeta un gran mercado y un gran concentrado de fuerza de trabajo entregada a la oferta sin demanda de sí misma. Al contrario de los procesos de creación y evolución de la vida sobre el planeta, que son capaces de crear orden a partir de la energía solar que les llega (contrarrestando así la tendencia global del Universo hacia el desorden), el modelo vigente contribuye de forma acelerada a la creación del desorden en todos los niveles, precipitando los procesos entrópicos, por usar un término de la termodinámica(6).

Desde el punto de vista societal los cambios inesperados, los desarreglos intempestivos, repercuten casi por lo regular en anomias severas; ante tales sismos intervienen actores relativamente externos tratando de amortiguar los impactos de mayor descontrol: el Estado, los partidos y las organizaciones políticas, gremiales o religiosas, los intelectuales, etc. Cuando esto no sucede y, por el contrario, tales fuerzas se suman activa, acríticamente incluso, a las corrientes desordenadoras, fuertes sobresaltos “epocales” pueden desatarse. Pueden abrirse épocas de revolución social, para utilizar una vieja formula del marxismo, sin que esto implique necesariamente un cambio de sistema, ya que después de la tempestad viene la calma, regresa el orden.

Para Zermeño (33), las fuerzas desordenadoras en nuestro país no emergen de las fuerzas sociales autóctonas, como ya lo hemos señalado, sino que son compulsiones impuestas por los organismo internacionales usando como instrumento al Estado mexicano; hoy con los intentos integradores del neoliberalismo al primer mundo, éste Estado no sólo no ha intentado moderar las fuerzas que están devastando nuestra sociedad y nuestra cultura, sino que se unió a ellas atizándolas en un esfuerzo osado por trascender como un régimen refundador de la historia. La reconversión industrial, los cambios en los ordenamientos legales, la flexibilización laboral, el agotamiento de la reforma agraria y el cambio de régimen de propiedad en el campo son algunas de las expresiones concretas del anterior señalamiento. Puntear esto no implica considerar que el funcionamiento de las expresiones sociales sustituidas eran las más adecuadas, lo que estamos anotando es que cada vez el neoliberalismo necesita desordenar las expresiones tradicionales de los pueblos para poder continuar con la acumulación ampliada de capital, sin embargo esta acumulación tiene límites, contradicciones inherentes.

Vivimos en sociedades estáticas y a la vez en tránsito, donde los agentes dinámicos parecen no ser los actores en el terreno de lo social, sino el Estado. Lo que la modernidad no se ha cansado de desechar por sus tendencias autoritarias, pero sobre todo por su actitud rupturista, es la discusión sobre vías de cuestionamiento ligadas a las concepciones ortodoxas del leninismo, a la vía armada de la toma del poder (repuesta: las doctrinas de seguridad nacional); la idea es privilegiar, como viable, otra vía ligada al problema del Estado y su modernización, así como la política en relación con la hegemonía cambiante entre diversas fuerzas que respetan las reglas del juego democrático.

La fragmentación, desarticulación y heterogeneidad de los actores históricos, son elementos que otorgan garantías al status quo de que no habrá, al menos en el corto plazo, una respuesta masiva en contra del orden social existente. Los movimientos sociales no están llamados a jugar ese papel, de destruir el orden actual para imponer uno nuevo. Tilly (226) nos recuerda que “la mayor parte de la historia humana se produjo sin movimientos sociales como tales. Abundaron las rebeliones, las revoluciones, las acciones vengativas, la justicia turbulenta y muchas formas de acción popular colectiva, pero no la asociación, los mitines, las marchas, los petitorios, la propagandización, las consignas y el agitar de símbolos que marcan los movimientos sociales”, pareciera que por definición, los movimientos sociales sólo tiene como función el señalar ciertos abusos o asimetrías que deban ser tomadas en cuenta y abordadas por las vías institucionales.

En las sociedades modernas hay muchos medios marginales que nos hablan de anomia, decadencia, destructividad, desintegración, caos, negatividad, antisocialidad, deterioro. Estos marcos de la marginalidad son potencialmente explosivos, y pueden tomar formas violentas; los actores de estos espacios, como decía Marx al final del Manifiesto, no tienen nada que perder, más que sus cadenas(7).

No pretendemos hacer una apología de la “sociología de la decadencia”, no estamos trazando derroteros para la ruta del pesimismo, tampoco estamos abonando para una teoría “anacrónica” de la revolución. Pero, la disolución de la cohesión social, la desintegración de identidades intermedias y la particularización, el repliegue en la esfera individual y atomizada de los miembros de una sociedad, parecen ser elementos de una anomia aguda, de una desafección generalizada con respecto al orden social(8) provocando debilitamiento, fusión o desaparición de unidades sociales básicas como clases, grupos, estratos y organizaciones, lo que da lugar a formas delincuenciales e individuales de adaptación o inadaptación. Lo que hace impredecible el comportamiento de estas masas en las concentraciones sociales, sean estas políticas, religiosas, deportivas o celebratorias de cualquier signo. Por eso cada vez que hay brotes de violencia espontánea, los individualizamos y rápidamente desmarcamos a los grupos sociales donde se manifestó el desorden; a los “violentos”los definimos como: vándalos, porros, pseudoafiocionados o falsos integrantes de cualquier grey. Tememos al contagio. Tenemos que atomizarlos y señalarlos como medida preventiva ante la “violencia” que desordena el buen funcionamiento de la sociedad, o su mal comportamiento hasta ciertos límites.

Por otro lado Zermeño reflexiona a cerca de “la centralidad de los marginados” (los lúmpenes en términos marxistas), como una centralidad destrozada, el medio pobre y marginal latinoamericano tiene de todo: valores y actitudes comunitarias, delincuenciales, anómicas, populistas, consumistas-integracionistas, añoranzas de pertenencia a una clase proletaria. Los marginados pueden ser parte de los antimovimientos sociales (de los que habla Touraine) ya que se trata de formas desintegradas de algo, sin embargo se puede reimaginar un principio de unidad, intentar encontrar principios integradores, analíticos, en términos de actores y, por qué no, de movimientos sociales. (41) Los movimientos sociales y las identidades colectivas se pueden reconfigurar en medio del caos.

Hay una tendencia a erradicar la idea de tránsito; se rechaza que todo desorden sea pasajero ¿es el desorden permanente, o el orden? Existe una tensión permanente entre orden y desorden. El problema es ¿para qué subvertir el orden o mantenerlo? Los marginados no podrían ser reducidos, según esta angustia conceptual contradictoria, a una masa anómica, desintegrada de la sociedad, apenas redimible en torno a la fe y las iglesias, con pautas de acción puramente expresivas y afectivas, sugestionables por liderazgos proféticos de cualquier signo ideológico que los lleven al conformismo, a la aceptación de lo inevitable buscando la mejor forma de convivir con esa situación. La rebeldía de los marginados, sin aparente causa para algunos, parece no estar dispuesta a ceñirse a esta lógica. Optimistamente podríamos decir que reclaman participación no ruptura, más apoyo del Estado, no más autonomía. Pero no puede ser ésta una afirmación rotunda, como tampoco puede serlo en sentido opuesto. Hay pues, al mismo tiempo, en la conceptualización de Latinoamérica, una aceptación de lo estancado, de los modelos sincrónicos, pero llegados a ese punto, y aunque se enuncie repetidamente, no se quiere aceptar el segundo paso: el del relajamiento anómico, el decadente, el de la degradación humana, y, entonces, se opta por una especie de matriz estructuralista que acepta la ausencia de evolución progresiva, pero se mueve en la sincronía. (43)

El panorama no parece ser muy grato: depresión desesperanza, ausencia de futuro. Pobreza como deshumanización, como deterioro de la persona humana (regreso a la barbarie). Pareciera que nada se opone a la barbarie a no ser la otra barbarie(9), la vieja formula de Rosa de Luxemburgo (socialismo o barbarie) respondía, señalan, a una realidad industrial y ahora nos encontramos ante un capitalismo tardío, posindustrial, hay que redefinir los paradigmas.

Para Zermeño se ha desarrollado otra concepción alternativa a la sociología de la decadencia, optimista, que establece que el escenario regional no está yendo hacia la desintegración, la atomización y la anomia, sino hacia la integración de los excluidos en el mundo del desarrollo y el consumo, experimentándose un transito a la democracia, o la consolidación de la misma, dirían los más optimistas que equiparan alternancia política con tránsito democrático. Existe una contraposición entre corrientes sociológicas cercanas a la norteamericana (empeñadas en pronosticar un futuro occidental para América Latina) y la sociología ligada a la observancia de la comunidad, el barrio y las manifestaciones basísticas. La naturaleza productiva, creativa y solidaria de nuestra pobreza nos permite analizarla no sólo como una suma de carencias sino también como una fuente potencial para el verdadero desarrollo. (45)

Pero ante los periodos de inestabilidad peligrosos para el modelo en su conjunto, se han desarrollado políticas preventivas desalentando, o francamente desmantelando, la constitución de identidades sociopolíticas alternativas y de espacios públicos de interacción comunicativa que pueden volverse inmanejables o que pueden exigir del Estado compensaciones o subsidios que malogren la agilidad que el reordenamiento actual requiere.

En la medida en que la democracia política se vuelve una exigencia de los organismos mundiales en la era de la globalización, el desmantelamiento desde lo alto se ha convertido en una finísima ingeniería social, “una ingeniería de extracción del poder social”, una especialidad de destrucción de espacios de identidades colectivas sin el empleo manifiesto de la violencia, una habilidad para desmantelar la democracia social manteniendo una democracia política cada vez más encerrada en espacios restringidos, cupulares, cernidos por el fraude electoral, un juego partidista y parlamentario hiperpublicitado por los medios de comunicación. (46)

Con relación al México de finales del siglo XX, señala Zermeño, estas políticas preventivas se manifiestan como: 1. La balcanización-entronización de las fuerzas y corrientes político-partidistas. Propiciando la configuración de un electorado temeroso a la violencia. Imponiendo un principio de orden autoritario; optando por el poder para el vértice, pasando a formar parte de los aparatos desmanteladores de la identidad social. Oportunidades, procampo, red electrónica, aparato de seguridad nacional, ejercito serían elementos de esta política; 2. La ingeniería electoral para el fraude sutil se ha convertido en una especialización altamente sofisticada de extracción de poder social; 3. El control de los medios de comunicación de masas, cuya propiedad fue privatizada mas no así el contenido político de sus emisiones; 4. El desmantelamiento de la universidad pública se constituyó en un renglón destacado de esta ingeniería de desconstrucción al abatirse los presupuestos de la academia; al recortarse, o estancarse, el número de educandos en un país en crecimiento demográfico; 5. Vaciamiento de las intermediaciones, al ligar en forma directa a la figura personalizada del presidente de la República con las diminutas y transitorias asociaciones de ciudadanos paupérrimos organizados desde el Estado en lo más recóndito de la sociedad atomizada, para operativizar ciertas políticas públicas; 6. Desmantelamiento de los órdenes tradicionales de intermediación. De los ordenes tradicionales, del viejo orden. A favor de un verticalismo personalizado. (47-52) Como una crítica a estos señalamientos se podría decir que con el nuevo siglo vino la alternancia, el tránsito a la democracia, sin embargo poco ha cambiado, en la superficie y en el fondo las políticas y la economía parecen seguir los mismos lineamientos de los organismos internacionales como apuesta de futuro.

Un orden ante otro, un desorden ante otro, desde el Estado se trata del debilitamiento de los órganos y espacios de intermediación; debilitamiento del espacio público; desde ciertos sectores sociales se trata de transformar el orden social existente, de trastocarlo, de transformarlo en otro ordenamiento, en una economía-mundo distinta. El Estado apuesta a una crisis generalizada de los movimientos y las luchas sociales, la destrucción de la acción sindical y la prohibición de las huelgas (o su deslegitimación, en el mejor de los casos) y otras acciones directas que buscan una mínima continuidad o identidad. En el plano organizativo social, con cierta institucionalización sucede lo mismo: hay una crisis de los frentes, coordinadoras, asambleas, confederaciones sindicales, obreras, agrarias, uniones de pueblos, colonias, órganos vecinales, comunidades eclesiales, etc.; en los espacios institucionalizados de lo público como el sistema escolar, el universitario, el de la cultura, y en los medios de comunicación en general, también constatamos el mismo vaciamiento de la participación colectiva en aras del eficientismo científico-técnico, y asistimos al desmantelamiento de los aparatos asistenciales, el populismo y el Estado de bienestar son estigmatizados como la vuelta a un pasado ineficiente.

Por otro lado, las instituciones propiamente políticas de la sociedad: partidos y organizaciones políticas, cúpulas sindicales, patronales, sectoriales, grupos de interés, de presión, de opinión, son también objeto de esta constante erosión premeditada. La hipótesis sobre el debilitamiento de lo público y de nuestras defectuosas modernidades puede ser sustentada en todos estos terrenos. (59)

El elemento más general de la ideología que ha acompañado a este neoliberalismo dependiente establece que no se encuentra en la voluntad de las naciones la posibilidad de resolver sus propios problemas: éstos dependen de un más allá, la crisis de desarrollo es universal, formamos parte de una sola economía-mundo y tenemos que respetar el código que la rige: cualquier intento autonomista por detener la tendencia hacia la exclusión creciente de las masas y la caída de su nivel de vida conduce al aislamiento, al destierro como castigo, la no-certificación y el cierre de fronteras por parte de los países ricos, y redunda en la agudización de la pobreza, en la inflación, en la violencia generalizada y en la descomposición anómica. Solos no podemos nada ni debemos intentar nada, parece ser hacia donde nos conduce la coerción ordenadora del mundo.

El mañana-desarrollo es “automático” a pesar de las contradicciones, no hay que intentar nada para que todo cambie: La paz concertada como valor supremo. Concertación, cambios paulatinos, “concertados” en el nivel de la vida institucional y de los aparatos públicos para ir logrando, paso a paso, una modernización armoniosa de la vida política y de la economía que logre expresar, en algún momento, de manera formalizada en instituciones a la pluralidad política e ideológica de nuestra sociedad; por otro lado se evoca un panorama de caos, violencia, sufrimiento, hambre y desesperanza, producto de la confrontación. Para desalentar cualquier cuestionamiento profundo del orden.

Ya no se trata de Socialismo o Barbarie, tampoco de la disyuntiva entre Reforma o Revolución que colocaba a esta última como la única posición ética y políticamente aceptable y hoy, al menos en la cultura política de esta inteliguentsia dominante, resulta a la inversa: la actitud de no aceptar diálogos con el gobierno mediante una postura de irreductible confrontación es inaceptable, debemos asumir de una vez por todas que el cambio político y social sólo es viable mediante vías legales y reformistas. (110-111)

Tenemos, por un lado, una imagen que asocia entre sí revolución, catástrofe, irracionalidad, violencia, sufrimiento, muerte, desorden, atraso con respecto al tiempo científico-técnico, y, por otro lado, una que asocia paz, concertación, democracia, orden, interacción comunicativa, racionalidad, modernización. Eso se llama producción de esteriotipos ideológicos y dichas nociones son propias de una intelectualidad orgánica que, para optimizar su eficiencia, se declara neutral, a distancia del sistema de dominación que termina de una u otra manera por legitimar. (114)

En el caso de los intelectuales, se convierte en un mecanismo eficaz de producción de ideologías que al mismo tiempo que nos hablan de la exclusión y la pobreza de las masas se vuelven, precisamente, disolventes de la identidad de los excluidos, acusando cualquier movilización y a sus dirigencias de recaídas en el populismo y la manipulación, como si el cardenismo o del zapatismo (movimientos con contenido y participación fuertemente popular), no representaran otra cosa que una amenaza para la estabilidad económica, para el crecimiento del país. De manera inevitable estos movimientos son fácilmente atacables desde la confortable posición democrático-ciudadana-modernizadora-consumista-plural. (116)

La lucha por la democracia política es un asunto que concierne a minorías integradas, a regiones de mayor modernización y a representantes que incrementen su influencia al participar en medios formalizados e institucionales de la política. Sin querer negar que existieron, a lo largo del siglo XX en México, algunos movimientos sociales, coordinadoras, frentes y otros colectivos capaces de dotarse de representaciones efectivas en el plano del sistema político, es preciso aceptar que la gran mayoría de los actores que se desempeñaron en ese espacio de las instituciones liberales de la política, poco tuvieron que ver con identidades reales en lo social y nulos esfuerzos se hicieron para alentarlas. (117)

La cultura política y las dirigencias y corrientes intelectuales privilegian la búsqueda del vértice, de las alturas, en donde se concentra el poder, único punto desde el que se cree posible intentar algún cambio, aunque en esa búsqueda, sin querer, se reproduzca la herencia, la negatividad que se intenta combatir. (119)

¿Cómo construir una democracia más social y menos política, más cultural y menos estatal? Es un cuestionamiento que tiene que ser respondido en el terreno de la acción social, de la teoría y desde distintos ángulos científicos y posiciones políticas e ideológicas. Es una respuesta que se tiene que construir no sin contradicciones.

No existe la tierra prometida por la ideología del progreso. El desorden, la anomia, la incultura, la marginalidad, la masificación, lo plebeyo y el estancamiento que acompaña a todo esto, se oponen en lo esencial al sentido del intelecto, constituyen un fracaso del orden y el progreso. La tensión intelectual crece cuando comprobamos que la sociedad retoma tendencias impredecibles, desordenadoras, con códigos comunicativos locales, irracionales, con núcleos familiares desorganizados, tendencias ante las que la escolaridad no puede nada y no es capaz de homogeneizar, fuerzas laborales en la informalidad creciente, espacios sociales en expansión con conductas gregarias, que conllevan estructuras de liderazgo y patrimoniales opuestas al individualismo posesivo del consumo moderno. (122)

El espacio de producción de la paz social que resultó ser la arena parlamentaria: ese lugar en donde las dirigencias expresan sus malestares, se sienten escuchadas y publicitadas y se separan irremediablemente de las bases sociales y de las movilizaciones que les dieron impulso; ese espacio parlamentario, que produce en quienes lo ocupan la impresión de estar yendo hacia las alturas, logrando influencia, acercándose al vértice, al oráculo de la matriz cultural, no han logrado eficientar el orden, el progreso, la paz social. (133)

Digamos que la compleja coexistencia entre: regímenes democrático electorales en sociedades con desigualdades crecientes solo se explica por la erosión deliberada de lo público y que se ha hecho posible gracias a la interrelación de los siguientes factores sumatorios de: pobreza creciente, cambio acelerado, desorden social y atomización, destrucción de las élites modernizadoras intermedias, segmentación del mercado político, tendencia en el medio popular hacia la individuación defensiva y anómica, tendencia en el medio integrado hacia el consumismo individualista posesivo, erosión de instituciones integradoras de ciudadanía, propensión cultural de los latinoamericanos hacia la buropolítica. (134).

Hay que ordenar el caos, o darle un nuevo orden, bajo qué lineamientos, no lo sabemos, tendrá que ser producto del reconocimiento de la diferencia y la destrucción de las asimetrías entre los diferentes actores sociales, tanto en términos individuales como colectivos, del fortalecimiento de las comunidades autónomas capaces de reconocerse en la otredad del resto de las comunidades, tanto cercanas como del cualquier parte del concierto de la aldea global, pero estos planteamientos son también parte de una utopía(10), por lo mismo son cuestiones que, de antemano, sabemos tendrán nuevas contradicciones y propondrán nuevas interrogantes, sin embargo como reza el epígrafe de Eduardo Galeano la utopía sirve para caminar.

NOTAS:

1. La colección Biblioteca de la Universidad Veracruzana publicó una biografía, casi novelada, de principios del siglo XX, traducida por Alfonso Montelongo, de este celebre personaje del Siglo de las Luces: GASCAR, Pierre (2000), Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, UV, Xalapa,Ver.


2. En el mejor de los casos Wallerstein (que apuesta por la transformación radical de la sociedad) habla de la diferencia entre el giro coyuntural y la transición histórica, hay un trastocamiento del orden social que se resuelve en el marco de la misma economía-mundo, hay algo que permanece (lo macro) y hay algo que cambia (lo micro), que impacta relativamente al sistema histórico, pero no lo cambia en su conjunto, sin embargo, afirma, en el caso del capitalismo “existen limitaciones estructurales para el proceso de acumulación incesante de capital que rige nuestro mundo actual… esas limitaciones saltan a la primera plana como un freno para el desarrollo del sistema… esas limitaciones estructurales -…- han creado una situación estructuralmente caótica, difícil de soportar y que tendrá una trayectoria por completo impredecible… un nuevo orden surgirá de este caos en un periodo de cincuenta años… este nuevo orden se formará como una función de lo que todos hagan en el intervalo, tanto los que tienen el poder como quienes no lo tienen” (Wallerstein, 98: 90)

3. La investigadora española María-Ángeles Durán hace una serie de reflexiones al respecto sobre la economía alternativa y los recursos no monetarios en la estimación del PIB, basándose en una serie de entrevistas sobre el trabajo que desempeñan las mujeres, por ejemplo. “La contribución del trabajo no remunerado a la economía española. Alternativas metodológicas”, Instituto de la Mujer, Madrid, 2000.

4. Michael Waltzer (1997: 18) al hablar de la igualdad compleja y los problemas de la distribución de bienes culturales, económicos y políticos, deja claro que muchos comportamientos sociales son difícilmente cuantificables o controlables por alguna fuerza social o por el Estado: “El mercado ha sido uno de los mecanismos más importantes para la distribución de los bienes sociales. Nunca ha existido un criterio decisivo único a partir del cual todas las distribuciones sean controladas, ni un conjunto único de agentes tomando tales decisiones… Al Estado se le escapan las cosas de las manos; nuevos esquemas son desarrollados; redes familiares, mercados negros, alianzas burocráticas, organizaciones políticas y religiosas clandestinas”.

5. Para Alain Touraine, en su propuesta de teoría identitaria, el movimiento social tiene determinadas características básicas: un principio de identidad, un principio de oposición y un principio de totalidad, esto es un cuestionamiento al conjunto de acción histórica; el tipo de acción colectiva implica un espacio donde los actores sociales se disputan con sus adversarios el control de la historicidad de la sociedad.

6. Alberto Melucci (1999) utiliza este lenguaje de la física, como muchos otros sociólogos, para nombrar los fenómenos sociales: Los movimientos sociales como signos de los cambios moleculares del planeta que constantemente genera tensiones.

7. Pierre Boudieu dirige el libro La miseria del mundo en el que publica una serie de entrevistas, una de ellas, titulada “El orden de las cosas” (65-68), es relacionada con dos adolescentes hijos de inmigrantes árabes en Francia, los inmigrantes evidentemente se encuentran en una sociedad que los excluye, están descontextualizados por las diferencias de lenguaje, raíces culturales, etc.;al respecto el sociólogo escribe: “Ali y François evocan procesos muy similares a los observados en las guerras revolucionarias o en ciertas revoluciones simbólicas, que permiten que una minoría activa haga entrar poco a poco en la espiral de la violencia a todo un grupo, dominado por el miedo al que redobla el aislamiento y unido por la solidaridad que impone la represión”, más adelante abunda, “A medida que escuchaba a estos jóvenes evocar con la mayor naturalidad, pese a las reticencias y los silencios ligados al temor de decir demasiado o disgustar, cómo era su vida, la vida de la urbanización, e incluso sus ‘estupideces’ o la violencia, ejercida por algunos a uno solo, todo eso se me hacía también natural: a tal punto estaba presente en sus palabras y toda su actitud la ‘violencia inerte’ del orden de las cosas, la que esta inscripta en los mecanismos implacables del mercado del empleo, del mercado escolar, el racismo (presente también en las ‘fuerzas del orden’ encargadas, en principio, de reprimirlo), etcétera”.

8. En ésta desafección generalizada por el orden social vemos que “un elemento es la deslegitimación de la ideología del progreso inevitable que fue uno de los pilares principales de la estabilidad mundial por lo menos durante dos siglos. Veremos movimientos fuerte [pronostica Wallerstein] –ya los estamos viendo-, en particular en las zonas no centrales (que incluyen no sólo al antiguo Tercer Mundo, sino al otrora bloque de países socialistas), proclamar su total rechazo a la premisa fundamental de la economía-mundo capitalista, la incesante acumulación de capital como principio dominante de la organización social.” (Wallerstein, 98: 58)

9. El socialismo realmente existente ha mostrado su verdadero rostro, nos dicen, el autoritarismo antidemocrático.

10. O de una utopística ya que utopía es ninguna parte. Utopística es la evaluación seria de las alternativas históricas, el ejercicio de nuestro juicio en cuanto a la racionalidad material de los posibles sistemas históricos alternativos. Es posible legitimar los sistemas apelando a la autoridad o a las verdades místicas, pero en la actualidad también lo hacemos, y quizá en mayor grado, mediante los llamados argumentos racionales, todo esto según Wallerstein.


Bibliografía

BOURDIEU, Pierre (2000), La miseria del mundo, fondo de cultura económica, Buenos Aires, Argentina.

GINZBURG, Carlo (1997), El queso y los gusanos, el cosmos según un molinero del siglo XVI, Océano, México

MELUCCI, Alberto (1999), Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, el Colegio de México, México.

TILLY, Charles (2000), La desigualdad persistente, Manantial, Buenos Aires.

WALLERSTEIN, Immanuel (1998), Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, siglo XXI editores, México.

________________(1999), Impensar las ciencias sociales, siglo XXI editores, México, pp. 278-295.

WALZER, Michael (1997), Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad, fondo de cultura económica, México, pp. 17-43.

ZERMEÑO, Sergio (1996), La sociedad derrotada. El desorden mexicano del fin de siglo, Siglo XXI-UNAM, México.

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