LA HISTORIA EN LA LITERATURA O LA LITERATURA EN LA HISTORIA
Artemio Ríos Rivera
Los asuntos literarios viven
en íntimo consorcio con su
historia problemática: la
transportan consigo y se
dejan penetrar de ella.
Ángel Rama
En el prefacio a La paradoja de la historia Nicola Chiaromonte plantea que sólo a través de la narrativa y de la dimensión de lo imaginario podemos saber algo de la experiencia individual. ¿Cómo es que la literatura nos puede llevar al conocimiento de la experiencia individual, entendida ésta como parte fundamental de la historia? ¿Por qué es importante rescatar la experiencia particular, en los términos que plantea Chiaromonte, para el conocimiento histórico? ¿Cómo se cruza lo personal y lo colectivo en la reconstrucción del pasado? Estas son sin duda interrogantes que requieren de una amplia reflexión epistemológica, sin embargo intentemos un breve acercamiento.
Si la Historia con mayúsculas no existe, de acuerdo con Chiaromonte, y solo hay hechos aislados que al cruzarse hacen una parte de la historia, es decir no la reconstrucción simbólica del pasado sino el hecho mismo, lo que sucede en un momento y pasa, cómo podemos reconstruir lo acontecido desde la pretensión disciplinaria de la historia. Siguiendo la lógica de Chiaromonte, podemos decir que la gran historia como el gran acontecimiento no existe, solo existe la historia en la medida en que se cruzan las experiencias de los individuos(1) con las experiencias de la colectividad, en ese cruce esta la historia, es decir en la yuxtaposición entre la vida privada y la vida pública. ¿Han rescatado los historiadores las experiencias individuales? No precisamente, han documentado, imaginado, reconstruido y narrado los grandes acontecimientos, las revoluciones, las guerras, los actos fundacionales, etcétera; incluso cuando se reconstruye la vida de los grandes personajes del pasado, no hay la pretensión de encontrar los elementos que conforman la vida privada de esos personajes, sino la parte pública, la “histórica”.
Si pensamos en periodos de la historia de México como el porfiriato, su “grandeza” no sería más que una insignificancia frente a la serie de accidentes individuales, miles, tal vez millones, que llevan al ascenso y conservación del poder por parte de Porfirio Díaz, no es propiamente el gran plan histórico lo que permite a Díaz jugar un papel protagónico, sino los detalles sin importancia que se unen uno a uno para permitir, en parte, que algo suceda. La historia es la vivencia de cada individuo que existe en su tiempo de manera yuxtapuesta, en cada momento, con todos los individuos que le son contemporáneos, por eso, nos dice Chiaromonte (a propósito de la novela de Stendhal, La cartuja de Parma), lo que registra el historiador no es la historia en sí misma sino la racionalidad de la historia: “La racionalidad sólo está presente cuando los acontecimientos se reducen a una telaraña de conceptos en una construcción abstracta diseñada para darles un solo significado” (Chiaromonte: 45).
Ese discurso que la modernidad ha llamado historia es sólo la racionalidad del hombre moderno objetivada en un constructo al cual hemos definido como la ciencia de la historia; pero ese discurso racional no es el acontecimiento, el hecho consumado, es su representación que, como la literatura, tiene un margen de ficción aunque pretenda ser la verdad histórica. ¿Debemos entonces adscribirnos a una visión nihilista de la historia? No me parece necesario, sin embargo es importante vislumbrar desde la literatura, aunque no solamente, esos elementos de la vida cotidiana que Chiaromonte plantea encontrar en la dimensión de lo imaginario ante la dificultad de documentarlo, es decir la vida particular de un personaje en una novela de una determinada época no es la realidad, pero se le parece, es la verosimilitud, esa ilusión de coherencia real, de verdad lógica producida por la obra, es algo más que un recurso literario.
Así pues, el texto literario es, de alguna forma, un artefacto histórico que encierra “algo real” más allá de la realidad que emerge de su propia ficción, como plantearía la crítica literaria. Un artefacto histórico ya sea de la tradición de la disciplina literaria misma, como de la historia social, de las ideas, entre otras muchas cosas. Pero, también viceversa, el texto historiográfico es también un artefacto literario, como lo plantea Hayden Withe: en su estructura profunda la imaginación histórica realiza una obra que se presenta en una estructura verbal, un discurso en prosa donde los datos y la explicación hacen una estructura narrativa. En el discurso histórico se construye un contenido estructural profundo, diferente de la monografía o del informe de archivo, donde existe una naturaleza poética y lingüística que es metahistórica. En su tipología, el relato histórico incluye dimensiones epistemológicas, estéticas y morales, además de que en las estrategias explicativas, junto a la argumentación formal y las implicaciones ideológicas, hay una trama de relato histórico que es modelizado como novela (en el romance sería el bien sobre el mal, la victoria del héroe), comedia (triunfo provisional del hombre sobre el mundo), tragedia o sátira (desgarramiento, el hombre prisionero del mundo y no su amo).
En cuanto a los estilos, seguimos con Hayden White, esto es: tomando en cuenta las estrategias conceptuales, el acto de prefiguración poética del campo histórico puede utilizar las formas de la metáfora (una transferencia de significados de objeto a objeto), la metonimia (cambiar el nombre identificando la parte por el todo y viceversa), la sinécdoque (cualidad inherente a la totalidad, dos partes integradas cualitativamente en un todo) y la ironía (disfrásica, cambiando el sentido, autonegándose verbalmente, metáfora absurda digamos). No olvidemos que entre los problemas del conocimiento histórico que han planteado los pensadores europeos, están las dudas sobre el valor de una conciencia específicamente histórica, la insistencia en el carácter fictivo de las reconstrucciones históricas, y la posibilidad de ver la conciencia histórica como un prejuicio occidental por medio del cual se puede fundamentar la presunta superioridad de la sociedad industrial moderna sobre otro tipo de sociedades. Sin embargo de estas últimas problematizaciones, planteadas por Hayden White, nos interesa la insistencia en lo ficticio de la reconstrucción histórica, ya que la literatura es, por su propia naturaleza fictiva.
Entre los niveles de conceptualización en la obra histórica tenemos la crónica y el relato, este último modelizado por el cuento. Así pues, la obra histórica es una estructura verbal en forma de discurso en prosa narrativa que dice ser modelo, o imagen, de estructuras y procesos pasados con el fin de explicar lo que fueron representándolos, es un intento de mediación entre el campo histórico, el registro histórico sin pulir, otras narraciones históricas y el público receptor de ese discurso. Así como la historia halla su relato, la literatura lo inventa, de ahí estriba una diferencia fundamental entre ambas disciplinas. Pero la invención también desempeña un papel en las operaciones del historiador, nos dice Hayden White lo que no quiere decir que el discurso historiográfico sea simplemente una invención del pasado.
Regresando a la experiencia individual, entendemos que la racionalidad de la historia implica el conocimiento de los monumentos, el reconocimiento de documentos como fuentes del conocimiento del pasado, pero para encontrar como historia la experiencia individual, sólo será posible, de acuerdo con Chiaromonte, a través del estudio de la literatura como un documento-fuente. Tenemos que imaginar y hacer una narración, que por su propia convención se reconoce como fictiva, para recobrar la realidad. El ámbito de la realidad (de la historia) no es más que una telaraña de mentiras sociales nos dice Chiaromonte, mentiras sociales en términos de que no se trata de la verdad única y total sobre el acontecimiento, sino una interpretación, una reconstrucción simbólica que se pretende objetiva, pero que tiene una carga importante de subjetividad, de invención y por lo tanto de ficción. Hay varias mediaciones que intervienen en la aprehensión del pasado. No por esto es que debemos ser necesariamente escépticos ante la historia, aunque siempre es necesario un margen de escepticismo autocrítico sobre y en el discurso que trae el pasado al presente.
Cuando Chiaromonte reflexiona a partir de La guerra y la paz de Tolstoi, concluye que la historia de los historiadores es irreal y mítica, la realidad misma es la historia tal y como la experimenta el individuo y la comunidad; entre ambas historias hay un abismo infranqueable, como entre ficción y verdad. Contrariamente, la distancia entre literatura e historia se acorta por los elementos de verdad y ficción que hay en ambas disciplinas, sin que pierda cada discurso su especificidad(2).
No se trata, en la disciplina histórica, de hacer simplemente una lista de acontecimientos de acuerdo a un orden cronológico o sistemático, o construir explicaciones de los hechos pasados. Se intenta, también, entender el entramado social y sus formas de pensar y sentir de los individuos en un momento dado. Implica reconstruir la vida cotidiana de una época, siendo en ese espacio microsocial de la individualidad donde la literatura es de utilidad al historiador, ya que imagina mucho de lo que no se puede documentar. Al acercar ese imaginario a lo soportado por los documentos de archivo historiográfico nos pueden resultar elementos para un acercamiento más pertinente a un determinado momento del pasado, ya que el “texto literario crea un «espacio dialógico» que permite al lector insertarse en la historia gracias a él. Esto quiere decir que el texto literario no puede en ningún caso aislarse del discurso social” (Kushner: 183).
Un novelista no puede entender realmente a sus personajes y hacerlos actuar sin referirse a una estructura que va más allá de ellos en tanto que la estructura expresa las leyes internas del mundo en el que los personajes existen supuestamente.
La novela es sobre todo ficción, no se presta a argumentos lógicos o a la crítica y los comentarios históricos. No obstante, no existe una novela moderna del rango que sea que no suponga una cierta idea de la sociedad, de la historia y del mundo.
No se trata de simplificar o de plantear un sólo cruce interdisciplinario para la elaboración histórica. La evocación del pasado, su reconstrucción en el imaginario del presente histórico de cada momento, de cada cultura y de cada grupo social, implica una amplia gama de problemas teóricos, epistemológicos y metodológicos. Implica una multidisciplinariedad que va más allá de la observancia de historia y literatura, hay otros elementos: sociológicos, políticos, antropológicos, económicos, etcétera, que intervienen en la tarea del historiador, sin embargo nos interesa, cómo encontrar elementos de la historia “real” en la ficción literaria(3), cómo validar el estudio de la literatura para una investigación de historia regional.
Generalmente se considera que es la novela histórica la que más se acerca al discurso historiográfico, a pesar de que: “En la novela histórica no existe indicio o dato alguno que soporte la verdad de sus afirmaciones. Y cuando se diera el caso de que se encontraran indicaciones en el texto —a través de las cuales se pretendiera legitimar la validez de la novela— advirtiendo lo que es real y lo que es ficticio, como los prólogos, palabras preliminares o notas a pie de página, habrá que entenderlas como una técnica del género para crear alrededor del pasado un efecto de verosimilitud, de tal manera que aparezca como si realmente hubiera sucedido o, lo que es lo mismo, con efecto realista.” (Gallo y Mendiola: 100), Esto implica que no hay duda entre la naturaleza misma del discurso literario, la ficción, a pesar de la corriente a la que pertenezca el texto, así como la novela histórica no deja de ser un texto literario, así otro tipo de corrientes literarias que no tienen la intención explícita de contribuir a la explicación histórica desde la literatura, implican algo más que la “realidad que emerge” del propio texto. De este modo encontramos que “lo «histórico» de la novela histórica es ficción en el sentido de que todo lo expuesto es narrado como una realidad verosímil, pero no verdadera.”(Gallo y Mendiola: 101)
En el caso de nuestro país, como el de otras sociedades, la literatura ha estado ligada al reconocimiento histórico de un determinado horizonte sociocultural, de hecho, la primera novela de la América Hispana, El periquillo sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi es algo más que ficción, en esa protonovela, que no se pretende histórica, encontramos la aspiración histórica de un imaginario que esta en un proceso de independencia y de construcción de una conciencia nacionalista, imbricada con la ficción “this text is a ferocious indictment of Spanish administration in Mexico; ignorance, superstition and corruption are seen to be its most notable characteristics” (Anderson: 34)
En ese sentido, siguiendo a Anderson, “we see the ‘national imagination’ at work in the movement of a solitary hero through a sociological landscape of a fixity that fuses the world inside the novel with the world outside”, en la novela podemos vislumbrar que “The horizon is clearly bounded: it is that of colonial Mexico” (ibidem. 35).
No sólo en el caso del movimiento de independencia en México implica la producción de una literatura que se involucra en la construcción de un imaginario social que se teje en un proyecto de nación, “todo despertar nacional va acompañado infaliblemente de la producción de obras de historia literaria, o por lo menos de obras que aspiran al estatuto de historias literarias nacionales.” (Kushner: 179)
Aun cuando en el discurso literario predomine la intencionalidad estética, siempre llevará aparejado un cúmulo de preocupaciones alternas que tienen que ver con el mundo y la circunstancia que rodea al escritor, estas preocupaciones pueden permear el texto de manera inconsciente o aun en contra de la intencionalidad del narrador. En la recepción crítica no sólo se actualiza el texto literario y la historia de la literatura, sino también su horizonte pertinente, su contexto de producción, lo concatenado a la historia social y otros campos del conocimiento científico, como elementos de una lectura posible; así como la literatura se alimenta de las redes de la urdimbre social, así la narrativa y “la teoría literaria invade[n] el territorio de los historiadores, así como el de los sociólogos y los antropólogos sociales, todos los cuales tienen cada vez mayor conciencia de que en sus propios textos existen convenciones literarias, reglas que han venido siguiendo sin darse cuenta” (Burke: 32), parece que las fronteras, entre los campos del saber y entre realidad y literatura, son flexibles y porosas más allá de una afirmación discursiva. Ubicados en esta perspectiva, estaríamos en condiciones de afirmar que, de hecho, todo texto literario es realista (en el sentido que podemos cernir elementos históricos en su corpus) y puede ser ubicado en su horizonte sociocultural, puesto que en donde interviene el lenguaje nada se da en forma descontextualizada.
Lo importante es el papel del observador, la perspectiva desde la cual contempla la realidad o, quizá más preciso, la porción de la realidad que le interesa recrear y convertirla en objeto de su trabajo disciplinario. Pero esa realidad no puede ser entendida como la constituida por la realidad natural(4), sino más bien como la instaurada por el lenguaje que la organiza y le da sentido, lo cual incluiría todo lo que tenga que ver con el hacer humano en todos sus niveles: en los planos social, económico, político, ideológico, cultural, etcétera. Todo texto es fictivo por el solo hecho de que se construye porque alguien tiene interés en hacerlo, pero también porque ese alguien vuelca en él todas sus intencionalidades, tanto explícitas como implícitas. Puede haber un mayor o menor grado de acercamiento a los acontecimientos que se nombran (la distancia puede aumentar o disminuir la pertinencia), pero el mismo hecho de emplear la palabra, implica tomar postura y, por ello, establecer un distanciamiento respecto de lo que se objetiva en el mensaje. Sin duda, podemos concluir que el más cercano a la realidad es el discurso científico (pretendidamente verdadero, como el histórico) y que, posiblemente, el más lejano es el literario, al cual no le interesa otra cosa sino establecer su propio ámbito de veridicción (ofrecer su propia verdad, aunque consideramos que sin perder el contacto con los eventos que le dan origen). En otras palabras, toda verdad es una ficción que tiene su campo de validación en un contexto particular en el cual esta misma verdad es construida de una manera particular.
Por otro lado tenemos la pertinencia de la lógica de los campos de Bourdieu, quien plantea que la literatura “sólo puede hablar de este mundo con la condición de hablar de él como si no hablara de él” (Bourdieu, 02: 20), por eso parece posible reconstruir el espacio social de una obra literaria basándonos en los indicios “y en las distintas «redes» que delimitan las prácticas sociales de cooptación tales como recepciones, veladas y reuniones de amigos” (Ibidem: 23) que van configurando el campo literario, esto implica: la obra, el autor y el contexto en que ambos se mueven. En este sentido en el campo literario se moverían los creadores, como en un campo de juego, por lo que en la lógica de Bourdieu se trata de estudiar las relaciones que entablan los agentes literarios, más que sus obras (o a la par de las mismas, diríamos). El campo literario, o cualquier otro, “puede definirse como una red o configuración de relaciones objetivas entre posiciones” ya que en “las sociedades altamente diferenciadas, el cosmos social está constituido por el conjunto de estos microcosmos sociales relativamente autónomos, espacios de relaciones objetivas que forman la base de una lógica y una necesidad específicas, que son irreductibles a las que rigen los demás campos” (Bourdieu, 95: 64)
Si bien nuestro interés, como historiadores, se puede centrar en algunas obras literarias y sus autores, en un determinado periodo o dentro de una escuela específica, de acuerdo con la noción de campo “el verdadero objeto de una ciencia social no es el individuo, es decir, el ‘autor’, aunque sólo pueda construirse un campo a partir del individuo... esto no implica de ninguna manera que los individuos sean puras ‘ilusiones’, que no existan, sino que la ciencia los construye como agentes... estos agentes son socialmente constituidos como activos y actuantes en el campo, para producir efectos en él. Más aún, es a través del conocimiento del campo donde ellos están inmersos que podemos captar mejor lo que define su singularidad, su originalidad, su punto de vista como posición (en un campo), a partir de la cual se conforma su visión particular del mundo y del mismo campo” (Bourdieu, 95: 71) Este es el sentido con el que un historiador debe delimitar a los autores a investigar: como agentes posicionados y emplazados en un campo, por lo mismo es necesario localizar las superficies de emergencia de la configuración discursiva de la narrativa de nuestros escritores, descubrir sus coincidencias y, también, dónde y por qué surgen diferencias entre ellos, o simplemente la existencia de diferentes particularidades, conjeturando que las hay, ya que los novelistas “procuran en todo momento diferenciarse de sus rivales más cercanos, a fin de reducir la competencia y establecer un monopolio sobre determinado subsector del campo” (Bourdieu, 95: 66).
Estos elementos por el momento quiero dejarlos hasta aquí, sin desarrollar, solamente punteados, en el entendido de que en la dinámica del campo literario existe un veta importante para la reconstrucción histórica, recuperar la dinámica del campo, el movimiento de los jugadores para aumentar sus capitales simbólicos, las formas en que los novelistas pretenden diferenciarse de sus rivales más cercanos, cómo se manifiestan las reglas inmanentes del juego, en fin toda esa serie de problemas que plantea Bourdieu y sobre los cuales es necesario profundizar, los retomaremos en otro momento.
Concluyendo, ¿cómo podemos reconstruir lo acontecido desde la pretensión disciplinaria de la historia, utilizando la literatura como fuente y elemento auxiliar de esa reinstauración discursiva? Bueno, para decirlo de manera muy esquemática y simplista, parece evidente que tenemos que cruzar tres momentos: primero, recuperar la historia individual de la que habla Chiaromonte desde la literatura, imaginando y aventurando conjeturas sobre la vida en un momento determinado de tiempo y lugar, sobre los elementos culturales que conforman el pensamiento del autor y a lo que responde esa forma de pensar; segundo, reconstruir el campo literario donde se movería el autor de la obra literaria estudiada, su grupo, su forma de inserción en el juego político mediado por el poder, el prestigio y el dinero, finalmente; tercero, cruzar los elementos encontrados con el contexto, con el horizonte del autor y su obra, retomado críticamente la historiografía existente al respecto, a la par de la interpretación de otras fuentes que nos permitan visualizar y construir un discurso pertinente referido a la temática elegida para el trabajo de investigación.
Quisiera finalizar con una cita de Nicole Giron que me parece pertinente porque sintetiza la intención que anima a este trabajo: “literatura e historia constituyen dos ventanas abiertas al mismo mundo, el que el hombre intenta constantemente descifrar y reconstruir, cuyo conocimiento se apropia y transmite a lo largo de la cadena de los siglos en el trabajoso y accidentado proceso de eso que llamamos civilización y que se sobrepone al curso natural y devastador del tiempo.” (Giron:104)
NOTAS
1. Isaiah Berlín en sus disquisiciones sobre La guerra y la paz y la filosofía de la historia de Tolstoi, escribe, que Shaw, Wells y Arnold Bennett fueron “ciegos materialistas que no empezaron siquiera a entender aquello en que realmente consiste la vida, que tomaron sus accidentes exteriores, los aspectos baladíes que se hallan fuera del alma individual —las llamadas realidades sociales, económicas y políticas— por aquello que es lo único genuino, la experiencia individual, la relación específica de los hombres entre sí, los colores, los aromas, sabores, sonidos y movimientos, los celos, amores, odios, pasiones, los raros chispazos de auténtica visión, los momentos de cambio, la ordinaria sucesión cotidiana de datos privados que constituyen todo lo que existe, que es la realidad” (Berlín: 93)
2. En el caso de los historiadores, “Por más que crucemos las fuentes y completemos por deducciones directas o indirectas los materiales existentes, por más que apliquemos nuestro ingenio a elaborar construcciones inductivas, la opacidad del pasado se enfrenta a nosotros. Y sólo disponemos del arma de la imaginación, rigurosamente acotada por la documentación disponible y las exigencias de la ética profesional, para restablecer con el mundo de lo pretérito la comunicación menos imperfecta posible.” (Giron: 104)
3. Es interesante ver, por ejemplo, la lectura que hace Jean Chesneaux, desde una perspectiva marxista, de la literatura de Julio Verne. En los Viajes extraordinarios de Verne, Chesneaux resalta la presencia de los problemas políticos y sociales que preocupaban y afectaban a los hombres del último tercio del siglo XIX en Europa y los Estados Unidos. De la literatura de Verne se destacan problemas como el porvenir de los pueblos coloniales, los conflictos entre nacionalismo e internacionalismo, el papel del poder financiero de las empresas humanas, entre otros. A pesar de que tradicionalmente la producción de éste autor se ha clasificado como literatura infantil, aportes como la anticipación científica, entre muchos otros, permite dilucidar elementos de las aspiraciones de la modernidad, de las relaciones entre la sociedad y la naturaleza, en fin. Ver Chesneaux, Jean (1973), Una lectura política de Julio Verne, Siglo XXI, México.
4. Cada perspectiva de la realidad tiene una realización diferente entre el leguaje y su contexto, “la relación contextual entre una frase y las que la rodean no es la misma en una novela que en un tratado de física; no será la misma entre una formulación y el medio objetivo en una conversación que en el informe sobre un experimento. El efecto de contexto puede determinarse sobre el fondo de una relación más general entre formulaciones, sobre el fondo de toda una red verbal” (Foucault: 163)
Bibliografía
Berlin, Isaiah, “El Erizo y el zorro”, en Berlín, Isaiah (1992), Pensadores rusos, fondo de cultura económica, México, pp 69-173.
Bourdieu, Pierre (2002), Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, Anagrama, Barcelona.
________, Pierre y Wacquant (1995), Respuestas, por una antropología reflexiva, México, pp. 63-99.
Burke, Peter (1997), Historia y teoría social, Instituto Mora, México.
Chiaromonte, Nicola (1999), La paradoja de la historia. Stendhal, Tolstoi, Pasternak y otros, CONACULTA-INAH, México.
Foucault, Michel (2003), La arqueología del saber, Siglo XXI, México.
Gallo Fernández, Covadonga y Mendiola Mejía, Carlos (2000), “De veras o de novela. Un ensayo en la distinción novela histórica e historiografía”, en Historia y Grafía, UIA, México, pp. 97- 116.
Giron, Nicole, “Historia y literatura: dos ventanas hacia un mismo mundo”, en Curiel Defossé, Fernando et al (2000), El historiador frente a la historia. Historia y literatura, UNAM, México, pp. 61-105.
Kushner, Eva, “Articulación histórica de la literatura”, en Perus, Françoise (2001), Historia y literatura, Instituto Mora, México, pp 165-187.
Withe, Hayden (1994), “El texto literario como artefacto literario”, en Historia y Grafía 2, UIA, México, pp. 9-34.
Artemio buen dia, me gusta mucho tu post fijate todo es importante pero ahora mismo estoy estudiando el genesis del texto literario, y no hay algo especifico como tu dice sobre el nacimiento del tal, sera posible concretizar algo al respecto, dar una definicion global del hecho mismo.
ResponderEliminarAgradecida por tu espacio!°!