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viernes, 3 de febrero de 2012

Personajes femeninos en la obra de Emilio Rabasa: remedios del hombre para configurar un concepto de “humanidad”


Personajes femeninos en la obra de Emilio Rabasa: remedios del hombre para configurar un concepto de “humanidad”
Artemio Ríos Rivera 

Como los novelistas de su generación, Rabasa cree que cada personaje y cada situación representan condiciones significativas de la nación.
Carlos Mosiváis

En su Sistema de política positiva o tratado de sociología que instituye la religión de la humanidad, Augusto Comte[1] define, en el apartado, el “Cometido de la mujer”, su concepción de esta mitad de la humanidad y el papel que desempeña en la sociedad positivista. El filósofo nos habla de “la actitud espontánea de toda mujer digna”. Las mujeres, señala, son: “Superiores [al hombre] por el amor, mejor dispuestas siempre a subordinar al sentimiento, la inteligencia y la actividad, las mujeres constituyen espontáneamente los seres intermedios entre la humanidad y los hombres”.[2]
El fundador de la sociología abunda:

Además de la influencia uniforme de toda mujer sobre todo hombre para arraigarlo en la humanidad, la importancia y la dificultad de tal oficio exigen que cada uno de nosotros esté siempre situado bajo la providencia particular de uno de estos ángeles que de él responden al Gran Ser.[3] Este guardián moral comporta tres tipos naturales, la madre, la esposa y la hija. [Las cursivas son nuestras]

Más adelante veremos cómo el vocablo ángeles es utilizado por el narrador de “Novelas Mexicanas”[4] para definir a los personajes femeninos con elementos positivos; fundamentalmente: la mamá de Quiñones, doña Francisca y Remedios.
En este sentido, siguiendo a Comte, tenemos que:

En conjunto [los tres tipos naturales de mujer], abraza los tres modos elementales de la solidaridad obediencia, unión y protección, como también los tres órdenes de continuidad, vinculándonos al pasado al presente y al porvenir.

Obediencia, unión y protección es lo que va a encontrar el protagonista de nuestra serie de novelas en esta vinculación de los tiempos, con su madre en el pasado, lo cual queda de manifiesto en el diálogo interior de Juan ante el lecho mortuorio de su madre:

¡Mi madre se moría! Jamás había yo sentido las torturas de pena igual, pues era muy niño aún cuando perdí a mi padre. Ella era la mitad de mi existencia, mi ángel bueno en la vida, mi maestro en la conducta, mi consuelo en las penas, mi aliento, mi fe para el trabajo que ella misma me enseñara a amar. (lb: 160)

Unión, obediencia y protección vinculados al pasado (representado por la figura materna), al presente (simbolizado en la figura de la esposa) y al porvenir (vinculado a la descendencia, básicamente la hija). Comte ve que “cada uno de ellos responde especialmente a uno de nuestros tres instintos altruistas, la veneración, la adhesión y la bondad”. Doña Francisca, que representa el pasado, es ese ser intermedio entre el hombre y la humanidad; no puede morirse sin asegurar el porvenir de su hijo. Juan solo no podría progresar, integrarse al gran ser que es la humanidad; por eso doña Francisca en su bondad y veneración a su hijo, se siente obligada a entregarlo con la mujer que debe ser su esposa y su presente, porque el hombre no puede estar desligado de la mujer, no progresaría, pues se perdería en su egoísmo. En su lecho de muerte, doña Francisca dice a Juan:

—He rogado al señor cura que mañana mismo hable con Mateo respecto a su sobrina. Esa niña te hará feliz, porque es muy buena; y como yo me voy, necesitas una compañera en la vida. No quiero irme sin saber que pronto será tu esposa. (lb: 162)

Siguiendo lo que el padre del positivismo señala de la mujer, podemos decir que en “Novelas Mexicanas”, la figura femenina juega el papel señalado por Comte. Los tres tipos naturales de mujer están claramente definidos por doña Francisca, la mamá de Juan Quiñones;[5] el objeto de su amor, Remedios, la sobrina de Cabezudo; y su hija, de la que ningún crítico se ha ocupado y que en términos comteanos representa, como hemos visto, el futuro de Juan y de la sociedad misma.
A Remedios–hija, con quien vive el protagonista al relatarnos sus memorias en una larga analepsis, la conocemos al final del ciclo. Para ella es el futuro; lo que nos podría llevar a pensar que la novela queda abierta, no obstante que nos sugiere un futuro de paz y... progreso. Nos dice el narrador en Moneda falsa:

Mi único afán consiste en dejar a mi hija, al morir, bienes de fortuna bastantes para que lleve una vida modestamente cómoda. Lo que don Mateo le dejó, y lo que yo voy pudiendo allegar a costa de mucho trabajo, creo que será lo bastante para que yo muera tranquilo. Remedios le dio su alma llena de bondad y de virtud. No necesita más para ser feliz. (mf 395)

El hombre hereda las riquezas materiales, la mujer, las virtudes y los valores; el hombre, la acción; la mujer, la pasividad que regula a la acción y evita la anarquía. La mujer es la estática que da sentido a la dinámica impuesta por el hombre a la sociedad. Los hombres públicos deben heredar a la nación esa paz, ese camino del progreso y no la incertidumbre, solos no podrían alcanzar ese estado; por eso, aunque los personajes femeninos jueguen un papel aparentemente secundario, son fundamentales para llegar al final feliz, para poder cifrar esperanzas en el futuro, sin sobresaltos, sin abundancia, pero sin carencias. De hecho el ciclo novelesco se genera en función de la existencia de Remedios, este personaje es el verdadero motivador de las acciones de Juan.
Si seguimos el pensamiento comteano, Remedios–hija es la apuesta al futuro de la nación, donde las fuerzas antes enfrentadas[6] han alcanzado un momento de madurez positiva y se encuentran en la reconciliación que permite, pacíficamente, heredar los elementos que facilitan el progreso ordenado de la nación.
Como vemos en estas mujeres, al igual que Felicia, pero sobre todo las dos primeras, su actitud es siempre espontánea hacia el hombre, en este caso hacia Juan. El desinteresado amor femenino, sus consejos y sus sacrificios sirven para que el protagonista camine por la senda del bien y del progreso, hacia una familia bien constituida, la nación es y debe ser una gran familia sin desavenencias fraticidas.
En el caso de los personajes femeninos, su actitud es espontánea porque no hay los dobleces, trampas o mentiras con las que se conducen los hombres en el ámbito de la bola y la gran ciencia (a excepción, tal vez, de Jacinta Barbadillo y las mujeres fáciles representadas por Las Valcuernos), en el espacio de la revuelta, la política y el periodismo. Es espontánea porque es sincera, sin más interés que evitar la degradación del protagonista y de su entorno. El perdón otorgado por Remedios a Juan Quiñones redime al protagonista, pero salva también a su tío, lo rescata de los males de la gran ciudad, de la política y el poder. Aunque hay personajes femeninos que no cumplen los requisitos de la mujer virtuosa, la madre, la esposa y la hija son seres superiores a los personajes masculinos, son seres llenos de amor y no de mezquindad como los varones.
Los personajes femeninos subordinan la inteligencia y la actividad a sus sentimientos, por eso no son personajes protagónicos, digamos activos. Aunque la novela es de una acción vertiginosa, los personajes femeninos son más bien seres un tanto pasivos. Pero una pasividad cuya función es contrapuntear para mantener el equilibrio, para frenar el desenfreno; detener la inercia desbocada de la acción desordenada de los hombres. La pasividad femenina no es defecto sino virtud. No es que sean seres faltos de inteligencia, subordinan la inteligencia al amor; es decir, su inteligencia se manifiesta en actuar amorosamente, en sacrificar su situación personal, incluso su salud o su libertad, en aras de lo que aman, sin pedir a cambio cosa alguna que no sea el que sus seres amados regresen al camino del bien, que vivan en paz para poder progresar y ser felices.
Los personajes masculinos se mueven, de acuerdo con la clasificación positiva de las funciones interiores del cerebro o del alma, por afección. El estado activo es impulsado por inclinaciones personales; esto se debe al interés y la ambición que llevan al egoísmo, a vivir para sí. En contraparte, los personajes femeninos son impulsados por el estado pasivo, es decir, por los sentimientos altruistas, los cuales son generales y especiales y se manifiestan por medio de la afición, la veneración, la bondad o el amor universal que implican simpatía por la humanidad. Por lo tanto, lo que los mueve son los impulsos del bien, del vivir para el prójimo. En ese sentido, aunque los personajes femeninos tienen una actitud pasiva y secundaria, lo que nos pueden llevar a pensar que son relegados, juegan más bien el papel de modelo, de utopía, de aspiración para el positivismo. Entonces su importancia dentro de la novela no es secundaria sino básica. Y más: para fundar no sólo el mundo posible de la literatura, sino la propuesta de humanidad a la que se aspira, la propuesta de nación.
Como vemos, Remedios es mucho más de lo que Marcia Hakala señala; en su opinión:

Remedios, a quien el lector probablemente esperaría ver como protagonista no resulta serlo; su papel es pasivo. Técnicamente, es una ficelle vital, porque su presencia sirve como elemento coherente en el cuarteto, y también porque es la subyacente fuerza motriz para casi todas las acciones de Juan. Pero como personaje, le falta sustancia. Es una variedad de Dulcinea ilusiva, un sueño intangible del héroe. (Hakala: 134)

Sin duda, hay gran similitud entre Dulcinea y Remedios, pero también grandes distancias; Remedios no es sólo un sueño intangible del héroe, ya que al final es una meta alcanzada, Juan se casa con ella, procrean una hija; es cierto, como personajes literarios, las mujeres no están acabadas en la narrativa de Rabasa, pero no por eso su importancia es menor en la exposición de la tesis del autor.
Rabasa, a pesar de inscribirse en la escuela realista de la literatura, no escapa a los elementos del romanticismo en boga en el México decimonónico. Los elementos están presentes, la mujer a pesar de su importancia en la etapa positiva de la humanidad, sigue siendo el ángel del hogar como se ha definido al personaje femenino protagónico del siglo xix, tal parece que dicho ángel, no es tan simple, tal vez sea plano, pero su sustancia está precisamente en ser el ideal de la sociedad. En el capítulo xvi de La gran ciencia, dedicado a Remedios, nuestro escritor le titula “El ángel”, refiriéndose concretamente a dicho personaje femenino. No es el único momento de la narración que tal vocablo es utilizado, como calificativo o sustantivo, para definir a Remedios y a su complemento juvenil, Felicia, la sobrina del padre Marojo, quien siempre hará de positiva Celestina entre Remedios y Juan. En La bola varias veces usa dicho sustantivo para nombrar al señalado personaje:

—¡La pobre Remedios es un ángel! —añadió mi madre. (lb: 145)

Volvió la niña [Felicia] el rostro, iluminado por la luz de una vela expirante, y me pareció que el ángel guardián de mi madre había tomado cuerpo material para servirla (lb: 148)

Sólo otro ángel [Remedios], bueno y puro como ella [doña Francisca], lloraba mis dolores y los de la enferma, y con su dulce cariño los mitigaba quizá. (lb: 161; en todas estas citas las cursivas son nuestras)

Sobre la relación existente de hombres y mujeres en la teoría positivista, Raat comenta:

Comte aseguraba que la mujer era superior al hombre intelectual y moralmente. En la familia la mujer tenía el papel educativo, a ella correspondía elevar al hombre a un plano superior en lo moral. En la sociedad en general, algunos hombres [eran] superiores a otros por la adquisición de riquezas o de poder económico, pero los ricos estaban obligados a usar este poder para el servicio de la humanidad. (Raat, 75:57)

Como los actores masculinos, en el ciclo de Rabasa, siempre se muestran mezquinos y egoístas cuando de acumulación de riqueza o poder se trata, podemos decir que, a pesar de ser menos trabajados literariamente los personajes femeninos, los hombres nunca son superiores a las mujeres; si acaso al final, en la madurez, que asegura el bienestar femenino y en el hecho de rescatar la experiencia que posiblemente servirá a otros de ejemplo.


Referencias bibliográficas

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[1] Todas las citas que vienen a continuación, en este apartado, sobre el cometido de la mujer, son tomadas de: Comte, Augusto (1997), La filosofía positiva, Porrúa, México, pp. 101–102. Los textos presentes en la edición de Porrúa, son selecciones hechas por Francisco Larroyo de las Obras completas de Comte.
[2] Es importante señalar que para Comte el hombre como género es el individuo, sólo importante en función de la humanidad (el ser social, la colectividad); la mujer es quien eleva al hombre a su objetivo social, la humanidad; ella es el ser intermedio que convierte al individuo en un ser social, básicamente con su labor en el seno de la familia.
[3] Al instaurarse la religión de la humanidad, según Comte, el Gran Ser no es un dios metafísico, sino que es justamente la humanidad; esto es, el hombre está al servicio del Gran Ser, de la colectividad, de la humanidad. En ese sentido, somos creación del gran ser, de la sociedad, y debemos vivir para él.
[4] El escritor mexicano, Emilio Rabasa Estebanell nos entrega cuatro novelas, a finales del siglo XIX, enmarcadas en el título de “Novelas Mexicanas”. En este título genérico se inscriben Moneda falsa, La bola, El cuarto poder y La gran ciencia.
[5] Con relación al personaje de la señora Quiñones, que aparece pocas veces en la serie, Elliot S. Glass  señala: “tiene una importante función estructural a través de ‘las novelas mexicanas’, porque aparece en los sueños de Juan, instila la culpa en él y es causa de que reflexione momentáneamente en su conducta. Como Remedios, es la personificación de la resignación estoica y de la pureza moral”. (Glass: 146)
[6] Juan ante Cabezudo; Vaqueril ante Gavilán; liberales enfrentados a los conservadores; militares contra civiles; reformistas contravenidos al clero; liberales en pugna entre ellos y fustigando a los positivistas; etcétera.

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