Personajes femeninos en la obra
de Emilio Rabasa: remedios del hombre para configurar un concepto de “humanidad”
Como los novelistas de su generación, Rabasa
cree que cada personaje y cada situación representan condiciones significativas
de la nación.
Carlos Mosiváis
Carlos Mosiváis
En su Sistema de política positiva o tratado de
sociología que instituye la religión de la humanidad, Augusto Comte[1]
define, en el apartado, el “Cometido de la mujer”, su concepción de esta mitad
de la humanidad y el papel que desempeña en la sociedad positivista. El
filósofo nos habla de “la actitud espontánea de toda mujer digna”. Las mujeres,
señala, son: “Superiores [al hombre] por el amor, mejor dispuestas siempre a
subordinar al sentimiento, la inteligencia y la actividad, las mujeres
constituyen espontáneamente los seres intermedios entre la humanidad y los
hombres”.[2]
El fundador de la sociología
abunda:
Además de la influencia uniforme de toda mujer sobre todo
hombre para arraigarlo en la humanidad, la importancia y la dificultad de tal
oficio exigen que cada uno de nosotros esté siempre situado bajo la providencia
particular de uno de estos ángeles
que de él responden al Gran Ser.[3]
Este guardián moral comporta tres tipos naturales, la madre, la esposa y la
hija. [Las cursivas son nuestras]
Más adelante veremos cómo el
vocablo ángeles es utilizado por el
narrador de “Novelas Mexicanas”[4]
para definir a los personajes femeninos con elementos positivos;
fundamentalmente: la mamá de Quiñones, doña Francisca y Remedios.
En este sentido, siguiendo a
Comte, tenemos que:
En conjunto [los tres tipos naturales de mujer], abraza los
tres modos elementales de la solidaridad obediencia,
unión y protección, como también
los tres órdenes de continuidad, vinculándonos al pasado al presente y al
porvenir.
Obediencia, unión y
protección es lo que va a encontrar el protagonista de nuestra serie de novelas
en esta vinculación de los tiempos, con su madre en el pasado, lo cual queda de
manifiesto en el diálogo interior de Juan ante el lecho mortuorio de su madre:
¡Mi madre se moría! Jamás había yo sentido las torturas de
pena igual, pues era muy niño aún cuando perdí a mi padre. Ella era la mitad de
mi existencia, mi ángel bueno en la vida, mi maestro en la conducta, mi
consuelo en las penas, mi aliento, mi fe para el trabajo que ella misma me
enseñara a amar. (lb: 160)
Unión, obediencia y
protección vinculados al pasado (representado por la figura materna), al
presente (simbolizado en la figura de la esposa) y al porvenir (vinculado a la
descendencia, básicamente la hija). Comte ve que “cada uno de ellos responde
especialmente a uno de nuestros tres instintos altruistas, la veneración, la adhesión y la bondad”. Doña Francisca, que representa el pasado, es ese ser
intermedio entre el hombre y la humanidad; no puede morirse sin asegurar el
porvenir de su hijo. Juan solo no podría progresar, integrarse al gran ser que
es la humanidad; por eso doña Francisca en su bondad y veneración a su hijo, se
siente obligada a entregarlo con la mujer que debe ser su esposa y su presente,
porque el hombre no puede estar desligado de la mujer, no progresaría, pues se
perdería en su egoísmo. En su lecho de muerte, doña Francisca dice a Juan:
—He rogado al señor cura que mañana mismo hable con Mateo
respecto a su sobrina. Esa niña te hará feliz, porque es muy buena; y como yo
me voy, necesitas una compañera en la vida. No quiero irme sin saber que pronto
será tu esposa. (lb: 162)
Siguiendo lo que el padre
del positivismo señala de la mujer, podemos decir que en “Novelas Mexicanas”,
la figura femenina juega el papel señalado por Comte. Los tres tipos naturales
de mujer están claramente definidos por doña Francisca, la mamá de Juan Quiñones;[5]
el objeto de su amor, Remedios, la sobrina de Cabezudo; y su hija, de la que
ningún crítico se ha ocupado y que en términos comteanos representa, como hemos
visto, el futuro de Juan y de la sociedad misma.
A Remedios–hija, con quien
vive el protagonista al relatarnos sus memorias en una larga analepsis, la
conocemos al final del ciclo. Para ella es el futuro; lo que nos podría llevar
a pensar que la novela queda abierta, no obstante que nos sugiere un futuro de paz
y... progreso. Nos dice el narrador en Moneda
falsa:
Mi único afán consiste en dejar a mi hija, al morir, bienes
de fortuna bastantes para que lleve una vida modestamente cómoda. Lo que don
Mateo le dejó, y lo que yo voy pudiendo allegar a costa de mucho trabajo, creo
que será lo bastante para que yo muera tranquilo. Remedios le dio su alma llena
de bondad y de virtud. No necesita más para ser feliz. (mf 395)
El hombre
hereda las riquezas materiales, la mujer, las virtudes y los valores; el
hombre, la acción; la mujer, la pasividad que regula a la acción y evita la
anarquía. La mujer es la estática que da sentido a la dinámica impuesta por el
hombre a la sociedad. Los hombres públicos deben heredar a la nación esa paz,
ese camino del progreso y no la incertidumbre, solos no podrían alcanzar ese
estado; por eso, aunque los personajes femeninos jueguen un papel aparentemente
secundario, son fundamentales para llegar al final feliz, para poder cifrar
esperanzas en el futuro, sin sobresaltos, sin abundancia, pero sin carencias.
De hecho el ciclo novelesco se genera en función de la existencia de Remedios,
este personaje es el verdadero motivador de las acciones de Juan.
Si seguimos el pensamiento
comteano, Remedios–hija es la apuesta al futuro de la nación, donde las fuerzas
antes enfrentadas[6] han
alcanzado un momento de madurez positiva y se encuentran en la reconciliación
que permite, pacíficamente, heredar los elementos que facilitan el progreso
ordenado de la nación.
Como vemos en estas mujeres,
al igual que Felicia, pero sobre todo las dos primeras, su actitud es siempre
espontánea hacia el hombre, en este caso hacia Juan. El desinteresado amor
femenino, sus consejos y sus sacrificios sirven para que el protagonista camine
por la senda del bien y del progreso, hacia una familia bien constituida, la
nación es y debe ser una gran familia sin desavenencias fraticidas.
En el caso de los personajes
femeninos, su actitud es espontánea porque no hay los dobleces, trampas o
mentiras con las que se conducen los hombres en el ámbito de la bola y la gran
ciencia (a excepción, tal vez, de Jacinta Barbadillo y las mujeres fáciles
representadas por Las Valcuernos), en el espacio de la revuelta, la política y
el periodismo. Es espontánea porque es sincera, sin más interés que evitar la
degradación del protagonista y de su entorno. El perdón otorgado por Remedios a
Juan Quiñones redime al protagonista, pero salva también a su tío, lo rescata
de los males de la gran ciudad, de la política y el poder. Aunque hay personajes
femeninos que no cumplen los requisitos de la mujer virtuosa, la madre, la
esposa y la hija son seres superiores a los personajes masculinos, son seres
llenos de amor y no de mezquindad como los varones.
Los personajes femeninos
subordinan la inteligencia y la actividad a sus sentimientos, por eso no son
personajes protagónicos, digamos activos. Aunque la novela es de una acción
vertiginosa, los personajes femeninos son más bien seres un tanto pasivos. Pero
una pasividad cuya función es contrapuntear para mantener el equilibrio, para
frenar el desenfreno; detener la inercia desbocada de la acción desordenada de
los hombres. La pasividad femenina no es defecto sino virtud. No es que sean
seres faltos de inteligencia, subordinan la inteligencia al amor; es decir, su
inteligencia se manifiesta en actuar amorosamente, en sacrificar su situación
personal, incluso su salud o su libertad, en aras de lo que aman, sin pedir a
cambio cosa alguna que no sea el que sus seres amados regresen al camino del
bien, que vivan en paz para poder progresar y ser felices.
Los personajes masculinos se
mueven, de acuerdo con la clasificación positiva de las funciones interiores
del cerebro o del alma, por afección. El estado activo es impulsado por
inclinaciones personales; esto se debe al interés y la ambición que llevan al
egoísmo, a vivir para sí. En contraparte, los personajes femeninos son
impulsados por el estado pasivo, es decir, por los sentimientos altruistas, los
cuales son generales y especiales y se manifiestan por medio de la afición, la
veneración, la bondad o el amor universal que implican simpatía por la
humanidad. Por lo tanto, lo que los mueve son los impulsos del bien, del vivir
para el prójimo. En ese sentido, aunque los personajes femeninos tienen una
actitud pasiva y secundaria, lo que nos pueden llevar a pensar que son
relegados, juegan más bien el papel de modelo, de utopía, de aspiración para el
positivismo. Entonces su importancia dentro de la novela no es secundaria sino
básica. Y más: para fundar no sólo el mundo posible de la literatura, sino la
propuesta de humanidad a la que se aspira, la propuesta de nación.
Como vemos, Remedios es
mucho más de lo que Marcia Hakala señala; en su opinión:
Remedios, a quien el lector probablemente esperaría ver como
protagonista no resulta serlo; su papel es pasivo. Técnicamente, es una ficelle vital, porque su presencia sirve
como elemento coherente en el cuarteto, y también porque es la subyacente
fuerza motriz para casi todas las acciones de Juan. Pero como personaje, le
falta sustancia. Es una variedad de Dulcinea ilusiva, un sueño intangible del
héroe.
(Hakala: 134)
Sin duda, hay gran similitud
entre Dulcinea y Remedios, pero también grandes distancias; Remedios no es sólo
un sueño intangible del héroe, ya que al final es una meta alcanzada,
Juan se casa con ella, procrean una hija; es cierto, como personajes
literarios, las mujeres no están acabadas en la narrativa de Rabasa, pero no
por eso su importancia es menor en la exposición de la tesis del autor.
Rabasa, a
pesar de inscribirse en la escuela realista de la literatura, no escapa a los
elementos del romanticismo en boga en el México decimonónico. Los elementos
están presentes, la mujer a pesar de su importancia en la etapa positiva de la
humanidad, sigue siendo el ángel del hogar como se ha definido al personaje
femenino protagónico del siglo xix,
tal parece que dicho ángel, no es tan simple, tal vez sea plano, pero su
sustancia está precisamente en ser el ideal de la sociedad. En el capítulo xvi de La gran ciencia, dedicado a Remedios, nuestro escritor le titula “El ángel”, refiriéndose
concretamente a dicho personaje femenino. No es el único momento de la
narración que tal vocablo es utilizado, como calificativo o sustantivo, para
definir a Remedios y a su complemento juvenil, Felicia, la sobrina del padre
Marojo, quien siempre hará de positiva Celestina entre Remedios y Juan. En La bola varias veces usa dicho
sustantivo para nombrar al señalado personaje:
—¡La pobre Remedios es un ángel! —añadió mi madre. (lb:
145)
Volvió la niña [Felicia] el rostro, iluminado por la luz de
una vela expirante, y me pareció que el ángel guardián de mi madre había tomado cuerpo material para
servirla (lb: 148)
Sólo otro ángel
[Remedios], bueno y puro como ella [doña Francisca], lloraba mis dolores y los
de la enferma, y con su dulce cariño los mitigaba quizá. (lb: 161; en todas estas citas las
cursivas son nuestras)
Sobre la relación existente
de hombres y mujeres en la teoría positivista, Raat comenta:
Comte aseguraba que la mujer era superior al hombre
intelectual y moralmente. En la familia la mujer tenía el papel educativo, a
ella correspondía elevar al hombre a un plano superior en lo moral. En la
sociedad en general, algunos hombres [eran] superiores a otros por la
adquisición de riquezas o de poder económico, pero los ricos estaban obligados
a usar este poder para el servicio de la humanidad. (Raat, 75:57)
Como los actores masculinos,
en el ciclo de Rabasa, siempre se muestran mezquinos y egoístas cuando de
acumulación de riqueza o poder se trata, podemos decir que, a pesar de ser
menos trabajados literariamente los personajes femeninos, los hombres nunca son
superiores a las mujeres; si acaso al final, en la madurez, que asegura el
bienestar femenino y en el hecho de rescatar la experiencia que posiblemente
servirá a otros de ejemplo.
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[1]
Todas las citas que vienen a continuación, en este apartado, sobre el cometido
de la mujer, son tomadas de: Comte, Augusto (1997), La filosofía positiva, Porrúa, México, pp. 101–102. Los textos
presentes en la edición de Porrúa, son selecciones hechas por Francisco Larroyo
de las Obras completas de Comte.
[2]
Es importante señalar que para Comte el hombre como género es el individuo,
sólo importante en función de la humanidad (el ser social, la colectividad); la
mujer es quien eleva al hombre a su objetivo social, la humanidad; ella es el
ser intermedio que convierte al individuo en un ser social, básicamente con su
labor en el seno de la familia.
[3]
Al instaurarse la religión de la
humanidad, según Comte, el Gran
Ser no es un dios metafísico, sino que es justamente la humanidad; esto
es, el hombre está al servicio del Gran
Ser, de la colectividad, de la humanidad. En ese sentido, somos creación
del gran ser, de la sociedad, y debemos vivir para él.
[4] El escritor
mexicano, Emilio Rabasa Estebanell nos entrega cuatro novelas, a finales del
siglo XIX, enmarcadas en el título de “Novelas Mexicanas”. En este título
genérico se inscriben Moneda falsa, La bola, El cuarto poder y La gran
ciencia.
[5]
Con relación al personaje de la señora Quiñones, que aparece pocas veces en la
serie, Elliot S. Glass señala:
“tiene una importante función estructural a través de ‘las novelas mexicanas’,
porque aparece en los sueños de Juan, instila la culpa en él y es causa de que
reflexione momentáneamente en su conducta. Como Remedios, es la personificación
de la resignación estoica y de la pureza moral”. (Glass: 146)
[6]
Juan ante Cabezudo; Vaqueril ante Gavilán; liberales enfrentados a los
conservadores; militares contra civiles; reformistas contravenidos al clero;
liberales en pugna entre ellos y fustigando a los positivistas; etcétera.
A..R
ResponderEliminarInteresante escrito, digno de alguien como Tú...