Poesía o barbarie: apuntes sobre la responsabilidad
social de la poesía.
Artemio Ríos Rivera
Una
razón literaria,… , es la fuente del espíritu que da cuenta de la radical ambigüedad
de la vida, de su complejidad, de sus paradojas y de sus contradicciones,
un espíritu que posee como única certeza la sabiduría de lo incierto.
Mélich parafraseando a Husserl
Para hacer un acercamiento a la
función social de la poesía podríamos aventurar afirmaciones inciertas, por
ejemplo, no sería una exageración decir
que la lírica es tan antigua como la vida misma, sin duda podrá ser una
imprecisión histórica, pero nada más. También es un lugar común afirmar que
data de la formación de la humanidad, habrá quien proponga mayor rigor en
cuanto a la existencia de la poesía en la faz de la tierra, entonces podemos
aventurar: tan antigua como el lenguaje o como la palabra o como la escritura, todos
momentos diferentes y claramente diferenciados. Podemos hablar de la palabra
como fenómeno social, evolutivo o como la voz divina, creacional, fundadora del
mundo según algunas religiones; a lo mejor sería más preciso decir que la
poesía es tan añeja como los sueños, sin ella el sueño no existiría, y también
viceversa. Así, posiblemente podemos afirmar que antes de la poesía fue la barbarie.
Aunque es una fuente inagotable, también podemos afirmar que después de ella
solo está la barbarie. Aunque podamos ser categóricos en cualquiera de las
anteriores afirmaciones, lo único cierto es que todo es incierto. Esto no
quiere decir que no podamos problematizar y poner elementos sobre la mesa para
la toma de posición al respecto.
Claro que hay dudas para afirmar si
fue primero la sociedad o el sueño de lo social. El sueño poético, esa visión, también en el insomnio,
de lo desconocido, donde atisbaba la premonición de un futuro incierto, latente
semilla, al fin y al cabo, de la esperanza de ser. La poesía nos hace ser, por
eso el poeta está tan emparentado con el filósofo y éste con el lenguaje
metafórico. Las creencias, los anhelos y deseos más recónditos e inconfesables
se materializan en la inmaterialidad del
sueño poético, y aún en su vigilia.
En el principio fue la poesía, si la
palabra no se hubiese convertido en canto lírico, alegórico o quimérico, aún
estaríamos en la barbarie, primigenia si quieren, edénica como la comuna
primitiva, pero barbarie al fin. Sin poesía, sin esperanza, sin desesperanza.
Habrá quien afirme, y con razón, que el actual estado de las cosas no está muy
lejos de esta brutalidad humana, aunque la bondad y la maldad son igualmente
inhumanas según Ítalo Calvino[1],
sin embargo tenemos la poesía, hay esperanza de quién sabe qué.
Parece que el lenguaje le da voz a la
poesía, pero no, la poesía le da voz al lenguaje, entonces la metáfora (esta
transferencia de significados de objeto a objeto), la metonimia (ese cambiar el
nombre identificando la parte por el todo y viceversa), la sinécdoque (esa
cualidad inherente a la totalidad donde dos partes son integradas
cualitativamente en un todo) o la ironía (ese juego disfrásico que cambia el
sentido, autonegándose verbalmente, ese equivalente a una metáfora absurda
digamos); le dan voz a la ciencia, a la filosofía, a la historia, a las
manifestaciones artísticas y a la crítica literaria para nombrar nuevas
realidades y viejas utopías. Le dan sentido a la voz de la humanidad.
Así, el lenguaje poético nos asiste para
abordar la realidad y sus irrealidades. Una convención comúnmente distinta a la
normal que nos ayuda a interpretar el lugar común, el cotidiano y el extraordinario.
La poesía es, además, una armadura
con la que instintivamente se defiende la humanidad de sí misma, una
herramienta que le permite acercarse a la dimensión exacta e indeterminada,
palpable e intangible de las cosas creadas o imaginadas. Es un escudo contra la
barbarie.
Pensando en que los discursos
encarnan, es decir, tienen un sujeto dicente, son alguien, una voz, en el caso
de la poesía no debería importar tanto el poeta, lo que importa es la voz
poética que nos acerca a la angustia, al odio o la piedad a la sensible
existencia del otro, a su praxis. Para enfrentar la mentira o los
autoritarismos. Para convivir con la muerte o con la vida. Para bregar contra
el olvido tenemos la poesía.
Tiene
sus paradojas, contiene sus tensiones. No podemos negar que puedan
existir poemas y poetas, que en ocasiones lindan en los veneros de la
jactancia, la arrogancia, el distanciamiento con el otro y su negación. Pero
eso no tiene que ver con el sueño poético fundacional sino con la pesadilla
apocalíptica. No tiene que ver con ser o no revolucionario, moralista,
individualista o aristocrático. Aunque
la poesía se enuncia desde el yo más egoísta, me parece que desde la lírica más
elemental el yo no puede ser sin el otro, la voz poética no es en sí misma sino
en función de su receptor, el otro, el individuo, la sociedad, la humanidad. Porque
los poemas siempre son de los otros, siempre están inconclusos, no estamos
hablando solamente de la recepción; la poesía siempre es de los otros aun
cuando esos destinatarios no la lean, no la actualicen, no la hagan suya o la
repudien; la poesía y la voz poética siempre estarán más allá del poeta, el
otro siempre hará una conclusión provisional del poema. Así, señala Mélich, “La
razón literaria está abierta a la sorpresa, al cambio, en una palabra, a la alteridad, al acontecimiento del otro”. Por eso la tensión, el eco de las voces, más
allá de los tiempos, las corrientes y las distancias, por ejemplo, entre
Bécquer y Rosario Castellanos: Poesía eres tú y no eres tú. ¿Quién tiene razón?,
ambos aunque sus afirmaciones sean polares. Así nos situamos ante uno de los
medios subjetivos más insolentes para decir relativas verdades. O uno de los
medios objetivos más elegantes para decir insolencias, “¡A la chingada las
lágrimas!, dije/ y me puse a llorar/ como se ponen a parir” dice Sabines. “Ya
yo me enteré, mulata/mulata ya sé qué dice/que yo tengo la narise/como nudo de
cobbata” ¿Podemos
decir que Guillen escribe mal por el texto anterior? Con intencionalidad la
poesía usa y trasciende las convenciones del lenguaje, nada podemos reclamar al
poeta cubano, al contrario agradecemos su voz poética. Podemos acaso restar
importancia a Bukovski cuando aconseja a los aspirantes a poetas: “tienes
que follarte a muchas mujeres/bellas mujeres/y escribir unos pocos poemas de
amor decentes/
y no te preocupes por la edad
y/o los nuevos
talentos./ sólo toma cerveza y más
cerveza”. ¿Quién puede excluir a quién, sin caer en la reacción, en la barbarie?,
sin embargo considero que la función social de la poesía es innegable, su
presencia es contra la barbarie.
La poesía congrega y disgrega,
apuntala y derriba, da y quita la fe.
Aunque caigamos en la
tentación crítica de hablar de la decadencia de la poesía, no podemos decir que
la poesía sea decadente, porque no responde a los criterios de la prosperidad o
del progreso, creo que si el texto es superficial, vano, sin vocación ardiente no
es poesía. Cuando la palabra es honesta, entonces es socialmente útil, y no se
trata de plantear una concepción cosificada, instrumental y utilitarista del
texto poético. La poesía no resuelve, problematiza. No soluciona los problemas
fundamentales de la vida humana porque, aunque cumple una función social, no se
lo propone. No grita la imaginación al poder, es el poder de la imaginación. No
teme a la “ausencia de puntos de referencia estables o definitivos” como
plantea Mélich.[2]
Para la poesía la
interpretación y los mundos son abiertos por eso no puede ser doctrinaria,
puede sí responder a imperativos éticos, aunque éstos sean solamente estéticos,
pero su vocación es la libertad de pensamiento por eso la incertidumbre de la
creación poética, no es dogmática, siempre será ambigua, contingente y una
mítica destructora de mitos.
Aunque juegue a hacerlo, la
poesía no puede olvidarse de los que son y viven en el mundo que son múltiples rostros y lecturas. La poesía es trasformación que se inventa a sí misma en el acto
redivivo de la creación. Posibilidad de apertura hacia nuevas temporalidades,
hacia espacialidades inéditas, hacía cosas y situaciones inciertas.
Sensible a la existencia del
otro. Es una praxis. Emoción, emotiva; de inútil apariencia. Lo simbólico. Es
transgresión, inapresable por eso la relatividad del presente texto.
Del texto poético emergen mundos
posibles donde se sumergen muchos universos. La poesía, así sea narrativa o conceptual, es síntesis
de lo diverso, polifonía y polisemia; eco, intertextualidad con los mundos
conocidos y desconocidos, con lo dicho y lo callado, es, parafraseando a Marx[3],
síntesis de múltiples determinaciones, unidad de lo diverso, se manifiesta como
concreto real y de pensamiento. La poesía es síntesis y punto de partida, es
creación y es creadora. Es creación del
mundo, de la materia, pero también es creadora de mundos intangibles y
materiales. Es sueño, pero puede ser pesadilla; aunque uno no sepa para qué es
indispensable la poesía, creo que no hay duda en la disyuntiva: si no hay
poesía sólo nos queda la barbarie.
Tratando de resumir, el poeta no debe
aspirar a valer más que nadie más, pero debe luchar por tener un lugar en el
mundo, para él y la poesía, que no lo excluya y no excluya a los otros, aunque
haya debate, negaciones, tensiones. Tiene que luchar para que la poesía siga
estando en el mundo, debe asumir un compromiso contra la barbarie. La poesía no
renuncia al conflicto. Aunque es difícil que la horizontalidad sea, además de
una realidad, una aspiración honesta, el poeta debe situarse, hablar desde la
horizontalidad con los otros. La poesía es social sin ser necesariamente
política, aunque hay una corriente poética que llamamos poesía social. No vale más un texto poético por ser conceptual o
narrativo, explícitamente revolucionario o amoroso, provocador o apacible,
trasparente o rebuscado, lo importante es la honestidad del texto, su
originalidad, su calidad estética, su interlocución con la otredad, su
capacidad de decir y ocultar, sugerir. Los imperativos éticos de la poesía
pasan por lo estético, por el dialogismo con el otro, por el compromiso social.
El poeta debe mirar al otro a la cara, pero no verse a si mismo en el rostro
del otro, debe buscar la diferencia, de otra forma el ejercicio es inútil y
puede caerse en la soberbia, en la egolatría. El texto poético es provocación y
remanso. El lenguaje poético puede ser revolucionario aunque trate temas
disímbolos entre sí, como la poligamia, la monogamia o la poliandria. Importa
el qué, pero sobre todo el cómo. Bueno se trata de compartir algunos apuntes
sobre el tema, este texto se sabe relativo e inacabado, como la poesía misma.
Sin duda se puede optar por una corriente
poética, una temática, es perfectamente válido, se puede hacer del amor o de la
poesía política un compromiso existencial, una militancia; es algo normal,
muchos poetas, canónicos o poco reconocidos, lo han hecho y han contribuido al
ser en el mundo de la poesía, no tenemos que espantarnos o negar esas
posibilidades tampoco. Personalmente me adscribo a la frase pronunciada por Rick
Blaine (interpretado por Humphrey Bogart) en el filme “Casa blanca”, cuando el nazi
Strasser le pregunta su nacionalidad, la respuesta es: Soy borracho; el prefecto de policía Louis
Renault (Claude Rains) remata, Eso lo convierte en ciudadano del mundo[4]. La poesía es patria y matria a la vez. No hay problema entre
nacionalidad y ciudadanía. Así es mi
nacionalidad en la poesía, soy borracho, ciudadano del mundo poético. Me
identifico con la poesía como un todo fragmentado, aunque mis lecturas o
producciones puedan ser parciales y se me pueda etiquetar de partidario de una fracción,
mi aspiración es no tomar partido por algún segmento de la poesía.
Xalapa, Cd de México, Chilpancingo. Noviembre de 2013.
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