Autonomía y cultura escolar
Sandra Ortiz Martínez
Artemio Ríos Rivera
Las escuelas no han alcanzado a comprender lo que implica la autonomía escolar. Cuando han ejercido presupuestos propios a través de diferentes programas federales o estatales (Escuelas de Calidad, de Tiempo Completo, Escuela al Centro, Programa de la Reforma Educativa, etcétera) exclusivamente o casi exclusivamente se han abocado a invertir en infraestructura e insumos materiales.

Pongamos un ejemplo, cuando uno habla de la promoción de la lectura o la escritura en los centros educativos, uno de los argumentos para explicar la pobreza de nuestras prácticas es que no tenemos acervos bibliográficos suficientes, es decir: no hay libros en la escuela. Sin embargo, una vez que hemos adquirido los libros, pareciera que esa es la meta en sí misma, no nos preocupamos por prepararnos para el uso adecuado de los acervos, no invertimos en nuestra propia formación. Muchas veces los libros se quedan en los libreros sin circular por la escuela o la comunidad.

Podríamos poner más ejemplos, los hay. La vieja cultura escolar entiende como gestión escolar la búsqueda de bienes materiales o de relaciones políticas alrededor de la escuela, no negamos la importancia de esos rubros, pero no siempre es lo central. Lo prioritario es gestionar buenos aprendizajes, que los alumnos aprendan, que los docentes y directivos se asuman en formación permanente.
La autoridad siempre manda mensajes contradictorios y nosotros nos plegamos a lo más cómodo. No importa que la “autonomía” sea parte de una política educativa. La autonomía de gestión se ve coartada por las imposiciones de las autoridades estatales, por ejemplo, al etiquetar empresas con las que las escuelas pueden invertir en la construcción de espacios educativos en los centros escolares. Resistir a las imposiciones de la autoridad es parte de la autonomía, sin duda.
Las escuelas no alcanzarán a comprender la autonomía escolar si siguen esperando las líneas que les mande la administración central para invertir sus propios recursos. Tenemos un marco legal en el cual movernos, tenemos un plan y programas de estudio que nos dan un margen de movilidad y pensamiento sobre lo que necesitamos en las escuelas. Tenemos nuestros diagnósticos y los resultados educativos de nuestras escuelas. Hay que echar mano de ellos.

La autonomía e independencia para que el colectivo escolar tome sus propias decisiones de manera colegiada no sólo es motivo de la orientación de la política educativa, sino de la cultura escolar.