Frente frío
Artemio Ríos Rivera
“La interacción del frente frío con la
zona de inestabilidad provocará tormentas intensas en todo el país…” el noticiario así había pronosticado el tiempo para los siguientes días; así se expresaba la mujer de
bajo escote y prominentes nalgas que sonreía en el televisor. Así se quedaba
él, embobado en la imagen, sin importarle mucho el presagio de lo que estaba
por venir. Lo único que quería era descansar de todo, enajenarse y olvidar lo
que la realidad cotidiana, en la calle, le escupía a la cara.
El frente frío, en vísperas de la
primavera, había dejado un par de días lluviosos con baja temperatura. El ánimo
de él era brumoso, pero hoy había amanecido soleado, sin nubes, lo que auguraba
un día disfrutable por el contraste, a pesar de los malos augurios. Se quiso
animar y planeó rasurarse, pensando que eso lo haría verse más juvenil, más
dispuesto a mirar y ser visto. De ese modo podría callejear.
Inmediatamente después de la inspección
ante el espejo subió al gimnasio, antes de iniciar el ejercicio físico leyó un
poco, aprovechando el sol para calentarse los huesos. Aunque aun era temprano,
después de desayunar solo, decidió salir a la calle; eran las 11 de la mañana, un
poco antes de la hora en que ella estaría abordando el autobús de regreso a
casa.
El día era esplendoroso, buen inicio de
semana le pareció. Cuando ella arribara podrían irse al puerto a ver el primer partido de la serie; iniciaría a las 8 de la noche y se quedarían al desfile del carnaval del
miércoles. Qué importaban las obligaciones, pensó. Sé que le gustará la idea, se
dijo para sí, ni siquiera regresaríamos por ropa a casa, nos iremos directos
desde la terminal.
Ocuparía las seis horas de espera para ir
a recargar el cartucho de la impresora, lavar la camioneta, cargar gasolina y
sentarse a leer en algún café lejos del centro. Prefería la periferia por aquello del tráfico y las
dificultades de estacionamiento, traía un libro a la mano que nunca se había decido
a hojear.
Al poco de salir de casa vio a Rubén en la
parada del urbano y decidió detenerse y ofrecerle un aventón. Hacía años de no
verse, pero como salió muy “jovial”, con ropa deportiva, recién cortado el pelo
y la barba de tres días cuidadosamente alineada, Rubén tardó en reconocerlo.
Parecía que respondía discreto a las pretensiones sexuales de un desconocido
gay. Pendejo, masculló para sí.
Lo llevó a su trabajo, la plática, aunque
telegráfica, fue agradable, se pusieron al día. Rubén le dio sus últimas dos
publicaciones: su tesis doctoral y un pequeño guion de teatro. Hablaron sobre su
larga trayectoria en la radio universitaria. Quedaron que se llamaban para ir al programa radiofónico, una entrevista
en vivo sería buena para ambos. Los encuentros y desencuentros a lo largo de
los años vinieron al recuerdo, con sus contextos y copartícipes. Sin embargo, el día
seguía siendo de maravilla.
En la gasolinera le llamó la atención una
cara femenina conocida, era Rosario, mucho tiempo sin verla también, le hizo un
halago a lo lejos; ella tardó en reconocerlo, vio la dificultad en su mirada, ella
se apoyó en el tono de la voz de él, para aventurar el grito con su nombre.
Todavía tenía tiempo para ir por su compañera a la terminal, las horas del
trayecto de su viaje irían en un tercio.
Los ojos de Rosario brillaban, tenía las
ganas de platicar, de ponerse al día, cada vez soy más ermitaño, pensó él con
un dejo de nostalgia. También tenía ganas de chacotear, de saber de Emiliano, de
Fernando, de sus días de mujer sola, sin pareja y sin hijo. No se atrevió a
ofrecerle un café o una cerveza, sabía que aceptaría y que sería una charla
agradable, de viejos camaradas que se encuentran después de algún exilio. De
pronto se sentía recién repatriado de una deportación voluntaria. Empezó a mirar una
ciudad que se volvía desconocida. La pequeña urbe en la que había habitado los últimos 30 años.
Se molestó por su indecisión con la mujer. Se
cuestionaba porqué con Rubén no tenía dificultades para socializar y con Rosario sí. Entonces encontró mirándose como un monógamo acomplejado por la culpa de
sus pasados “errores”. Ella había
abonado en eso, inconscientemente tal vez, se había encargado de anidar
cariñosa y cotidianamente en él el aislamiento, el alejarse de los "malos amigos" y de las mujeres. Sus
cariñosos celos, pensó, lo habían hecho ir cortando paulatinamente con sus
amistades femeninas en el último periodo. Le habían impedido,
inconscientemente, abordar y abonar potenciales amistades con el sexo opuesto.
Incómodo ante el descubrimiento, era un
buen pretexto, se metió a la primera cantina teibolera que encontró, tuvo tiempo de tomar
tranquilamente tres cervezas, oír música, ver unas parejas en el cachondeo al
que daba derecho la copa para dama. Observó un par de danzas ortopédicas de un borracho que apenas se podía sostener en
pie. Él, contenido e indeciso de invitar a Piernas Gordas a su mesa. Excitación y culpa, morbo y disciplina.
Las mujeres del bar eran comunes y corrientes,
alguna jovencita que en el fin de semana y días festivos saca para sus gastos
escolares, un par de señoras jóvenes, seguramente madres solteras con la
justificación de necesidades económicas para mantener a la abuela y a sus
hijos. Un par de mujeres maduras, maltratadas, con cara de viciosas entre encantadas
y hastiadas con su trabajo.
Llamó poderosamente su atención la llegada
de una mujer joven, con lindo rostro y un cuerpo regular; se sentó en la barra,
era evidente que conocía al personal del bar, lo raro fue que no se le insinuó
a nadie para que le invitará una cerveza. Pidió un trago, otro y otro más. No
se veía que trabajara en el lugar, sintió el impulso de averiguarlo, pero, una
vez más, se quedó con las ganas.
Nuevamente la imagen de su compañera y sus
coquetas reconvenciones, sintió incomodidad por ir a la cantina sin ella, como
un acto de traición. En los últimos años iban a todos lados juntos, felices,
incluso a trasnochar y emborracharse. Pagó y salió rumbo a la terminal de
autobuses, faltaban veinte minutos para la llegada.
El autobús venía retrasado, tuvo que
esperar más de una hora su arribo. Tiempo suficiente para recapitular sobre las
últimas horas, los últimos días, los últimos años... Ella y él habían ido juntos a la capital del
país hacía unos días, a una presentación en la Feria del Libro de Minería. Por
cuestiones de trabajo él regresó inmediatamente; ella se había quedado varios
días, hasta hoy.
Él la había llamado en la primera madrugada
para decirle que había llegado sin contratiempos a casa, en ese momento se
enteró que ella había decidido quedarse en la casa del Chirifas, un viejo amigo de
la facultad, quien seguía soltero y viviendo solo. Aunque se inquietó un poco decidió
no darle importancia a la suspicacia y confiar en ella.
Al otro día te quedaste en casa de tus
padres, se dijo entre dientes, después con una amiga donde se reunieron con
viejos compañeros de trabajo en una noche larga, con baile, alcohol y
discusiones de rigor.
El repaso lo incomodó, trató de averiguar
por qué. No tenía celos, no le molestaba enterarse sobre los hechos consumados:
ella dormía en casa de un amigo y no con sus papás o con Laura, como habían quedado;
no le fastidiaba que se fuera de fiesta con sus amigos, que perdiera la cartera
y el dinero, no. Pero recordaba la llamada telefónica del jueves donde ella
manifestaba un jugueteo celoso por los comentarios lanzados de sus amistades femeninas a su última publicación en el Facebook.
Entonces sintió rabia de sí. Enojo con su
falta de libertad a la que él se había ceñido, a las barreras ideológicas que
había puesto en su alrededor. Entonces decidió no esperarla más. A pesar de que
la predicción de frente frío empezaba a hacerse realidad, que una espesa
neblina envolvía a la terminal, y sin importarle que el chipi-chipi arreciaba
amenazando con fuerte tormenta, salió de la terminal, dispuesto a perderse para
siempre en una geografía que le era completamente ajena y con rumbo desconocido.
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