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lunes, 15 de febrero de 2021

Susana

 Susana 

 Artemio Ríos Rivera



La ubicación es extraordinaria, les dijo Susana a sus amigas. Estamos en el final de la calle y por el lado Este hay un pequeño acantilado al que da la cochera de la casa, el ventanal.

Bueno, inicialmente era garaje, aunque ahora lo ocupamos de terraza. El espacio es amplio al que se accede desde la calle por un portón eléctrico. Arturo le mandó hacer una reja corrediza de herrería negra que contrasta con el blanco de la puerta automática. El contraste es lindo, pero yo creo que parece cárcel nuestra vivienda. No me convence el argumento de la seguridad. Claro hay que tomar las precauciones debidas, dice él.

 

El área da para dos coches grandes y sobra espacio. Discutimos sobre el uso, para eso el arquitecto lo diseñó de esa manera: como una superficie de servicio no de convivencia, en fin. Cambiamos la concepción y el uso, aunque mi marido siempre trata de darme por mi lado, cedí.

 

En realidad, nunca se metió ni un carro al lugar, ni siquiera una moto o bicicleta. El otro acceso a la vivienda es amplio, directo al patio y esa entrada da servicio para todo. El cambio me molestó, ahora creo que él tenía razón o ¿no?, bueno ya ni modo.

 

Entrando, del lado derecho está la bomba del agua, un adefesio. Una belleza de tres cuartos de caballo de fuerza, dice él. No es cierto, pero como siempre está atento a mis deseos decidió resolver el problema estético. Yo le había suplicado que quitara ese esperpento, aunque fuera muy necesario para la casa.

 

Por eso se lo ocurrió hacer un mueble de madera empotrado a la pared, segura estoy de que no digo un pleonasmo o ¿sí?, bueno no importa. ¡Háganme el favor!, meter madera donde todo es metal, cristal y mampostería, me pareció de mal gusto. ¡Hay no!, que horrible.

Bueno sí muy funcional, eso dijo. Entonces tenemos una especie de librero con algunas puertas para que no se viera la bomba de agua. ¡Uf!, yo le había dicho que ese aparto se veía muy feo y desentonaba con la reproducción de "La Ternura" que yo quería poner ahí, en la pared grande, donde no había puertas o ventanas.

 

Bueno, él me cumple mis caprichos o eso creía. En realidad, ya no entiendo, pero creo que hay algo de validez en sus argumentos, en lo que hace con la casa, aunque sigue sin gustarme nada. Finalmente creo que la casa es bonita, funcional y moderna, yo no la veía así, pero, seguramente lo es. 

 

Pues sí, como les decía, ahí tienen el “librero”, con cajoneras al centro. Pero, yo pensaba que al centro tenía que ir el cuadro. No, lo que hay son cinco entrepaños horizontales de 40 centímetros de altura. Las puertas al doble de altura en la parte de abajo, donde está la bomba ¿verde, les dije?, mal gusto. Sí, la planta baja de la casa es muy alta. Sobra espacio arriba del librero, ya me imagino una caja de herramientas ahí, por favor.

 

Bueno, le dije, ahora tendríamos que conseguir otro Guayasamín, original no, claro, o algo así. Un grabado de algún pintor moderno, porque el cuadro iba a quedar a un lado de la cajonera central en una especie de nicho de madera que le serviría de marco. Así, no más, sin simetría ni perspectiva. No pues Arturo será muy especialista de la lengua, muy lector, muy didáctico, pero no siente a profundidad el arte. Sigue siendo un macuarro, herencia de su padre, claro.

 

Como él sabe que no sabe, siempre me da la razón. Y resolvió el problema, bueno no sé si eso sea resolver. Sus “soluciones” siempre son el comienzo de otro problema. Yo estaba dispuesta a todo, menos ver mi cuadro fuera de contexto, disminuido por el mal gusto y la falta de perspectiva museográfica.

 

Mirado de frente en el costado derecho del librero decidió colocar un gallito, un pinche gallito que le trajeron de Potosí, de San Luis. Un gallito de lata, mal cortado, pintado de rojo, verde y dorado, ¿se imaginan? Por eso no quise reunirme con ustedes en la casa.



 

Sí, perdón, del otro lado nada menos que colocó la urna funeraria de su madre, con veladora, cruz y florecitas. Se dan cuenta, cómo voy a hacer vida social en un espacio presidido por mi suegra y el pinche gallito que le regalo, en la infancia, a su primogénito. 

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