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domingo, 21 de marzo de 2021

Un caso en proceso


Un caso en proceso


Artemio Ríos Rivera

 

El Servicio Médico Forense, SEMEFO, estaba en un edificio viejo y no en un hospital como debiera ser, como era antes. El cambio se había dado por influencia del Director de Seguridad Pública, por necesidades organizativas, argumentó.

 

En el sótano del edificio se encontraba la morgue. Los olores eran intensos, penetrantes, formol pútrido. Con todo e inconvenientes había que llevar a cabo las diligencias, pensó la encargada del Ministerio Público, la MP. Tenía ante sí los restos de los dos cuerpos carbonizados, quiso imaginar el calor de la hoguera que los consumió, era una forma de contrarrestar, imaginariamente, la baja temperatura del refrigerado lugar. El frío soldaba los huesos, sintió.



 Dos cuerpos, un femenino y un masculino. Bueno, había que ser contundentes en el informe, pero ya no se sabía. A primera vista esa era la conclusión, sin embargo, podían ser dos trasvestidos, él una ella y viceversa, dos les. Le faltaban muchas opciones al formato para poder signar el sexo de los occisos. Conclusión preliminar: Dos cuerpos, un femenino y un masculino.

 

Ella, la occisa, conservaba en la cabeza una estrella de oropel negra, casi achicharrada. Él tenía amputada una pierna. No era un mal inicio para indagar la identidad de las víctimas y los detalles de sus decesos. Ahora, la MP se dirigía al sitio donde se había hecho el levantamiento de las víctimas. 

 

De los restos semicarbonizados rescatados en los alrededores del rancho en Tlalizcoyan, la MP jugaba con trozos de ropa, parece de uniforme, dijo en voz alta, aunque nadie le prestó atención. Todo el acto parecía un protocolo vacío. Las polainas, la botonadura y los pedazos de insignias la llevaban a pensar que se trataba del uniforme de un militar. Ante la ausencia identitaria de la gente, ahora hasta los malandros usaban uniformes. No iba por ahí la línea de investigación, los exámenes toxicológicos eran negativos. Algo completamente raro en estos tiempos. 

 

A la Ministerio Público, en su papel de minuciosa investigadora, cosa que comúnmente no hacía, la llevó a revisar uniformes de diferentes corporaciones militares, navales, policiacas, de agencias de seguridad privadas y de cárteles. Nada, no había coincidencias, ni con los atendos de corporaciones de los países vecinos. 

 

Sin ponerlo en los informes, ella había establecido que el rancho estaba al servicio del Duendecillo Negro, mote con el que se conocía al Director de Seguridad Pública en el Estado. Un militar de bajo rango, retirado, famoso por su eficacia para arrancar confesiones durante la guerra sucia y en el trato especial a las mujeres disidentes. Un sicópata, como es muy común con este tipo de personajes. 

 

Del cuerpo femenino iba tejiendo un perfil, era contradictorio, no podía concluir de qué tipo de bailarina se trataba. Bueno, sólo ella pensaba que se trataba de una bailarina, sus compañeros de oficio decían que se trataba de una prostituta. Para ellos bailarina, mujer y puta eran sinónimos, sin matices.

 

Viniendo del puerto, a 15 kilómetros del rancho habían encontrado una bolsa, de nailon impermeable, transpirable, una bolsa de viaje para zapatos, con cierre de cordón para protección. Dos pares de zapatos femeninos dentro: unas zapatillas de ballet con puntas y otro par de transparentes y plataforma. ¿Teibolera o bailarina de ballet?, ¿danza clásica o perreo? Pensaba la MP. Sería bueno salirse por la fácil, pero ya estaba cansada de culpabilizar a las víctimas, de actuar sin criterio propio. 

 

El Duendecillo Negro era un sátrapa peligroso y lo había sentido husmear desde el inicio de la investigación, sutil, pero sentía su aliento de hiena, amenazante, muy cerca de su rostro. Eso, entre otras motivaciones desconocidas para ella, la impulsaban en su búsqueda de la verdad. Que pendeja necedad, pensaba, tantas pinches verdades tan dispares podían coincidir en un caso. Con la justicia nada era verdad ni mentira.

 

Establecer cómo se relaciona un soldado con una teibolera es fácil. Pero había muchos cabos sueltos. ¿Por qué le faltaba una pierna al soldado? ¿Cómo se había hecho las contusiones premorten? Como si hubiera caído de un segundo piso. ¿por qué olía a pescado?, entonces… ¿era marino? La averiguación arrojaba que la falta de pierna no era reciente, era una pérdida vieja, tal vez de nacimiento. Podía un cojo acceder a un puesto en el ejercito o la marina, no, claro que no, pensó la MP. Lo bueno es que hoy día no hay discriminación en las instituciones de justicia, se dijo con cansada ironía.

 

Decir que la chica era bailarina de burdel, era muy fácil. Así se establecía que la mataron por puta, que se lo había buscado. La MP se pensó mujer y sintió la necesidad de indagar más a fondo, los escándalos de las feministas la habían tocado de alguna forma. ¿Cuál era la relación entre los dos personajes?, si el Duendecillo Negro estaba involucrado sería difícil probar algo, acusar, castigar. Pero le debía la investigación a la memoria de su hermana. Muerta en un raro accidente más parecido a una ejecución.

 

Uniforme militar, insignias desconocidas, un tutú y las zapatillas llevaron a la MP a visitar antros, burdeles, estaciones de bomberos y policía, teatros y, en última instancia, a perseguir un circo que había parado en el puerto durante varias semanas y que ahora se instalaba en una ciudad de la sierra, en otro estado del país. No era fecha celebratoria en el lugar, no se recogía la cosecha, no era una buena plaza para el circo, sin que hubiera una feria que lo arropara. El circo, o su responsable, actuaba como si huyera de algo, anotó la MP. Se habían ido del puerto antes de terminar la temporada anunciada, era algo común, pero a ella le parecía sospechoso.

 

Al dueño del circo lo apodaban la Rata, sobrero de fieltro y bigote escaso, largo e irregular. La mirada roja lo delataba, era una rata viciosa. Si, recordó, el sobrenombre de la Rata había aparecido en otros expedientes sin solución, sin saberse la identidad de la rata. Había salido a colación en casos cerrados con premura. En todos los procesos se investigaba la trata de blancas y desapariciones forzadas, violaciones y tortura sexual. En esos y otros casos el Duendecillo había estado muy pendiente del curso de las investigaciones, muy interesado en dar carpetazo a los asuntos.

Trataba de recordar la MP. Sí, el nombre de la Rata apareció por primera vez cuando fueron arrojados 35 cuerpos de hombres y mujeres debajo de un puente, frente al edificio donde se realizaba un Encuentro de Presidentes de Tribunales Superiores de Justicia. Un mensaje para el Estado, un golpe de fuerza para doblegar las instituciones. Entonces el Duendecillo Negro dijo que sólo era un rumor la existencia del personaje, que la Rata aparecía en una línea de investigación descartada y quedó rechazado cualquier indicio en ese camino. Igual las pesquisas no llevaron a esclarecimiento alguno, carpetazo institucional y social. La gente normalizaba este tipo de violencia, por miedo o comodidad, daba igual.

¿Qué relación había entre la Rata, el Duendecillo Negro, el Soldado y la Bailarina? Es lo que voy a averiguar, se prometió la MP. Y se lanzó en busca de la Rata aunque estuviera fuera de su jurisdicción. Se lanzó a una aventura en la que sabía, ella no tendría un buen fin.



Foto tomada en: 

https://www.flipada.com/funerales-vikingos/pira-funeraria/ 

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Evidencia a mitad del proceso...