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lunes, 10 de mayo de 2010

Pidiendo un deseo

Pidiendo un deseo

Artemio Ríos Rivera
Un extraño día de julio Martha y su hermano miraban fascinados el acuático cielo de un azul profundo, pero cristalino. Olía a humedad fresca, a musgo matutino, como si los manchones de nubes que flotaban a media profundidad subieran hasta ellos. A sus pies se abría la inmensa bóveda astral. Podían encuclillarse y sentir al tacto la consistencia del cielo que se abría bajo ellos, como agua transparente que escapara entre sus dedos. Pequeños trozos de cielo podían acurrucarse entre las ahuecadas palmas de las manos.

Escuchando el titilar de las estrellas en la profundidad del reino celestial, Martha se concentró presintiendo la generosidad de Dios; entonces lanzó con todas sus fuerzas la piedra del deseo. Ensimismada disfrutó de la esperanza que ponía en ese acto y sintió un enorme placer, paz interior, como el gusto de la hostia consagrada diluyéndose entre su lengua y el paladar.

Su hermano repitió el rito, pensó en su deseo y rápidamente lanzó la piedra al cielo. Como se había precipitado en la decisión no quedó conforme consigo mismo, no le bastó esa petición. Entonces lanzó una tercera piedra pero ésta rebotó de regreso, como un bumerang de precisión. Desde ese suceso el mundo se invirtió, no podemos ya contemplar la cúpula celeste a nuestros pies, hay que voltear la vista hacia el cenit. Y si lanzamos al cielo un objeto siempre nos rebota de regreso. Ya no podemos lanzar proyectiles al cielo y pedir deseos con la certeza de que serán cumplidos.

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