Un Negro de oscuro pasado
Artemio Ríos Rivera
La Mole se escondía detrás de un árbol, era patética la imagen de un personaje tan robusto y enorme escondiéndose en el ralo parque de las orillas de la ciudad, como si quisiera opacar su desbordada humanidad atrás de una caña.
Parecía un niño regañado y colérico.
Su mirada se extraviaba a lo lejos, entre las barracas de aquella ciudad perdida en el oriente de la capital, todo era blanco y negro. Buscaba entre las casas, de láminas de cartón, madera aceitada y block crudo, la figura del detective tuerto, cojo, contraheco.
No, no lo conocía, ni tenía nada que ver con él, pero el destino lo había puesto en su camino, una chambita que te da la vida. Por datos sueltos que había ido guardando, sin querer, sabía que algo fuerte lo unía a su odiado padre, el Rey. Se suponía que el detective regenteaba la colonia, siempre había competencia. Su instinto le decía que algo no estaba bien en el lugar, tanta miseria y falta de solidaridad sólo podían ser experimento de una mente perversa. La misma que había lucrado con las condiciones del lugar de donde provenía. No, esto no pude ser obra de dios, pero algo debe tener que ver el Rey, se dijo.
Al bajarse de la pecera, Hetor, entre su cojera y media vista, no se fijo y casi choca con la Mole. Se sobresaltó y, al mismo tiempo, alertó de su presencia al gigantón sin saber que lo esperaba. Ambos abrieron el compás y se pusieron en tensión, en alerta. Los dos sabían que el lugar era incierto y violento. Hetor puso su mano izquierda en la pistola y la Mole tiró un puñetazo.
No hubo preámbulos, ninguno de los dos supo más del otro: uno muerto y el otro completamente sorprendido por lo absurdo de la situación. La pistola se había encasquillado. El personaje moreno, corpulento, casi negro, había salido airoso en el duelo. Tranquilizaba su respiración mientras guardaba la navaja. Lamentaba no haber cruzado palabra con el tuerto, algún secreto sobre su infancia se llevaba a la tumba, o a la fosa común, pensó con ironía el grandulón.
Mole caminó sin rumbo, de pronto estaba en el Salón Social de la colonia, un enorme galpón sin puertas ni ventanas. Decidió descansar en un rincón, al fin nadie lo esperaba en ningún lado, se quedó dormido.
Al otro día lo despertó el murmullo de voces, la asamblea de la colonia estaba en su apogeo. El punto a discusión versaba sobre las autodefensas para contener los grupos de choque que intentaban desalojarlos y quedarse con los terrenos recién chapeados y trazados. Entre ocupas te veas, pensó la Mole. El corpulento personaje tenía experiencia al respecto entre los basurales del bordo poniente de la ciudad. En realidad era parte de la lucha sorda por liderazgos y migajas que el partido repartía entre los reclutadores de votos. Sí, se repartían despensas y también garrotazos para conservar tranquila a la clientela.
Seguía, el negro grandulón, en su actitud semizombi. No supo cómo quedó electo para comandar la defensa de la colonia, su corpulencia y aparente pasividad había sido un argumento indiscutible para su elección, no opuso resistencia. La lideresa prometía con la mirada, a pesar de su edad todavía estaba potable. Él no se pudo hacer del rogar. Con la mirada sellaron la alianza fundacional. La diferencia de edades no era sensible, él por los veintes, ella le doblaba los años, pero era bastante apetecible, como ya lo había observado. Era claro además, que la mujer usaba su sexualidad con soltura, sin miramientos, como moneda de cambio. A pesar de todo, como instantáneas de luz, la lideresa había mirado al gigante negro, en más de una ocasión, con algo muy cercano a la ternura. Mole no estaba acostumbrado a las intrgas emocionales, no le daba importancia, pero lo registraba con tinta indeleble en su inconsciente.
Nadie habló de la desaparición del “detective”, líder de la colonia. La lideresa lo tomó con normalidad, como si descansara de un enorme fardo. No sabía qué había pasado con su amante de tantos años, pero lo intuía.
A nadie le interesó la identidad de un cadáver masculino encontrado en el parque. Parecía mágico, pero la policía política obraba milagros y azuzaba o evitaba escándalos a conveniencia de los mecenas de estos artistas. Nada se preguntó de Hetor, eran comunes los levantones y lo mejor era no averiguar. También cabía la posibilidad que anduviera huyendo, acusado de fraude o violación, o que fuera victima de la venganza del Rey de los basurales, por bajarle la vieja. Aunque de eso había pasado mucho tiempo, como dos décadas, y las esclavas sexuales eran lo que le sobraba al Rey. ¿Qué Rey podía extrañar a una puta pordiosera por muy reina que fuera? Aunque para lavar honores el tiempo nunca pasa. La cuestión es que en el barrio nadie echó de menos a Hetor, ni preguntó por él, ni les pareció raro que, en medio de tanta promiscuidad, la lideresa anduviera acostándose con un muchachito como la Mole, que fuera su nuevo favorito. Los servicios del tipo lo valían.
La llegada del pasivo y violento grandulón dio cierta estabilidad, por un tiempo, a la organización de la lideresa, no había desacuerdos. Mole abonaba a los consensos, a la obediencia que se tenía a la palabra de la mujer, a sus retorcidos manipuleos.
La felicidad no dura para siempre. Los servicios de inteligencia de la policía política, empezaron a envenenar la relación entre el grandulón y la lideresa. No querían destruir a la “pareja”, sólo controlarla por medio del eslabón más débil o apendejado, Mole. La mujer era inteligente y estaba bastante corrida, sabía tratar con los mandos medios y no con la tropa. Los lúmpenes siempre son útiles para tener vasallos a sueldo, sin preguntas, sin respuestas, no tienen nada que perder, para ellos todo era ganancia. Este tipo de personajes y organizaciones, bien utilizados, sirven para la estabilidad y el control político de la ciudad, justificaban los informantes políticos. Nuestra ciudad los necesita a cualquier precio, decían.
En los archivos de la institución policiaca tenían clara la historia de los tres o cuatro personajes truculentos que convergían en las faldas de los rellenos sanitarios: Hetor había sido oreja, por eso tenían una ficha larga de él; la lideresa se había liado con varios personajes sórdidos de la ciudad, politiquillos, delincuentes, policías y jóvenes ingenuos. Así se fueron cruzando los informes, formando expedientes, redes, mapas para quien supiera utilizarlos. Cartas de navegación para aspirantes a diputados, senadores, alcaldes o regentes de la ciudad.
Aunque joven, Mole también tenía su historial, coincidencias con los personajes, sus delitos impunes, sus cabos sueltos.
Empezaron a endulzarle el oído a acercarle cosas que le gustaran o que podrían gustarle cambio de información de la colonia, de las próximas invasiones, de algunos maleantes que se refugiaban, temporalmente, en sus reinados, de los activistas de izquierda colados como alfabetizadores en la organización. Le regalaban pequeños favores, le creaban necesidades a cambio de acarrear gente, asegurar votos, cosas que Mole había vivido de cerca con su madrasta y, a lo lejos, con su padre o quien como tal se presentaba y le pedía tributo de patriarca, de cacique, de Rey.
Amor con amor se paga, le decía el depravado personaje policiaco que contactaba con él, se había hecho su amigo, su sombra. El argumento de que lo admiraba y quería su protección adulaban a Mole y le daban seguridad emocional. El tipo se veía muy normal, pero con Mole joteaba, para convencerlo que lo admiraba, lo quería y lo necesitaba. Haz y piensa lo que quieras muñeco, le decía al oído el policía encubierto.
Por Sombra se enteró la Mole de la asquerosa vida de la lideresa, nada lejana de la propia experiencia. Él enumeraba uno o dos padres dudosos, una madre desaparecida y una madrastra abusadora y golpeadora. Por eso, no le importaba que la mujer con la que hoy cohabitaba también hubiera nacido en el Bordo de Xochiaca o dónde fuera, que sobreviviera a los inhalantes y drogas baratas, que hubiera sido una de tantas esclavas del Rey de la Basura. No era relevante que hubiera sido reclutadora de prostitutas para el partido en el que militaba su odiado padre, puta madrota pensaba y se reía. Nada tenía mayor importancia, todo eso, y más, era normal en su mundo.
Al paso del tiempo y de la labor de Sombra, empezaba a recelar. La duda no sólo ofende, también carcome, debilita y consume el alma. Sus entendederas eran escasas, por las dudas que tenía sobre su origen había idealizado la figura materna, su figura materna. Una mujer seguramente violada por el Rey y desaparecida o vendida por él. Su figura materna era una victima, tal vez centroamericana, indocumentada en manos de su odiado “padre”. Tal vez niña expósita abusada por las bestias que habitaban la ciudad perdida. Su madre nunca pudo haber sido una cómplice o participante activa en su concepción y abandono, no eso no podía ser. El sabía que la madre era sagrada. Si ella lo hubiera cuidado otra cosa sería de su vida. Seguramente ella no lo abandonó y cargo con su amor maternal hasta la tumba o la clandestina pira crematoria, se consolaba el grandulón, eventualmente ebrio e idiotizado.
Pero esta pinche Sombra lo enredaba y llenaba de dudas, cómo podía saber tantas cosas este maricón de mierda. Que se acostara con policías abusadores no le parecía razón suficiente, pero sabía muchas cosas que él ignoraba, aunque empezaba a comprender a atar cabos. Datos sueltos sobre su origen iban dibujando un cuadro repulsivo para sombra. Aunque lo mejor sería olvidar y olvidarse de su pasado. Su mente trabajaba sola.
Después de mucho pensar, en su andar rumbo al aposento de la lideresa, Mole decidió que esa noche, después de cobrar el tributo corporal acabaría con el problema y sus pesadillas. No había nada que perdonar, nada que reclamar, todo era normal. Pero no podía ni siquiera concebir que una hiena cohabitara con su descendencia.
Foto tomada de
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