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martes, 2 de marzo de 2010

LA MUSA OAXAQUEÑA, Prólogo de Emilio Rabasa

El siguiente texto es un transcripción que hice de un prólogo tal cual fue escrito por Emilio Rabasa Estebanell a una antología poética, formada por él y publicada a finales del siglo XIX, en 1886 en la ciudad de Oaxaca. El original se encuentra en la Biblioteca Nacional, donde encontré el texto después de buscarlo en varias bibliotecas especializadas, sin encontrarlo. Aunque es tema de especialistas en literatura mexicana del siglo XIX, espero que sea del interés de un público más amplio.
Un tiempo después Emilio Rabasa Estebanell escribiría la tetralogía "Novelas Mexicanas": La bola, La gran ciencia, El cuarto poder y Moneda falsa. Aunque no son sus únicas obras que sea suficiente, por hoy, las mencionadas con anterioridad. Sin más perámbulo queda para ustedes el Prólogo a "La Musa Oaxaqueña".


LA MUSA OAXAQUEÑA.



COLECCIÓN DE POESÍAS ESCOGIDAS


DE POETAS OAXAQUEÑOS,



FORMADA Y PRECEDIDA DE UN PRÓLOGO



POR


EMILIO RABASA




OAXACA

IMPRENTA DE GABINO MÁRQUEZ

8.ª calle de Hidalgo, núm. 49.



-1886.-





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PRÓLOGO


I.


SOBRE LITERATURA NACIONAL


Es la poesía la florencia del espíritu; y así, viene en los pueblos después de las ideas religiosas que son la primera simiente, y precede á las altas concepciones filosóficas que constituyen, por lo nobles y trascendentales, como el fruto del pensamiento humano. En el hombre despierta antes el corazón al sentimiento que la inteligencia á la reflexión; y los pueblos, que por natural concierto y armonía van en el proceso de la vida como el hombre, cantan primero con Orfeo para llegar después á pensar con Tales.

Cuando un pueblo, al sacudir el yugo de la materia y entrar en la vida ideal, encuentra en sí mismo genio peculiar de raza, en el suelo que domina elementos originales de naturaleza, y en sus tradiciones fuentes propias de historia, su poesía brota, si en desordena-



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do torrente, pura, grandiosa, rica en colores, y perfectamente individuada por el carácter del pueblo. Este es, en mi sentir, el único origen de la literatura nacional.

Y aun queda más: en pueblos que de otros han aprendido una lengua, podrá la literatura tomar sabor más ó menos local, pero nunca caracterizarse por su nacionalidad, siendo como es que la índole de la lengua lleva una marca indeleble á todas las producciones literarias del hombre, bien así como la más complicada urdimbre declara y denuncia siempre la naturaleza del filamento.

Nosotros nos apropiamos una lengua cuando estaba perfeccionada, y poco ó nada podía recibir del carácter americano; aceptamos ideas religiosas selladas por un fanatismo intolerante; recibimos las inclinaciones que con su sangre y su civilización nos transmitieron nuestros progenitores, perdiendo así la originalidad de raza; rompimos nuestras tradiciones, datando nuestra historia desde el punto en que comienza la brillantísima del gran conquistador, y queremos todavía que por arte y violencia (que no por espontaneidad), se improvise una literatura nacional.

Al leer las obras típicas de las literaturas extranjeras, nada sentimos de ellas que nos demuestre la afinidad de otros pueblos con nuestra índole propia; pero al leer el Quijote, tipo de la literatura española, debemos humillar la vana aspiración á una originalidad na-



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cional, cuando sentimos en las venas el escozor de la sangre del andante caballero, que nos ha arrastrado y nos arrastra aún en busca de las más locas aventuras.

Por otra parte, nosotros en verdad nacimos para las letras en el presente siglo, cuando ya las literaturas fraternizaban y se confundían, esfumándose las líneas antes bien determinadas de sus fronteras. La literatura, hija sólo del espíritu, es por lo mismo esencialmente libre, y sobre modo sutil para salir de sus lindes é invadir atrevida la agena [SIC] jurisdicción. En nuestro siglo, haciéndose cada vez más subjetiva, se hace también más abstracta, y por abstracta tiende á ser universal y eterna, como que en ella palpita el corazón de la humanidad, y no sólo el de un pueblo circunscrito y encerrado por las fronteras en el espacio y por las costumbres en el tiempo.

Así es como las letras logran ya enlazar á los pueblos, cuando las instituciones políticas andan en desacuerdo absoluto; y así constituirán la gran república literaria, cuando aun se burle como utópica imaginación la gran república social.

Después de estas observaciones, que envuelven una opinión sin importancia y de fijo aventurada, sólo me atrevo á exponer otra en forma interrogativa: querer que un pueblo invente ó cree una literatura nacional en el sentido propio de la frase, ¿no será pretender un retroceso en la marcha progresiva de la


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manifestación más generosa y libre del espíritu humano?

Como quiera que sea, no hay duda de que la literatura americana es literatura española, aprendida, la que más precie de original, en modelos españoles, sin que de ello se excusen los versos de Bello ni las obras de Jorge Isaacs [SIC]. Pero esto, ni impide que las letras mexicanas puedan ser ó llegar á ser muy distinguidas, ni estorban a nuestros poetas para alcanzar una personalidad propia y característica en sus obras, y prominente sitio en el rico parnaso hispano-mexicano.

El defecto de la mayor parte de nuestros poetas consiste en despreciar el elemento propio con que contamos: la naturaleza. Su primavera tiene ruiseñores y alondras, y casi nunca zenzontles ni clarines; crecen en sus bosques las hayas y los olmos, y parecen en ellos exóticos los cedros, las caobas y los ocotes; en sus sembrados hay más trigos que maizales, y continuando en tan natural obcecación, nos presentan un mundo que nos es extraño y que poco o nada mueve nuestros afectos íntimos.

Si en tal error han caido [SIC] poetas de reconocido mérito en nuestra capital, centro y emporio de las letras nacionales, discúlpese á los vates oaxaqueños del vicio de imitación de que pueden ser notados, y reconózcase cuán dignos son de elogio, cuando se muestran superiores á la necesidad de imitar, y llevados


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de su inspiración y su ingenio, rompen sin esfuerzo las cadenas de su esclavitud intelectual.*



II.


LITERATURA ANTIGUA


Preciso era que nuestro pueblo desenvolviera su espíritu, para llegar á la florescencia de éste en las letras. Pero invadido primero por la soldadesca conquistadora que le inspira terror; después por los religiosos que enmedio de sus piadosas predicaciones le infunden é imponen un nuevo fanatismo, y en todos tiempos por los especuladores que le inspiran rencoroso aborrecimiento, vive ageno á todo lo noble, que le está vedado.

No es la literatura de los conventos literatura oaxaqueña, porque ni se difunde, ni se conoce por el pueblo, incapaz entonces de comprenderla, y porque nace de inspiración extraña á todos los sentimientos populares. Sin embargo, figuran en ella nombres criollos, y fuerza es que reseñemos sus pasos, aunque en nada se ligue con nuestras letras.



* Los juicios emitidos en este prólogo se refieren sólo á los poetas oaxaqueños muertos, comprendidos en la 1.ª parte de esta colección.



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A fines del siglo XVI, parece que algunos frailes españoles animan con el ejemplo á sus compañeros, escribiendo sermones, tratados sobre asuntos religiosos ó sobre lenguas indígenas, y aun tal cual poesía ya en mixteco, ya en zapoteco. Alguno hubo que compusiera en este último idioma una tragedia sagrada.*

Poco se adelantó en el siglo XVII. Algunos religiosos, separando momentáneamente la atención de los asuntos sagrados, la convierten hacia la historia de Oaxaca, ó hacia el origen de determinados pueblos. Obsérvase también que el número de escritores criollos aumenta. Pero en verdad la literatura no tiene un representante, ni da la poesía albores que señalen su oriente.

Es de notarse que á mediados del siglo figura D. Pedro de Arjona, quizá el primero que escribió fuera de convento, y á quien puede juzgarse por los títulos de sus obras; hélos aquí: “Genealógico Atlante, Mercurial Augusto, ó festiva pompa con que la ciudad de Antequera de Oaxaca celebró el feliz nacimiento del Príncipe Felipe Próspero;” “Angular mitológico que la ciudad de Antequera de Oaxaca consagró al recién nacido Príncipe Carlos José, heredero de la corona de España.”



* Tomamos estos datos de la Historia de Oaxaca, obra del ilustrado Presbítero Sr. José Antonio Gay.



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Falta de libertad, exótica y sin inspiración propia, la literatura enclaustrada crece como planta sin sol, y el siglo XVIII sólo produce algunas obras de ignorado é inseguro mérito. Fray Juan Valsalobre escribió entre otras cosas “Poesías latinas y castellanas para la pira de Luis I” y “Poesías sobre la exaltación de Benedicto XIII.” El jesuita oaxaqueño José Jiménez produjo diversas obras literarias, y entre ellas “Poesías varias sagradas y profanas” y el P. Agustín Sierra un “Certamen poético.”

Dícese que escribió muchos libros D. Patricio López, erudito de raza indígena; y por último se menciona á D. Antonio Llerena Lasso de la Vega, militar versado en las literaturas latina y española, y cuya fama se hace de dudoso merecimiento, cuando sabemos que escribió en doscientas sesenta décimas la vida de San Francisco de Asís, y que dedicó otras ciento cincuenta á Santa María Magdalena.

No puede hacerse menos en tres siglos. ¡Cuánto los han superado sesenta años de libertad!


III.


POETAS MODERNOS.



Apenas se respira en la antigua colonia el aire de nuestra azarosa libertad, cuando apa-



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recen los primeros poetas oaxaqueños, que no por ignorados dejan de tener relevante mérito. Y estos sí constituyen y vigorizan la literatura provincial, porque rompiendo con la sistemática poesía hasta entonces cultivada, hablan el lenguaje común é interpretan los comunes sentimientos. Sus versos corren de boca en boca en las sociedades coetáneas que los reciben con agrado, y así difundidos y aceptados, quedan como simiente de la literatura provincial, en el fecundo suelo que tan lozanas plantas ha sustentado y promete producir.

Alvarez* y Unda son los primeros que merecen el título de poetas.

Del primero se nos ha transmitido como por tradición, el bello soneto con que esta colección comienza. Muy poco se conoce de él; pero era de fijo privilegiado ingenio, pues que supo mostrar en esos catorce versos su pensamiento profundizador y su fácil dominio de la forma métrica.

D. José M. Unda** es poeta de singulares talentos. Se siente vivamente inclinado



* Murió por el año de …1854. Fue abogado de notable talento. Cuando murió llevaba algunos años de enajenación mental.

** Sacerdote. Nació el 13 de diciembre de 1796; desempeñó el curato de varias parroquias y fué sucesivamente prosecretario y secretario de la Mitra de Oaxaca. En el orden civil obtuvo varias veces los puestos de diputado al Congreso del Estado y al de la Nación, y fue además Consejero de gobierno y Secretario general del despacho. Murió el 21 de abril de 1867.



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á la poesía ligera y maliciosa, propia de su ingenio decidor y chispeante; pero por una transición frecuente en los caracteres que parecen traviesos y áun frívolos, se enseria á las veces, y entonces su musa pensadora, buscando inspiración en ideas severas y profundas, produce poesías como el Relox moral.

Su colección completa forma un conjunto extraño. Denuncia siempre buen estudio de los antiguos poetas españoles y un conocimiento del caudal de la lengua en que ninguno de sus sucesores le ha alcanzado; y sin embargo, al lado de sus mejores versos tiene composiciones que por lo prosaicas y defectuosas no parecen suyas.

Se comprende por sus obras, que gustaba con especialidad de Quevedo y Calderón, á quienes frecuentemente imita aun en los mas censurables defectos. De ello se encuentran ejemplos en las composiciones que se hallan en esta colección; pero véase ésta desde luego:



Yo quise (¡pena fatal!)

Adoré (¡terrible suerte!)

Desconfié (¡furiosa muerte!)

Aborrecí (¡horrendo mal!)



Esta imitación, sin embargo, como que se contrae principalmente á las formas, no impide que Unda sea uno de los poetas que más se dejó llevar por sus propias inclinaciones;




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virtud que, dando á los versos cierto sabor local, les comunica la personalidad de su autor.*

Pocas fechas se encuentran en la colección de sus obras; pero por ellas se comprende que escribió por los años de 1835 á 1865. Quizá enmudeció cuando una nueva generación invadió su silencioso parnaso, trayendo ideales y modelos bien distintos a los suyos.

Le siguió el Dr. D. Juan N. Bolaños, su contemporáneo, inspirado al parecer en Abenhamar, y algún otro poeta moderno. Su Oración al pobre y La cruz del cementerio tienen estrofas que patentizan sus dotes poéticas; pero sin duda no llegó la educación literaria á depurar su gusto y en ambas los defectos son numerosos y las bellezas escasas.

En los años de 1850 á 1865, un nuevo espíritu revela nuevos poetas dando insólito rumbo a sus ideas. Las obras de Zorrilla y Espronceda, precedidas de extraordinario renombre llegan á Oaxaca, son acogidas con entusiasmo febril y difunden el romanticismo produciendo en nuestro suelo verdaderos poetas. Pero, como sucede siempre en las revoluciones literarias, el entusiasmo ciega á los imitadores, que rechazan todo otro mode-



* Tanto en los versos de éste, como en los de algún otro de los poetas muertos, creí conveniente suprimir ciertas palabras y áun versos enteros, denotándolo con líneas de puntos. Las supresiones (que son bien escasas) tienen por objeto que la colección no contenga nada que pueda lastimar al lector, sean cuales fueren su educación é ideas.



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lo, y por seguir la senda trazada por el romanticismo, olvidan la llena de flores que pisaron Fray Luis y Rioja, Herrera y Arguijo, los Argensolas y los Moratines.

Y no es esto solo: la imitación se rebaja y apoca con mengua de la inspiración genuina y sincera. Pregunta Espronceda á la estrella:



¿Quién eres tú, lucero misterioso……



y al punto nuestros poetas preguntan, cual á una sombra, cual á una muger [SIC], cual á un pensamiento, ¿quién eres tú? Zorrilla en sus versos mienta huríes y sultanas, y desde que nuestros poetas lo saben, transforman á sus conterraneas [SIC] en bellezas orientales, trafagando con sultanas y huríes por tan abusivo modo, que llegan á convertirlas en bellezas vulgares y callejeras.

Lo que se gana en vigor y colorido se pierde en espontaneidad y variedad. Casi todos adoptan el dolorido tono de Espronceda, mal acordándolo con el adorno superfluo y relumbrón de Zorrilla, y de tal manera se apegan á sus defectos, que á no haber tenido nuestros poetas un ingenio superior á su mal empeño, habrían ahogado su inspiración y nulificado su propio mérito. En cuanto á la forma, adoptáronse entonces con absoluto exclusivismo los metros de ciertas poesías distinguidas de los modelos: el endecasílabo en sonetos, cuartetos y octavas, el octosílabo en octavas y quintillas y el alejandrino en cuartetos. La sua-



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ve armonía del asonante, á que Unda fué tan afecto, se despreció de tal modo, que los poetas más distinguidos de aquella época, Maqueo y José B. Santaella, no la usaron nunca.

D. Estéban Maqueo* tuvo para poeta la más brillante cualidad: la inspiración; y á haber alcanzado la época de la poesía pensadora de nuestros días, con su variedad de ideas y formas, habría enriquecido, sin duda, con valiosas joyas el tesoro de nuestro parnaso. La pasión por los románticos españoles dañó á su inspiración vigorosa, pero no pudo ahogarla, y es notorio en la colección de sus versos, que las mejores obras que produjo son precisamente las que más se separan de sus modelos.

D. José Blas Santaella** es tenido quizá en el general dictamen por el mejor poeta oaxaqueño. Con más cultura y facilidad que Maqueo, tal vez no sea más inspirado que él, mientras que en la sonoridad de los versos padece algunos descuidos que en aquél no se hallan. No puede asegurarse que fuera menos inspirado que Maqueo, porque éste tuvo una libertad de espíritu que faltó á Santaella, cortando así las alas a su rica imaginación y clarísimo ingenio. Sus ideas religiosas (que



* Abogado. Sirvió elevados puestos públicos en el Estado, figurando notablemente en la política local. Murió en 1865 á los 33 años de edad.

** Nació el 2 de Febrero de 1832; recibió el título de abogado en 1856, y posteriormente fue catedrático en el Seminario y el Instituto oaxaqueños. Falleció el 14 de junio de 1880.


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fueron profundamente sinceras) se acordaban con su carácter taciturno y misántropo, cebándose ambas en una constitución física delicada, que como ninguna contrastaba con el espíritu de que era cárcel. Pero enmedio de su aislamiento ascético siente aquella inspiración que sólo es dada al numen que se nutre en la vida real; y contra de lo que él dice su correcto y elegante biógrafo, deja entrever más de una vez algo de desencanto, quizá producido por su desprecio á la terrena vida:



Llena está mi alma de un dolor sombrío,

Como esos melancólicos dolores

Que no tienen ni lágrimas ni flores

Con que curar su inapurable hastío.

Siento pasar por mí la mano helada

De un tedio sepulcral; gimiendo vago,

Y sólo encuentro en mi destino aciago

Las tinieblas, el vértigo, la nada.



Y no puede menos que haber desencanto en el que al ver el mundo lo juzga así:



Tal vez ¡ay! este mundo es un celoso reo,

Cargado de cadenas, del orbe en un rincón,

Y siente ya que el buitre feroz de Prometeo

Le hiere las entrañas, le rasga el corazón.

Por eso en las alturas celestes se dilata

A veces un murmullo profundo, universal,

Como un suspiro inmenso que brota y se desata

Del seno gigantesco de un monstruo criminal.



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Ni Santaella ni Maqueo son enteramente correctos en su lenguaje, como ni lo fueron sus modelos ni trataron ellos quizá de adquirir un conocimiento perfecto del idioma, por medio de los grandes poetas y prosistas españoles. Pero sus versos se encadenan sin el artificio que priva entre los poetas de hoy; jamás idearon antes los dos últimos versos de un cuarteto para ligar después con ellos los dos primeros, que vienen como enojoso ripio, achaque corriente entre algunos de los que suelen llevar actualmente el renombre de poetas, precedido de algún pegadizo adjetivo, tal como inspirado, dulce, etc.

La misma naturalidad propia del verdadero numen se nota y gusta en los versos de dos malogrados vates, arrancados á la gloria por una muerte prematura: D. Nicolás Varela y Salgado y D. Carlos López Amelibia.* Pocas son las poesías que del primero se conocen; pero bastan para revelar la fluidez y galanura del talento de su autor, y lamentar la brevedad de su existencia.



* Varela nació en Enero de 1841 y murió en Octubre de 1862. Fué Catedrático de latín en el Instituto del Estado, oficial 1.° de la Secretaría del Congreso y después oficial 2.° de la Secretaría de Gobernación. López Amelibia hizo con notable lucimiento los estudios preparatorios en el Instituto de Ciencias, pero no continuó los profesionales. Falleció en Junio de 1874, á la edad de 26 años.



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En cuanto a López Amilibia, recogió



La lira que en su cuna

Del ángel fué olvidada

Que sus tranquilos sueños

Solícito velaba;



Y á su compás cantó dulce y tristemente, hasta que al pisar los umbrales de la vida, la vió rota en sus manos por la muerte.

Otro poeta apreciable fue el Gral. D. José Guillermo Carbó*, uno de los pocos soldados mexicanos que han dedicado á las mujeres sus ratos de vagar. Publicó sus versos como ensayos de un aprendiz, y pocas serán las personas que en ellos hayan parado mientes. Sin embargo, pese á nuestra común apatía, Carbó tiene cualidades muy recomendables, entre otras la de producir ideas de cierta originalidad, y sobre todo, la de ser el poeta oaxaqueño que más cantó la naturaleza real en que vivía. Léanse, para venir en ello, sus composiciones Al Papaloápam y A orillas del Humaya.



* Soldado distinguido de la República, Alcanzó en el Ejército el grado de General de Brigada, y falleció en Hermosillo á fines del año próximo pasado, á los cuarenta y cinco de edad.



p. XVI

IV.


PARA CONCLUIR


No es la literatura oaxaqueña antigua ni linajuda, y carece de títulos de abolengo, si ya no quiere presentar como ejecutorias el “Genealógico Atlante” y el “Angular mitológico” de D. Pedro de Arjona; pero nació con el vigor propio en nuestro siglo de los héroes que hacen su nombre famoso, sin echar de menos los timbres de raza.

Los poetas de provincia, hasta hoy, han limitado su fama á los términos del Estado en que nacieron, cuando pudieran muchos de ellos, sin duda, llevar su contingente de gloria al parnaso mexicano. Si este libro tiene algún mérito, será el propósito que le dió origen, de impulsar esta clase de publicaciones en los Estados y de dar á conocer fuera de su hogar á poetas que nunca merecieron oscuridad y olvido. Por lo demás, es seguro que no ha habido en la elección de las poesías el acierto necesario.

La colección esta dividida en dos partes. La primera comprende á los poetas muertos; la segunda á algunos de los vivos; aquélla fué el objeto primero de la publicación; ésta se añadió como por demostración de que el numen no ha muerto en Oaxaca.



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Alguna censurable omisión puede haber en la primera; pero debo aclarar que las hay intencionales, de algunos escritores tenidos en el común sentir como poetas y que en el mío no conquistaron ese título.* Si en esta parte también padezco error, me disculpa el propósito que me guió de no publicar sino lo que honra á la musa oaxaqueña.

Mi juicio nada importa; pero yo he querido formularle en conciencia, tanto para hacer mi deber, como porque sé que no hay opinión tan insignificante que no pueda dañar con la injusticia.



* D. Francisco Apodaca, á juzgar por los versos suyos que conocemos publicados, no tenía gusto literario. D. Bernardino Carvajal, uno de los hombres de más notable talento que ha producido Oaxaca, buen orador y excelente publicista y filósofo, ni era poeta ni creo que haya presumido de serlo. D. José María Irigoyen pudo tal vez escribirlos buenos; pero no tuvo la instrucción ni el gusto necesarios.





Oaxaca, Noviembre de 1886.


Emilio Rabasa

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