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lunes, 15 de febrero de 2010

Como una novela de Daniel Pennac

Como una novela de Daniel Pennac
Artemio Ríos Rivera
Como si fuera una novela nos entrega su ensayo Daniel Pennac, texto que sustenta una inteligente y provocadora argumentación alrededor de la promoción de la lectura, de la forma en que nos relacionamos con los libros y cómo los ofrecemos a los jóvenes.

La máxima “hay que leer” se ha convertido en un dogma, nos plantea el autor, en una obligación contra la que debemos de luchar para recuperar el placer por la lectura y, lo más difícil, poder sostener la invitación gratuita a ejercer esa posibilidad a los jóvenes, a nuestros hijos, a nuestros alumnos.

En el primer capítulo se dice que hemos trasmutado el placer de leer cuentos al niño pequeño en la obligación de hacer a leer al adolescente. Pennac cuestiona: ¿Qué hicimos con el lector ideal que era él [el niño] en aquella época cuando nosotros gozábamos a la vez del papel de narrador y de libro? algo ha pasado que nos llevó del placer a la obligación.

El cambio generacional de una sociedad, a la que pertenecemos los adultos de mediados del siglo XX, ha ido del impedimento de leer (porque había que apagar la luz o se nos cansaba la vista, según nuestros padres), a la deificación del libro y la lectura. En el primer caso había estructuralmente más posibilidades de interactuar con la letra impresa; en el segundo, la televisión y los medios electrónicos se han convertido en un impedimento para el ejercicio de dicha actividad.

Alquimista ha sido el cambio entre el niño ansioso de aprender a leer y el adolescente que encuentra una especie de castigo en las cargas de lectura.

En la lectura hay que imaginarlo todo, por lo tanto es un acto de creación permanente.

Aunque no hay que incriminar ni a la televisión, la modernidad o la escuela. El argumento de la televisión corruptora, la invasión electrónica, los juegos hipnóticos, gana adeptos. Nada se conquista, todo lo dan masticado: imagen, sonido, escenarios, música, etc.

La lectura esta emparentada, según Pennac, con el único paraíso que vale la pena: la intimidad. Tenemos que respetar el ritmo del lector, aconseja. “Un ritmo que no es el de ningún otro, y que no es necesariamente el ritmo uniforme de una vida; su ritmo de aprendizaje de la lectura, con sus aceleraciones y sus regresiones bruscas, sus periodos de bulimia y sus largas siestas digestivas, su edad de progresar y su temor de decepcionar”

Hay que estimular el deseo de aprender antes de imponerle el deber de recitar.

En la segunda parte diserta sobre el dogma de leer. Enlista una serie de argumentos utilizados dogmáticamente para imponer la lectura:
Leer para aprender, tener éxito en los estudios Informarnos
Saber de dónde venimos
Quiénes somos
A dónde vamos
Conocer mejor a los otros
Conservar la memoria del pasado
Iluminar nuestro presente
Sacar provecho de experiencias anteriores
No repetir las tonterías de nuestros abuelos
Ganar tiempo
Evadirnos
Buscarle sentido a la vida
Comprender los fundamentos de nuestra civilización
Alimentar nuestra curiosidad
Distraernos
Cultivarnos
Comunicarnos
Ejercer nuestro espíritu crítico

Pero no solamente con catecismos formaremos lectores, se trata de compartir lecturas, asumir orgánicamente el placer de leer, no hacer de la promoción un mero elemento enunciativo, dogmático.

Leer se aprende en la escuela, nos dice, pero amar la lectura es otra cosa.

Los cuestionamientos del autor son incisivos: ¿Y si en lugar de exigir la lectura el profesor decidiese de pronto compartir su propia dicha de leer? Sin embargo realmente ¿leen los profesores? Supongamos que la respuesta es afirmativa ¿disfrutan lo que leen o es sólo un compromiso? Tendríamos que respondernos ante el espejo estas y otras preguntas más.

El placer del libro leído generalmente lo guardamos en el secreto de nuestro celo. A veces es la humildad la que explica nuestro silencio. Si bien la lectura no es un acto de comunicación inmediata, es, finalmente algo que compartimos aunque sea aplazado, de manera selectiva.

Pennac cita ejemplos de promoción de la lectura: Georges Perros, leía a sus alumnos sin pedir nada a cambio, leía en voz alta. Nos daban ganas de leer, dice. Era más un trovador que un profesor. Su voz, como la de los trovadores se dirigía a un público que no sabía leer. Nos daba de leer. Muy eventualmente encontramos este tipo de maestros, en cualquier nivel educativo, estamos más preocupados por el control escolar, el control escolar de la lectura.

La propuesta pedagógica es discutible, sin duda, pero interesante: “Una sola condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a cambio. Absolutamente nada. No construir ninguna muralla de conocimientos preliminares alrededor del libro. No plantear la más mínima pregunta. No poner ni la más pequeña tarea. No añadir ni una sola palabra a las de las páginas leídas. Ningún juicio de valor, ninguna explicación de vocabulario, nada de análisis de texto ni de indicaciones bibliográficas”. Lectura-regalo; leer y esperar, señala.

Leer en voz alta no es suficiente, añade, también hay que contar, ofrecer nuestros tesoros, desembarcarlos en la playa ignorante, compartir con los estudiantes nuestras lecturas.

No hay mejor manera de abrir el apetito de leer que darles a husmear una orgía de lectura. Las novelas leídas en desorden y sin contrapartida, todas esas historias contadas, un festín anárquico de lectura por placer. Los libros no han sido escritos para que sean leídos por los jóvenes, sino para que los lean si su corazón se los pide.

Terminamos esta larga paráfrasis, de Como una novela de Daniel Pennac, con la frase con la cual el autor inicia su argumentación:
El verbo leer, como el verbo amar, no tolera el imperativo.

No hay orden exterior que valga, es algo que debe nacer del interior del individuo, de su propia voluntad.

1 comentario:

  1. Lectura regalo...buena manera de compartir el ir a por los libros (o los blogs, o los mensajes de celular), a por su música.

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