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domingo, 21 de febrero de 2010

TOTAL ENTREGA

 TOTAL ENTREGA


                                                                            
Uno no puede elegir los sueños que tiene,

                        Son los sueños los que eligen a las personas


                                                                                                                         José Saramago

I
El concierto en su mejor momento, él entre la multitud buscando un lugar donde sentarse. Tal vez buscando a alguien. Voy presurosa a saludarlo. -¿Ya encontraste mesa?, le pregunto.

Responde que no. -Hay un lugar con nosotros, le digo y viene a sentarse. Él consume varias cervezas, esta más elocuente, alegre diría yo. Se nota despreocupado, como si no tuviera compromisos. De pronto en mi oído, en medio de la música y la algarabía, distingo sus palabras: -Nunca hemos arrancado tú y yo. Hay una asignatura pendiente.

La mano, la rodilla bajo la mesa sutilmente me toca. Hace calor aunque de pronto rachas de frío sacuden nuestros cuerpos. Reímos mucho todos en la mesa. Mi exmarido se acerca, se para junto a nosotros como cuestionando sin cuestionar, él lo ignora totalmente sin que parezca descortés, simplemente no se da por enterado de su presencia.

Al despedirnos su dedo hurga en mi ombligo, la boca, furtivo encuentro de los labios. Una mirada perdida en el horizonte del tiempo, ausente, ahora después de tanto tiempo, veinte años me digo.

¿Piensas en sus hijos?, ¿es nuevamente una despedida sin arrancar?

En el presente vivos, juntos al calor de la música. Nos conocemos sin saber a ciencia cierta los misterios de nuestras vidas, el paso del tiempo. La fraterna amistad y el cálido respeto. Viejos compañeros de escuela. Tu sonrisa, sin descifrar del todo, se siente más profunda, ahora que te despides.

¿Una promesa? ¿Ironía? ¿Felicidad por el reencuentro?

Tu voz se opaca, se escucha guardada muy adentro. Antes, no. Hoy creo que si. Te vas y pienso en los años que tardaré en volver a verte.

II

Apenas ayer nos vimos y hoy me enviaste un correo. Lacónico, tres palabras: “No te pierdas”. No importa, me emociono. Mensaje frío es insuficiente, barato decir eso. Es la primera vez que rompe su coraza, que busca comunicarse más allá del instante en que nos hemos visto. El tiempo, el transcurso de más de dos décadas, sé que le gusto, nos gustamos pues, pero… realmente no sé cuál es el pero.

III

Tú en casa de mi mamá. ¿Exploras el terreno? Parece innecesario si estoy dispuesta a entregarme, a ser tuya y hacerte mío. ¿Qué buscas en realidad? La incertidumbre me agobia. Antes lo hiciste así, varias veces veniste a casa y después desapareciste. No era el momento, supongo. Así nos hemos encontrado fortuitamente a lo largo del tiempo: en las escuelas a las que llegas buscando otras mujeres, a sabiendas que nos gustamos y que cada quien tiene sus compromisos. Me respetas, digo para consolarme. Pero ahora, ¿qué te detiene?, te digo sin decir.

IV

Mensaje telefónico, es él de nuevo, que rico, nunca antes había dado tantas señales de vida en una misma semana. No se atreve a pedirme una cita, qué paradoja: mis amigas dicen que es un descarado, siempre va al grano y no te da tiempo ni de pensar, cuando menos lo esperas ya estas en la cama con él. Eso dicen y se carcajean, saben que me duele. ¡Gr.! Viejas ofrecidas, cómo me hacen enojar.

V

Es viernes, hora de la comida. Nos vemos en el estacionamiento del centro comercial. Primero, una llamada apresurada ¿Qué haces?, me dice. ¿Dónde estás?, continúa su interrogatorio retórico: te espero a las dos y media, remata. Así, sin explicaciones y… aquí estoy, muerta de la emoción y esperando.

En el estacionamiento su figura espigada a un lado de la camioneta. Subimos, arranca. Un saludo, un beso, una risa nerviosa –mía- por el gusto de verlo, de ir a su lado percibiendo su loción, su olor limpio. Lo empiezo a cuestionar con cortesía, él evade sutilmente y… ¿Pensé que íbamos a comer? Tal vez después, me contesta con una sonrisa ancha, entre divertida, inocente y cínica.

VI

Todo empieza en mí sin pensar, el sobresalto de la sorpresa me excita. Tantos años esperándolo y, así, de pronto lo haremos por primera vez. Sólo siento el impulso del deseo de estar con él. Es tan tierno y cálido que lo siento en sus manos al tocar las mías y en su boca al encuentro de mis labios. Es como si también él hubiera esperado hace mucho ésto, al menos me consuela pensar así. Casi no lo miro, tengo confianza y vergüenza al mismo tiempo, sólo siento sus brazos, sus manos recorriéndome, quitando con maestría, sin ningún dejo de hipocresía, las prendas de mi ropa: el corpiño con una sola mano y sin demasiados problemas, con una facilidad que no incomoda.

Río otra vez, con torpeza, me siento un poco tonta, casi ebria, hace tanto que esto terminó con mi exmarido que no sé cómo funcionará. He olvidado cómo es un cuerpo masculino, he idealizado demasiado sentir la firmeza de una penetración, su penetración en mí. Tengo miedo de que esto no funcione, de bloquearme.

Relájate, susurra en mi oído. Renuncio a pensar y sólo siento. Va despacio, me dejo conducir dando tiempo a que pase lo que pase, cuando tenga que pasar. Respondo a sus estímulos de manera automática y gozosa. No hablamos, la expresión de los cuerpos se impone a cualquier otra cosa. No se escucha ni una sola voz, sólo ronroneos sensuales ligeramente emitidos y apagados en la garganta misma. Los cuerpos desnudos, qué placer, las yemas de sus dedos me erizan todo el cuerpo. Suavemente se desliza en mi pelo.

Silencio… un vaivén de contracciones corporales. Intercambio de olores y fluidos, todo se fusiona, el amor por la tarde al amparo del susurro de la lluvia tropical, húmedo el ambiente, humedad y calor en todo, ¡ah!… todo estalla dentro de mí. Estoy regresando cuando él rompe el silencio, voy a venirme, dice a media voz y una cresta se eleva sin control en mí. Un crescendo violento, involuntario me avasalla. Lo aprieto con mis brazos, con mis piernas y mis labios. Él, en un suspiro llega, suave y firme al mismo tiempo, esta tan dentro que es ahora parte de mí, un apéndice más de mi pequeño cuerpo.

Y así, con las piernas enlazadas, tejidas por la pasión, descanso de todos los problemas de mi vida, renazco en mí, una racha de luz abre la puerta. Esta vez no cerraré las ventanas, me decido. Esta vez no sentiré que esto es… ¿sucio?

Los cuerpos siguen juntos, posesionado uno del otro. Sigue el silencio y pienso sólo en el momento. Cómo he disfrutado la entrega, que rico es hacerlo conscientemente inconciente. Bueno no sé si es mejor, pero si diferente a las otras relaciones que he tenido, más intenso tal vez. Algo como decantado. Hace cinco, diez o veinte años no hubieran funcionado las cosas entre nosotros, ahora entiendo sus escapes y la reiterada frase: aun no es nuestro tiempo. Ni cuenta se da uno de cómo se acumula la experiencia. Hoy es el tiempo, aunque no me lo diga lo sé.

VII

La sobremesa devela una verdad a medias. Tiene una familia, ¿relación?, no sé. Por ahora no quiero pensar en eso. Estoy dispuesta a la entrega sin reservas. De a como nos toque. Total, igual me moriré mañana a más tardar, si Dios lo quiere.

VIII

Recado en el teléfono: te espero a las tres, mismo lugar.

El lugar ya es especial. Ha dejado de ser un hotel de paso, ahora es nuestro espacio. El primero en mi larga vida. Es especial, lleno de sensaciones, de reencuentros y recuerdos, de sorpresas, de amor. Antes hablábamos más de nosotros ahora no dice nada, pero me lee poesía. Una tras otra y yo, me siento la protagonista de las historias que subyacen en los textos. ¿Busca las lecturas especialmente para mí?, ¿escribe para mí? No lo sé, no me lo dice, en el fondo me importa pero prefiero ignorar esos cuestionamientos recurrentes. Aunque sé que no fui la inspiración para escribir sus poesías, no importa, las dice para mí y eso basta. Una copa de vino, un beso y un poema como preámbulo del amor y después el silencio. Me gusta, lo disfruto. Qué más puedo pedir después de dos patanes que juraron amor eterno, después de tantos pleitos.
Tiene razón, no quiero vivir con él, bueno, si quiero pero no debo, es mejor así.

Hombres, no supe cómo entraron en mi vida, pero cumplían con las inconcientes expectativas de mi padre: verme casada y con una familia antes de que él muriera. Es de agradecerse sus buenas intenciones, pero ahora él no esta y tengo dos hijos. Dos fracasos dice mi madre, un cúmulo incontable de pequeños rencores. La experiencia es dificil, pero ayuda sacar en limpio las cosas.

IX

Cinco años ya, el mismo hotel. Ha sido larga la estancia en el oasis. ¿Debo agradecer a la vida? ¿Preocuparme? Aquí estoy totalmente entregada dispuesta a lo que dure...

1 comentario:

  1. A..R Me ha gustado mucho: el título,la cita,el final, en fin todo!!.Espero disfrutar igual o más la siguiente parte de este cuento que cuentas.

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Video del Ejido San José

Evidencia a mitad del proceso...