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martes, 23 de febrero de 2010

Poncho Fernández: una verdad en la falsedad de los años.

Poncho Fernández: una verdad en la falsedad de los años.

Artemio Ríos Rivera


El enigma de la historia no está en la razón sino en el deseo: no en el trabajo sino en el amor.
                                                                                                                Norman O. Brown


El presente ensayo tiene como objetivo abordar la novela Los años falsos de Josefina Vicens, considero que, de dicha novela se desprende una fuerte crítica social hacia la figura masculina como ente dominante, machista, como patriarca; es sobre la base de esta consideración como se desarrolla el trabajo; además, metodológicamente, el abordaje se intenta a partir de un acercamiento psicoanalítico al personaje principal del relato: Poncho Fernández, quien encarna la figura paterna, autoritaria e impositiva. El sustento teórico de esta aproximación se da, fundamentalmente, a partir de los elementos manejados en el estudio filosófico que Marcuse realizó sobre Freud en los años cincuenta del siglo XX: Eros y civilización. Sea este pretendido análisis literario desde la perspectiva psicoanalítica la búsqueda de unos años que pueden no ser auténticos para la familia Fernández, pero que sin duda -dentro del mundo que emerge de la ficción-, son verdaderos para Poncho Fernández, el personaje que nos ocupa.

La novela dura lo mismo que una visita al panteón; que el rezo de un rosario; el arreglo floral de una tumba en un aniversario luctuoso. Todo es una evocación, el recuerdo de los últimos 15 años, la niñez de Luis Alfonso, su admiración al padre, la muerte de éste y las herencias que el todopoderoso Poncho(1) ha dejado al hijo.

Marcuse (1981:104) señala que la figura del padre es, generalmente, la de un déspota animal que prohíbe la gratificación pero además es el sabio orden que asegura los bienes y servicios para la progresiva satisfacción de las necesidades; Poncho, el macho, es una figura que se impone (a Luis Alfonso, a la esposa y sus hijas), por ser el hombre de la casa, el que trabaja y lleva el sustento a la familia, lo que le da derecho a instaurar un orden que le permita situarse en la cúpula del mismo, el patriarca puede ordenar despóticamente, pero no puede recibir ordenes de sus dependientes.

Pero, ¿quién es Poncho Fernández?

Nuestro personaje es un tipo cuarentón, clasemediero, un hombre común, como muchos de los hombres de una sociedad como la nuestra: mexicana del último cuarto del siglo XX. Es, pues, un hombre de nuestros tiempos, digamos: un producto de la cultura patriarcal contemporánea. Poncho es un hombre de hogar, de quien una sociedad como ésta se debiera sentir orgullosa. Poncho como padre “es principalmente una figura hostil” (Marcuse. p. 235), puede ser un ejemplo de padre, de amigo, de subordinado, de marido trabajador y de amante; Poncho representa la perseverancia de quien quiere “pisar fuerte y llegar alto” (Vicens: 40). Sin embargo no es un personaje que actúe completamente de motu propio; de algún modo esta dominado por su mundo: es víctima y villano de sus propias circunstancias, contradicción dialéctica que lo hace ser él mismo y no. El personaje actúa, pero lo hace inmerso en un mundo que lo define y se le impone; es un dominador de su microuniverso, es un dominador inmerso en un mundo que lo domina y somete, reproduce los modelos, los mecanismos; para esta situación encontramos una explicación en la teoría psicoanalítica que “reconoce que la enfermedad del individuo es en última instancia provocada y sostenida por la enfermedad de su civilización” (Marcuse: 251).

Poncho no quiere ser un Don Nadie; debe tener un nombre; por eso usa las tarjetas de presentación, como forma de afirmación narcisista de su yo(2), como una forma de dejarse grabado en los demás: las letras y los números son grandes, de complicado trazo, para resaltar el nombre, el supuesto cargo; para que el apelativo luzca, no se olvide. La tarjeta contiene el domicilio y varios teléfonos, ya que, pensando en nuestros tiempos, de ordenadores y aparatos de comunicación satelital, es posible suponer que: el que no tiene teléfono (¿celular?) es un perro sin dueño, sin amo que le busque y le grite sus órdenes dondequiera que esté para que sean inmediatamente atendidas; un hombre sin teléfono es alguien que no le hace falta a nadie. Quien tiene un solo número telefónico es un pobre diablo, las oficinas importantes tienen varios teléfonos, varias líneas, mucha gente a quien atender. Tarjetas de presentación, varios cientos, si no pagan bien el trabajo(3) cuando menos hay material en abundancia, muchas tarjetas para dárselas a todo el mundo, a los poderosos para que sepan que está para servirles y se acuerden de él; al populacho, a los vecinos, al conocido de ocasión para que vea que Poncho sí es importante, influyente. En las tarjetas el macho encuentra una existencia a su inexistencia, a su nulidad, con el tarjetazo Poncho trata de esconder su mediocridad.

Luis Alfonso Fernández, Poncho Fernández, no tiene riquezas que heredar, sin embargo tiene sus tarjetas; el traje negro para las fiestas de alta categoría; la cadena con sus llaves para que vean que tiene casa, oficina y tal vez algo más -la consabida casa chica de todo macho que se precie de serlo-; su pistola Colt pavonada (que de tanto acariciarla tuvo una eyaculación precoz; se vació en el cuerpo de la mano que la acaricia y acabó con la vida de su orgulloso posesionario), su pistola símbolo de poder, de hombría, de fuerza agresiva y destructiva manipulable desde su poseedor; Poncho podía no tener casa propia, pero tenía una pistola del tamaño del miedo(4).

Poncho además tenía vehículo, no propio, pero como si lo fuera. Tuvo vehículo desde antes de ser ayudante del Diputado, desde que era cobrador de una cadena comercial.



El automóvil es también un símbolo de poder, de importancia personal, de hombría; con esos vehículos podía presumir, correr atrás de los carros de bomberos o de las ambulancias; total: pareciera que para carro ajeno no hay camino malo, menos para carro oficial (¿las camionetas del Diputado pertenecen a la legislatura?; ¿son del partido?) donde se puede derrochar la gasolina y demás insumos, ya que si no es así como cobrar el justo precio del trabajo que Poncho desempeña.

El metal, fuerte, brilloso, el regalo “desinteresado”, las espuelas de plata que le dieron en Guadalajara son un tesoro invaluable, más que por su valor de cambio, más que por su valor de uso, por el significado: un regalo costoso implicaba que se iban dando cuenta de su importancia, de lo influyente que era, de los favores que gozaba del Diputado -personaje para el que trabajaba Poncho-; las espuelas son un símbolo de virilidad; las utilizan los charros para controlar a la bestia que está entre sus piernas; usa espuelas el que puede montar yeguas, potrancas de ancas prominentes y rítmico galope.

Pero Poncho no sólo tenía esas posesiones materiales, también tenía gente que lo rodeaba y lo “quería”, Poncho tenía una familia que le pertenecía(5). Su mujer, esa catedral vacía y sola, lo respetaba, lo esperaba, le creía porque él sabía ser un jefe de familia, a ella y a sus hijos jamás les había faltado el techo o el pan de la boca, que más podía querer o esperar. Poncho había sabido ordenar los dos mundos: el prepotente y ruidoso mundo de los hombres y el sumiso y mínimo de las mujeres (Vicens: 23).

Molestias de su esposa(6) por sus aventuras, parrandas o dispendios; celos por el segundo frente, no, no existían razones para ello. Poncho guardaba las formas y siempre había cumplido como marido, como hombre, como padre de familia. De acuerdo con un mundo de dominación masculina; de moral entre el ser en privado y el parecer en público (deseos –reprimidos- privados y virtudes –impuestas- públicas), él no daba malos ejemplos en la casa, además adoraba a su hijo; que más podía pedirle una mujer decente, de su casa, a un hombre cumplidor como Poncho.

Elena !ah¡, Elena, la joven y querida Elena, ponerle apartamento, sí. Pasar con ella el tiempo, sí. Presumirla como parte de la afirmación de la masculinidad, de la posesión de las mujeres por el patriarca, también. Casarse jamás, él era casado y la moral –las reglas del matrimonio de su civilización- no le permitían divorciarse, Elena siempre sería la casa chica. Aunque realmente la amara, por eso la controlaba, porque la amaba, no se podía mostrar débil ante esa mujer, para qué, para que lo mangoneara, para que lo hiciera cornudo, no. Era mejor que entendiera el miedo de engañar a un hombre chingón capaz, de responder con la violencia ante el abandono o el engaño, a que viera en él a un hombre enamorado que pidiera con ternura y por amor fidelidad; la fidelidad se impone por medio del terror, de la represión(7). Las mujeres se acumulan, no se cambian, pareciera ser esa la verdadera motivación del macho para no entablar una relación monogámica -según el deber ser de nuestra cultura-, la ausencia del divorcio, para la mujer un divorcio es un fracaso, ¿lo será también para el hombre? La primera mujer del patriarca no se cambia, se acumula, se guarda en un rincón polvoso y sucio, se desecha pero no se tira, se arrumba: para algo ha de servir al paso de los años.

Las hijas, mujeres(8), las que pueden ayudar a la mamá a atender a los hombres de la casa -las que pueden acompañar a la madre en su soledad-; viejas al fin, nada tienen que ver con el mundo de los hombres, las gemelas tenían dos marcas de origen: ser niñas y ser de la casa. Pareciera que las mujeres dignas de mirarse, de cortejarse, de pensar en ellas son las ajenas, las de la calle, las de los anuncios comerciales o del prostíbulo. Las gemelas sólo sirvieron para que los amigos vieran que la infertilidad de años, Poncho la pagaba doble, tenía muchos, y los ponía donde debía, de un solo disparo había engendrado dos pájaras. Es posible que el macho se cuestione: para qué encariñarse con las hijas si después se iban a perder, si después (posiblemente) tenía que andar cuidando su virginidad y su decencia, no, ese era asunto de la madre, allá ella si entregaba malas cuentas. Si el hijo preñaba a alguna mujer, para eso era hombre (por algo Luis Alfonso tenía dos novias al mismo tiempo), si las hijas salían con su domingo siete, deshonraban a la familia y no les quedaba otro camino que la calle, la lógica probable en el mundo machista: ¿para qué dar a las mujeres más importancia de la que tenían?

Además, si de cumplir sueños se trata, las mujeres son desechables, se les puede abandonar y largarse a viajar y a vivir; abandonar la realidad para instalarse en el principio del placer, mostrarle al hijo el mundo, que viva, que goce, que disfrute la vida y no que se case joven como su padre; las hijas se tienen que casar antes que el hombre aunque éste sea mayor, a las hijas hay que entregarlas a la puerta de la iglesia y así cumplir, al hijo hay que entregarlo a los brazos de una puta, que sea desvirgado las veces que sea necesario, así se cumple como hombre y como padre, al machito hay que enseñarle la vida para que sepa lo que es vivir.

El hijo debe tener el mismo nombre y apellido, debe preservar la casta, por fortuna Luis Alfonso además de hombre es primogénito, como buen hijo hay que hacerlo a imagen y semejanza del padre. Por eso, Poncho lo que más quería en el mundo era a su hijo, en el parecido se satisface el placer narcisista de saber que se admira a sí mismo, a su obra, a quien a de sucederlo en el trono de su pequeño reino, quien heredará su mundo, quien cumplirá sus fantasías, Narciso es tan bello, tan perfecto que se niega a morir, busca en quien reencarnar y se ama en ese ser que trascenderá su muerte.

Que el hijo alcance lo que Poncho deseaba para sí, lo que descubrió tarde, porque -posiblemente- no tuvo un padre como él que le orientara y le explicara el mundo de los hombres y… el de las viejas. Explicación que se encargarán los amigos de transmitir, verbalmente y en los hechos. Que aprenda a mandar, a caminar erguido, como su padre, para eso es hombre, pero también que sepa que su padre era leal y sabía respetar (¿tapar, aguantar?) a sus amigos y a sus superiores.

Poncho tenía amigos, cuates con los que él era bien reata, a toda madre, con quienes podía actuar de hombre a hombre. Apostar, tomar, compartir confidencias, jugar dominó, todo, de hombre a hombre. Con ellos Poncho siempre fue el más macho, el más atravesado, el más disparador. Poncho se chingaba a todos, le ganaba al Quelite (su compañero de trabajo y de juergas) dinero en las vencidas, un dinero etéreo, fácil: lo del agua al agua. “El dinero es para gastarlo y los que ahorran son unos coyones que le tienen miedo a la vida”(Vicens: 46), dice el personaje. Un macho prepotente como nuestro protagonista se sabe entregar en la parranda a las pulsiones de la vida, a disfrutar del placer, del placer que compra el dinero, de la carga libidinal que se convierte en descarga al irse de putas, las prostitutas son para el placer no para la responsabilidad. Era el primero en sacar la cartera, gastaba en una parranda lo que ganaba en un mes, él sí sabía vivir, nos dice la autora.

El sueño(9), el deseo reprimido tenía dos puertos, dos puntos de partida, dos rutas: el mapa para un míticoTour en Europa y el futurismo político, el cálculo conspirativo, la posibilidad objetiva que podía llevar al Diputado a la Oficina Principal de una Secretaría de Estado.

Viajar, disfrutar de la vida, sin responsabilidades, sin mujer, sin hijas, con un cómplice, con un doble para que el placer narcisista (una vez más) sea doble; un deseo que es constantemente reprimido y que tiene que irse matizando: cuando el hijo sea un poco más grande; mejor cuando termine la secundaria; tal vez cuando las hermanas se casen; primero solos Poncho y Luis Alfonso; eventualmente con la madre. Aquí se manifiesta la “antítesis entre moral y vida {que} se produce primariamente porque en esencia esta es pulsión (eminentemente sexual) que busca la pura satisfacción egoísta del sujeto, mientras que la moral es precisamente lo opuesto: impele a lo social” (González: 64), y lo social para Poncho es la familia que le impone una moral, no puede abandonarlas a su suerte, su pulsión egoísta de viajar es reprimida por el principio de realidad: la imposibilidad económica y su posible responsabilidad con la familia.

El otro sueño: que el Diputado sea Ministro; potenciar las influencias de sus subordinados, de sus guaruras, de sus celestinos, de los ayudantes que no estaban para vestir santos pero sí para desvestir borrachos y velarles el sueño, si estos eran Jefes. Lo aprendió del Diputado, con los de arriba como siervo, con los de abajo como patrón. Pero ser influyente es no tener y tenerlo todo, hoy se es influyente, mañana no, para qué atesorar dinero si se pueden heredar las in fluencias y un nombre.

Aún ante la muerte no hay humildad. Poncho recomienda, sabe aprovechar la coyuntura, da órdenes: exige a los amigos que le prometan, que le juren. ¿Quién podía negarle algo a alguien que se encuentra en su lecho de muerte? Trata de alargar el poder para erigirse en tótem, su figura tendrá que presidir el tótem a su muerte, pero esto sólo es posible si él designa a su heredero sin ser despojado, sin ser sacrificado por Edipo, su hijo no lo niega, no llega al parricidio, Poncho se afirma en Alfonso, como Dios padre desaparece para heredar su reino al Dios hijo y dejarlo en el cerebros de los vivos (Alfonso, Elena, la madre, las hijas y los amigos) para seguir reinando como Dios, el espíritu santo(10).

El patriarca trasciende su propia muerte; su influencia de viva voz designa a su sucesor (como lo sabe hacer un presidente), define las cosas mas allá de su muerte, le pasa su pequeño reino al hijo, al primogénito, al heredero, a su reencarnación: “¿cómo se ordenó todo, súbitamente con tu último aliento, y cada uno supo lo que le había pedido que hiciera y lo que te había prometido hacer?” (Vicens: 28).

La casa, como el claustro materno es para descansar, para dormir por eso el hombre se cansa fuera y regresa a su hogar matriz, abandonar el hogar es abandonar la tibieza vaginal materna, por eso Poncho ni siquiera se plantea esa posibilidad, a pesar de tener una casa chica en mejores condiciones.

Todos los elementos de configuración tanto física como sicológica del personaje no permiten la concepción de la ternura, la debilidad, o el amor. Físicamente sus manos son velludas, fuertes, las uñas estriadas y disparejas. En su discurso es demagogo (como muchos de los hombres y los políticos es mentiroso), echa el rollo (los bomberos valerosos, sacrificados, temerarios, merecen estatua, dice Poncho), elogia para ser elogiado.

Es un ser neurótico con comportamientos bivalentes, es voluble: con el diputado se hacía el simpático, con la familia el duro. Es un ser voraz por el poder, por el dinero. En la casa no da explicaciones, no se excusa. A la esposa no la saca a pasear, no le da regalos, le grita. Otra de las manifestaciones neuróticas se da con relación al dinero: por un lado piensa hacerse rico a cualquier precio, entre otras formas ahorrando. Por otro resulta que el dinero se hizo para gastarlo, para derrocharlo.

A pesar de todo Poncho no necesita justificarse, él es un hombre y con eso basta, así nos lo hacen saber los otros hombres: “No nos hagamos pendejos. Tu papá era hombre ¿no? pues con eso esta dicho todo” dice el Quelite a Luis Alfonso, con relación a Elena. Su comportamiento es el de todo un macho: trasnochador y autoritario; le gustan las viejas elegantes, el chínguere importado y el colchón de resortes.

Concluyendo, como hemos visto a lo largo del trabajo, finalmente podemos considerar que de cada una de las acciones de Poncho y de los personajes que lo rodean y lo definen, se desprende una fuerte crítica social hacia la figura masculina, al macho prepotente e impositivo: al patriarca. En este sentido, el despotismo patriarcal instaura un orden e impone una forma de organización, por él y a su pesar, axial: “El patriarca, el padre y tirano en uno, une el sexo y el orden, el placer y la realidad; evoca el amor y el odio; garantiza las bases biológicas y sociológicas de las que depende la historia de la humanidad”, en el microcosmos será la historia familiar la dependiente y, paradójicamente, la determinante, además a los ojos de la familia la “aniquilación de su persona amenaza con liquidar la misma vida duradera de grupo” (Marcuse: 77), por eso en Luis Alfonso “los derechos históricos del padre original son restaurados”(P. 79), convirtiéndose -el hijo- en víctima de sus propias circunstancias para, más adelante, ser el victimario del mundo femenino y débil que lo rodea. De este modo podemos decir que los hombres de Los años falsos viven sus propias vidas, pero realmente lo que hacen es realizar funciones preestablecidas: ni Poncho ni Luis Alfonso se rebelan nunca ante su realidad, hay conformidad y su neurosis los aísla.

De algún modo la conclusión del trabajo, debido a su fuerte carga de subjetividad, se ha ido configurando a lo largo del mismo ensayo: más allá de la cuestión literaria, el texto invita a la reflexión autocrítica del lector como individuo, independientemente de que nos encontremos ante personajes y realidades ficticias, no podemos negar que esa ficción tiene una interrelación dialéctica con los elementos de nuestra realidad cotidiana de aquí y ahora.

Poncho Fernández, ese tigre de papel, es una figura arquetípica que es posible encontrar a la vuelta de la esquina, muchos Ponchos caminan nuestras calles y, hasta es posible que habiten nuestros sueños fundiéndose con nosotros.


NOTAS:
1. En el transcurso de la novela Poncho realiza sus acciones en la evocación de Luis Alfonso, su hijo; en realidad Poncho esta más allá del bien y el mal: se encuentra en el Nirvana, en ese estado donde no hay tensión o necesidad: en la muerte. Al respecto nos dice Marcuse (p.241), “el instinto de la muerte opera bajo el principio del Nirvana”.


2. Marcuse (p.178) plantea que el narcisismo es un síntoma de neurosis, pero también un elemento constitutivo de la construcción de la realidad del individuo “generalmente entendido como un escape egoísta de la realidad”, así cuando Poncho hace uso de sus tarjetas establece una relación antagónica entre su ego y la realidad exterior (su intrascendencia en la vida), trata de afirmarse en el papel y en los demás.

3. Ya que el trabajo como actividad tiene que ver con el principio de realidad, niega por su propia naturaleza al principio del placer (aunque es posible hacer trabajo creativo), en este sentido es “trabajo para el procuramiento e intensificación de las necesidades de vida (…) este trabajo no produce satisfacción en sí mismo” (Marcuse. p.94), por lo mismo hay que sacarle cosas al trabajo o a quien lo impone: el patrón. Para Poncho, una actividad compensatoria en la búsqueda del placer es el sentirse influyente (las tarjetas ayudan a este sentimiento), así se contrapone a la realidad: el Diputado no es su amigo, es su patrón.

4. Marcuse (p.77) señala que: “El patriarca, el padre y tirano en uno, une el sexo y el orden”, en este sentido podemos considerar que la superposición entre sexualidad masculina y arma de fuego es válida, ya que son en sí mismos elementos para imponer el sexo y el orden represivo. Así como una arma de fuego puede ser elemento del suicidio, de la misma forma la sexualidad regida únicamente por el principio del placer puede llevar a la autodestrucción del individuo.

5. En cuanto al papel del padre en una familia donde la vida se organiza por medio de la dominación masculina, Marcuse (p.74) plantea: “…el hombre que logró dominar a los demás era el padre (…) El padre monopolizaba para sí mismo a las mujeres (el placer supremo) y sometía a los demás miembros de la horda a su poder”. Aunque Marcuse nos habla en estas líneas de un remoto patriarcado, estos elementos de dominación se repiten en la familia de Poncho, donde él, como patriarca es poseedor de su mujer, las hijas y, principalmente, de Luis Alfonso su primogénito.

6. Si bien es cierto en el texto de Eros y civilización, su autor no habla explícitamente del papel de la mujer en la familia y en la sociedad, es entendible, por contraposición, al hablar de un mundo de dominación masculina y patriarcal que los dominados son las mujeres y los hijos. En este sentido en Los años falsos el papel de las mujeres es de completa sumisión ante la figura avasalladora del padre-marido, tan es así que fuera del personaje de la amante (Elena) el resto de las mujeres carecen de nombre, como carecen de autonomía y configuración propia, existen en cuanto apéndices del patriarca: Poncho.

7. “…los controles represivos (…) perpetúan, en la misma estructura instintiva, la dominación del hombre por el hombre.” (Marcuse.p.262)

8. Sobre las mujeres, Marcuse (p.172), hablando de Pandora y citando a Norman Brown nos plantea que en el mundo masculinista el principio femenino aparece como una maldición destructiva y destructora; las mujeres son improductivas, zánganos inútiles, como un objeto de lujo en el presupuesto de un pobre: “La belleza de la mujer, y la felicidad que promete son fatales en el mundo de trabajo de la civilización”.

9. Efectivamente los sueños son deseos reprimidos, insatisfechos y así se manifiestan en los planes utópicos de Poncho, en este sentido, “El sueño es entonces testimonio del conflicto, del choque entre las dos tendencias más opuestas del alma: la fuerza que tira hacia el ego y su placer, y la que impulsa u obliga hacia los otros y el deber” (Juliana González .1986:65).

10. Marx en El 18 Brumario plantea que los hombres hacen su propia historia pero no a su libre arbitrio, sino bajo las circunstancias que les hereda el pasado, esto parece ser aplicable en estos personajes de papel.




Bibliografía

GONZÁLEZ, Juliana (1986). El malestar en la moral. Freud y la crisis de la ética. México. Editorial Joaquín Mortiz.

MARCUSE, Herbert (1981). Eros y civilización. Una investigación filosófica sobre Freud. México. Editorial Joaquín Mortiz.

VICENS, Josefina (1985). Los años Falsos. México. Martín Casillas Editores.

1 comentario:

  1. Habrá que leer la novela...me evoca a Jung, hijo descarriado de Freud, cuando analiza el tarot y trabaja con los arquetipos plasmados en esas figuritas de comic que se organizan distinto en cada tirada. Encuentra una serie de manifestaciones y matices diversos en este ejercicio de lo masculino(mas que de los hombres, hay masculino y poder y ansia de someter en cuerpo de mujer)y matices en lo femenino. O también pienso en Boudrillard cuando habla de la seducción y el poder, lo masculino y lo femenino, (ambos en cuerpos de mujeres y hombres) dialéctico si pero no solo, también complejo. Todo esto no niega la crítica y el trabajo amoroso por la comprensión de la reproducción de los esquemas y necesariamente acerca a la pregunta del sujeto por sus arreglamientos o desarreglamientos entre sus poderes y sus seducciones.

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